¡Que viva México!

¿Opus magnum de Luis Estrada?

Quien busque una película sobre la falsa 4T no la encontrará. Estrada no es acrítico pero no hizo algo que equivalga a La ley de Herodes: lo que esa película es al régimen del PRI no lo es ¡Que viva México! al proyecto de López Obrador.

Fotograma de ¡Que viva México!

El 23 de marzo se estrenó la nueva película de Estrada; ese mismo día fui a verla. Quizá esperaba demasiado, lo confieso, y por eso no me pareció una gran obra. Es una buena película, bien hecha y bien actuada, pero no creo que sea la mejor de Estrada. Mucho mejor que Bardo de Alejandro González Iñárritu sí, pero no mejor que La ley de Herodes. Ni su igual. En forma y fondo pueden parecer muy cercanas pero “La ley” sigue siendo insuperable. E inigualable.La solvencia técnica de Estrada como director de cine no está en duda —yo no la cuestiono, ni me atrevería a hacerlo—; lo que encuentro discutible en ¡Que viva México! es la dirección de la construcción argumentativa. Me dejó con la sensación de una oportunidad fílmica–crítica desperdiciada.

Quien busque una película sobre —y sólo sobre— la falsa cuarta transformación de México no la encontrará. Estrada no es acrítico pero no hizo algo que equivalga a La ley de Herodes: lo que esa película es al régimen del PRI no lo es ¡Que viva México! al gobierno–proyecto de López Obrador. El palero Hernández ya chilló pero sólo porque tenía que chillar: tenía que comentar en contra, exagerando, sin razón, porque es palero y cualquier cosa que no sea elogio al presidente le parece crimen patrio. Estrada también critica a cierto sector social antiobradorista, confundidamente antiobradorista… Y sus críticas al amor de Hernández no son menores pero son circunstanciales (de las circunstancias de la familia Reyes) y no constantes, en el sentido de que la película es sobre esa familia como supuesto microcosmos mexicano, no exactamente sobre AMLO, “la cuarta” ni la vida política actual. La ley… es sobre el sistema político mexicano de la época y desde ahí sobre el país que el PRI gobernó y formó, ¡Que viva México! es sobre el país actual, pero más allá del obradorismo, y desde ahí se incluye el fracaso obradorista.

La idea que filmó Estrada es que el problema de México es México, la sociedad y, por tanto, su cultura general, no un gobierno solo ni un régimen político o económico local o nacional, sin decir que ni lo individual ni los gobiernos y regímenes influyan. Del PRI como problema a México como el problema. Eso y el capitalismo gringo… Estrada sugiere o implica que hay cosas que López Obrador no ha cambiado ni puede cambiar. La obviedad de que no todo puede/podía cambiar —ni para bien ni para mal— porque cambiemos/cambiáramos de presidente. Es una obviedad que nadie en el obradorismo reconoce y que no toda la oposición usa como punto de partida.

El resto de las críticas se dirige a lo que Estrada ve como rasgos culturales o de la mexicanidad. ¿Cuáles? Tal es el centro de la película, así que vayan a verla… ¿Se excede Estrada al respecto? ¿Hace una generalización total e inflexible? ¿Apunta una esencia histórica, mayoritaria y modificable?

Acaso la usemos en grados muy distintos, pero esa posición estradiana es una que comparto, pues insisto en que AMLO es un problema, no la solución, y que hay que criticar al poder, que hoy es principalmente AMLO, pero también digo que es justo criticar los pasados, sus continuidades negativas en el presente y romper con ellas. López Obrador no puede cambiar todo, y lo más importante que puede cambiar o intentar cambiar no lo ha hecho; por lo mismo, así como ha destruido (programas, mecanismos y organizaciones) o intentado destruir para mal (el INE, por ejemplo), ha conservado o continuado también para mal (la política fiscal, la Prohibición de drogas y por tanto “la guerra” genérica, la corrupción y la impunidad enormes, el nivel o profundidad de la desigualdad socioeconómica, etcétera). López Obrador no es lo que dicen los obradoristas ni lo que dice la parte más derechista y simplista de la oposición. Es, él como presidente, un problema, no menor, por lo que ha destruido, lo que intenta destruir y lo que no ha cambiado para bien, y no es el único problema del país.

Así, ¿cuál es puntualmente nuestro desacuerdo? Hacia allá íbamos, hacia allá vamos.

Específicamente, las críticas de Estrada a AMLO son por decir que ya no hay corrupción —desaparecida por “arte de magia”—, no ser tan diferente de los gobernantes anteriores, haber aumentado la pobreza —hablando contra los “fifíes” pero sin alterar siquiera sus bases económicas— y tener intenciones reeleccionistas. Coincido plenamente con las tres primeras. El resto de las críticas se dirige a lo que Estrada ve como rasgos culturales o de la mexicanidad. ¿Cuáles? Tal es el centro de la película, así que vayan a verla… ¿Se excede Estrada al respecto? ¿Hace una generalización total e inflexible? ¿Apunta una esencia histórica, mayoritaria y modificable? Sólo queda decir que no todos esos problemas culturales los creó el PRI, pero tienen que ver de muchos modos con la dominación priista y López Obrador con ella: es no sólo uno de sus verdaderos herederos culturales sino su máxima esperanza de resurrección. En este sentido, Estrada podía criticar más el proyecto y los resultados obradoristas, dándoles no toda la historia pero sí más centralidad, con más filo y merecida burla. AMLO no va contra lo que critica Estrada, es impotente contra todo ello, hasta indiferente, si no confundimos la retórica con la realidad. Y que no lo pueda todo para bien o para mal no quiere decir que no pueda nada ni deba intentar otra cosa sobre los grandes problemas mexicanos, políticos, económicos y también culturales. Así, Estrada podría haber hecho algo equivalente o mucho más cercano a La ley de Herodes.

