Los hombres son como perritos

Se busca impotente para convivir, de Gaby Hauptmann

Carmen está cansada de esa “obsesión masculina” y decide, después de despachar al novio en turno, poner un anuncio en el periódico solicitando eso: un hombre inteligente, sensible e impotente…

Me dijo una amiga: “Los hombres son como perritos”…, y así, dicho con cariño, no da la idea precisa, y abstenerse del diminutivo haría sonar la frase demasiado fuerte —ella no quería insultar sino ilustrar—. Se refería a la actitud de los hombres en torno al sexo y lo que buscaba ejemplificar era la disposición automática de los varones a reaccionar ever–ready ante cualquier posibilidad de tener un intercambio carnal. Y ése es el leit–motiv que impulsa a Carmen, personaja de la novela Se busca impotente para convivir (Madrid: Foca, 1999), a tratar de alejarse de las parejas que la “persiguen” con el pene en erección permanente. Así llanamente: alejarse de los hombres que siempre quieren tener sexo con ella; aunque existen dos preguntas importantes: ¿Es así en todos los casos o en la mayoría? ¿No es ella una mujer demasiado pagada de sí misma que supone que todos quieren con ella?

Gaby Hauptmann, la autora, procura despejar la última duda y plantea una mujer en mitad de sus treinta, guapa, alta, delgada, de piernas espectaculares, cabellera pelirroja y deslumbrante —y exitosa en su negocio, por si fuera poco. Concedamos: es sujeto de deseo permanente de sus eventuales parejas (partenaires elegidos por ella, desde luego), pero está cansada de esa “obsesión masculina” y decide, después de despachar al novio en turno, poner un anuncio en el periódico solicitando eso: un hombre inteligente, sensible e impotente… ¿Es eso en realidad lo que desean las mujeres? Un tipo de grata compañía, que —como decían mis tíos— “sea toro que no embiste”, y que merced a su impotencia garantice “bulled proof” que su interés —y su amor— nada tienen que ver con la vulgaridad de la carne y sólo ondean la prístina bandera del amor espiritual, intelectual e impoluto.

Ella misma es cuestionada por su primer candidato, quien consigue sembrar la duda acerca de si en realidad le apetece un hombre que no pueda satisfacerla en la cama… y aunque Carmen duda y reflexiona, descarta la duda mientras Hauptmann aprovecha esos primeros cuestionamientos para ir dejando claros los argumentos femeninos contra la actitud “persecutoria” que significa verse “señalada” por el índice en ristre que parece significar un pene en erección.

Carmen disfruta las caricias arrobadoras de su galán y ese abismamiento en la vorágine de la carne la llevan a desear que su David recupere la potencia: ¿en qué quedamos? Y ahí comienza un extraño calvario que la lleva a buscar en psicólogas y brujas un remedio para su amado.

Sí, reconozco esa circunstancia: Mi pareja me toca y de inmediato el vecino de abajo se siente aludido, quiere participar y se hace presente in–me–dia–ta–men–te… y —ahora sí, como dice mi amiga— como perrito mi bajo vientre muestra su disposición. ¿Qué ocurre?: ella se siente “agredida” por la insinuación y lo que para alguna pudiera significar el natural reconocimiento físico de la atracción que genera en mí, para otra —¿para la mayoría?— es una especie de acoso y la cosificación de su persona. Dónde se pone la línea… ¿Los hombres debemos besar a nuestras parejas procurando alejar nuestro pubis para evitar malos entendidos? ¿La pulsión que nos despierta nuestra pareja es persecutoria? ¿Es el pene en erección un arma cargada de agresión? Carmen no habla de los hombres —en general— sino de sus parejas; claro, de ahí extiende la generalización —y caracteriza a sus parejas con esa sola pretensión—; acabaríamos pronto si la deducción fuera que ella equivoca sus elecciones de pareja, así que demos el privilegio de la duda y sigamos leyendo. Al paso de los capítulos alguna amiga le hace reflexionar en que ella, bella, es privilegiada, no así, por ejemplo, su secretaria (poco agraciada) que se encanta con los requiebros de su galán. Carmen, pues ¿es demasiado susceptible al cortejo masculino?

En su búsqueda conoce algunos hombres, tanto de los impotentes (dis)funcionales como de los que a pesar de su “capacidad diferente” mantienen pensamientos machistas y controladores. Desde luego, como mujer empoderada no departe sino con los primeros que son sensibles, simpáticos, caballeros, cordiales y, cayendo en el cartabón: guapos. Los elige a partir de las cartas que le envían, y si bien descarta a varios da con un primer joven atractivo que cede a una mejor causa, y finalmente con un elegido: la encarnación de sus deseos: apuesto, galante, simpático, detallista; de gran charla, con los “accesorios” necesarios e impotente, y así la relación progresa.

La impotencia de su pareja, empero, no le impide disfrutar de su savoir faire sexual. Carmen disfruta las caricias arrobadoras de su galán y ese abismamiento en la vorágine de la carne la llevan a desear que su David recupere la potencia: ¿en qué quedamos? Y ahí comienza un extraño calvario que la lleva a buscar en psicólogas y brujas un remedio para su amado.

Imagen del programa de la TV inglesa «The Secret Life of Human Pups», 2016.

¿Qué distingue a David de aquellos otros que la “perseguían” con el pene en ristre? ¿Qué la supo conquistar? ¿Que ella se enamoró de él? ¿Que logró despertar en ella un irresistible deseo? ¿O es que Carmen sólo esperaba al adecuado?

En esta época de ultracorrección política, de calamitosos malentendidos, de renovación de los discursos masculinos y de una insoslayable necesidad de respeto por el cuerpo del otro (de la otra), no sé, definitivamente no sabría cómo conducirme si la mujer que me gustara me pidiera besuquearla pero ni por asomo pretender ir más allá… por lo menos unos meses hasta que no quedara absolutamente claro que mi interés sobrepasa lo carnal y —dado el caso— sólo pudiera habitar el limbo del Nirvana.

¿Cuál será la etiqueta correcta en los matrimonios “igualitarios”? ¿Cómo establecer una línea entre la espontaneidad de la seducción y el respeto a la autodeterminación de los cuerpos? ¿Acordar una pregunta clave y enviarla por whatsapp?

De ninguna manera presuponer o intentar el abordamiento que roce la rudeza o la insinuación directa, me imagino.

¿Cómo inventar el código de palabras, gestos, acciones que señalen la disposición mutua que respete lo necesario y seduzca lo suficiente? Ahí tienen, chiquillos, una cuestión más para reinventar la masculinidad. Chicas: una tarea pendiente para evitar los malentendidos. ®

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Publicado en: Libros y autores

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