Estrada podía criticar más el proyecto y los resultados obradoristas, dándoles no toda la historia pero sí más centralidad, con más filo y merecida burla. AMLO no va contra lo que critica Estrada, es impotente contra todo ello, hasta indiferente, si no confundimos la retórica con la realidad.

Sin duda, es posible hacer una película satírica enteramente dedicada a la dizque cuarta transformación: su experiencia da para un banquete ibargüengoitiano: “la mañanera” en sí misma, defensas de AMLO a Trump o del supuesto héroe popular de izquierda a un multimillonario movido al fascismo, defensas de Slim a AMLO o del hombre más rico del México injusto al supuesto salvador de los pobres, incansable verborrea contra los ricos y la riqueza pero ni un centavo más de impuestos a su ISR ni innovación fiscal alguna contra la riqueza extrema, “megaobras” absurdas como la refinería inaugurada sin refinar, aeropuerto internacional que no es internacional pero que es tan nacional que hasta himno lleva, ceremonias de Estado para un avión de mensajería, robos en el Instituto para Devolverle al Pueblo lo Robado, el nombre mismo de este Instituto, críticos del poder que no critican sino alaban al nuevo poder que apesta a viejo, es decir, paleros como Hernández, con compañeros de viaje al centro del erario como un ultraderechista expresidente del PAN, y don Manuel Bartlett de nuevo en la vieja plenitud del pinche Estado… Pero aun si “la 4T” no fuera la protagonista, si se trata de una película sobre el problema sociocultural mexicano, se podría con toda razón darle un mayor lugar crítico: precisamente por no ser la cuarta transformación histórica de la que habla AMLO, y por no ser lo que podría y debería ser un proyecto de mejora mayoritaria del país, siendo la mayor simulación organizada y de mayor potencial negativo de nuestro siglo XXI. Porque la verdadera consecuencia máxima de la Revolución mexicana es el priato, con todo lo que eso tiene de conexión con el porfiriato, y López Obrador se transformó en el máximo negador de todo proyecto propio de la transición antiPRI —transición que existió, pero se quedó corta contra el PRI y lo priista como posterior problema político y cultural, que fue sucedida por gobiernos postransicionales que fracasaron múltiplemente, empezando por el de Vicente Fox, y cuyo fracaso aprovechó siempre AMLO, ahora en el poder con un proyecto que aprovecha cualquier cosa, contradictoria o no, que le permita hacer del obradorismo la nueva hegemonía, el nuevo PRI.1

El proyecto de López Obrador no es el cambio democrático, una “verdadera” transición a la democracia, ni el cambio de tipo de capitalismo, de uno de cuates a uno de mucha menos injusticia, ni el cambio cultural hacia delante; no se trataba más que de conquistar el poder, ejercerlo y aumentarlo, y no se trata hoy más que de lograr un poder duradero en el que, sea quien sea presidente, en el centro esté la figura de AMLO. ¿Cómo no criticarlo más? ¿Por qué no? Es perfectamente posible sin exagerar de fondo ni reducir incorrectamente el país a un hombre.

No se pierde el tiempo viendo la nueva obra de Luis Estrada —y aunque es muy larga no pasa lentamente— pero parece que su director nunca alcanzará el nivel y la armonía de forma–fondo que logró en La ley de Herodes, sin duda su mejor película aún. Y la que seguirá teniendo mayor valor e impacto culturales. ®

Nota

1 Ninguna Revolución (de las Revoluciones con mayúscula), ni una sola, creó un régimen democrático; todas, literalmente todas, causaron un regreso imperfecto al antiguo régimen; no regresaron a algo idéntico pero tampoco produjeron algo muy diferente, sí algo emparentado, similar o muy similar. Así,  en México se pasó, vía la Revolución, de la dictadura de un militar, con su partido informal y fuerzas locales de reflejo, al autoritarismo de un partido hegemónico comandado por porfiritos sexenales, sistema en el que los militares no dejaron de hacer política sino que la hicieron también sin uniforme y en el que el capitalismo siguió diseñado para permitir una gran desigualdad tras una recomposición de la clase alta (y dijera lo que dijera cualquier artículo constitucional). La diferencia entre el porfiriato y el priato existe pero en el fondo no es Radical. El presidencialismo autoritario siguió siendo el eje. Desde éste y contra éste, poco a poco, la transición democrática mexicana no fue de 2000 a 2018, ni de 2018 en adelante, sino de 1977 a 2000. La postransición, que no consolidación democrática, fracasó en tanto no desmontó o destruyó lo que quedaba del sistema priista una vez muertos su sistema electoral, la hegemonía del partido y los poderes metaconstitucionales del presidente, y porque no logró una economía más justa o menos desigualitaria. Esto ayudó a López Obrador, a quien no le importa la situación siempre y cuando pueda gobernarla, sea estable y traducible en suficientes votos para él y su partido, colocado por él mismo como aspirante a nuevo hegemón. AMLO es, como he dicho en otras ocasiones, priista pero también su propio tipo de priista.

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Publicado en: Cine

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