¿Sirvió de algo la marcha por el INE?

¿Una victoria pírrica el domingo 13 de 2022?

El problema con las marchas es que ni el sistema político está diseñado para hacer responsables a los funcionarios y que la ciudadanía misma no está dispuesta a llegar a extremos con tal de defender aquello en lo que cree o lo que dice defender.

Marcha en defensa del INE.

A poco más de una semana de la marcha en “defensa del INE” y en “defensa de la democracia”, me cuestiono, nuevamente, cuál es el sentido de marchar y, como problema específico, el efecto de ese acontecimiento sobre lo que se vive en la “recta final” del sexenio de López Obrador.

¿Tuvo sentido la marcha? ¿Se logró algo con ella? En forma más general, la pregunta debería ser qué se logra con las marchas que tanto gustan en México.

Aclaro que esta reflexión no es acerca del derecho de manifestar apoyo o rechazo al INE, al gobierno o a lo que sea. Cuando he cuestionado la relevancia de las marchas se me ha respondido que es un derecho, como si por cuestionar la relevancia de las marchas estuviera proponiendo negar ese derecho. No es acerca de ese derecho en la época en que todo es un derecho sobre lo que tengo dudas, sino acerca de si en efecto las marchas se traducen en cambios en las políticas o en las acciones gubernamentales (o de empresas, si ése es el caso). ¿Qué se logra con una marcha más allá de manifestar apoyo o rechazo? Imagino que en el caso de un individuo que paga u obliga a que se marche en su apoyo que es la mera satisfacción por mostrar quién tiene y ejerce el poder, pero ¿sin dinero o coerción realmente hay apoyo? Es una apuesta de corto plazo que termina siendo arriesgada en el mediano y largo plazo.

La pregunta sobre la relevancia de las marchas puede parecer ociosa, a menos que se considere, como ejemplo, que las marchas relacionadas con los 43 estudiantes terminaron en un espectáculo y no en algo que llevó a un esfuerzo serio por determinar lo que pasó, encontrar a los responsables, hacer que se respetaran las leyes y, más que nada, buscar que el Estado de derecho fuera una realidad en el país. ¿Qué se logró con las manifestaciones en contra del gobierno y en apoyo de las familias de los estudiantes más allá de muestras de enojo, “solidaridad” y otro monumento/antimonumento? ¿Se logró algo más allá de dar oportunidades para que algunas personas mostraran su relevancia irrelevante y capacidad de desaparecer cuando las cámaras ya no estuvieran rodando, como algunos en la élite de la opiniología nacional? ¿No acaso la “verdad histórica” ha sido tan irrelevante como las investigaciones realizadas en el sexenio, ésas que han metido en problemas a Encinas, el leal de Palacio, con algunos militares? No se logró gran cosa con esas marchas si el objetivo era presionar al gobierno para que encontrara la “verdad” y a los “culpables”. Las investigaciones que se siguieron como respuesta “a las demandas sociales” siguen dejando en claro que no se sabe lo que pasó o que se sabe tan bien que no puede ser compartida esa información. Lo mismo se puede plantear respecto a las marchas sobre “el 2 de octubre no se olvida”, siendo que es un acontecimiento ya acartonado para individuos de cierta edad, o las marchas por el día de la mujer. ¿Ya no hay violencia contra opositores políticos? ¿Los feminicidios son historia del pasado? ¿Las mujeres viven en un país mejor?

Tal vez un problema con las marchas sea que ni el sistema político está diseñado para hacer responsables a los funcionarios y que la ciudadanía misma no está dispuesta a llegar a extremos con tal de defender aquello en lo que cree o lo que dice defender.

Lo mismo se puede plantear respecto a las marchas sobre “el 2 de octubre no se olvida”, siendo que es un acontecimiento ya acartonado para individuos de cierta edad, o las marchas por el día de la mujer. ¿Ya no hay violencia contra opositores políticos? ¿Los feminicidios son historia del pasado? ¿Las mujeres viven en un país mejor?

En cuanto a los funcionarios, aunque existan leyes que regulan su comportamiento y existan instancias para removerlos por mal comportamiento o abusos, parecería que esos mecanismos son de poca monta cuando la corrupción es un problema que no ha desaparecido, incluso ha aumentado, y no sólo con la llegada al poder de López Obrador, su familia y sus amistades. El problema será peor ahora, sin que por ello se pueda decir que no era un problema con los gobiernos de la transición y de la democratización. Quienes están protegidos en el gobierno pueden estar seguros de que las leyes son para otros, no para ellos.

En cuanto a la ciudadanía, ¿qué relevancia tiene ese actuar si no se está dispuesto a ir más allá del gusto por mostrar acuerdo o desacuerdo? Porque marchar no es una actividad tan costosa cuando se considera que defender un ideal puede resultar en la pérdida del empleo o, en casos extremos, la pérdida de la libertad e incluso la pérdida de la vida. Para llegar a los extremos se requiere tener ideales que se esté dispuesto a defender incluso con la vida. ¿Cuáles son esos ideales para el mexicano? Porque la Constitución, un documento legal, difícilmente representa ideales por los que se esté dispuesto a dar la vida. Lo mismo ocurre con los paisajes y la comida que tanto orgullo generan entre los mexicanos. ¿O sí se está dispuesto a llegar al extremo en defensa de la Constitución, los paisajes o la comida?

Se habló de la defensa de la democracia en la marcha más reciente. Si es el caso que la marcha es por defenderla, y no meramente al INE, ¿quiénes están dispuestos a detener, por cualquier medio necesario —desde resistencia pacífica hasta violencia—, las acciones en el legislativo para acabar con los arreglos que se han creado y que han resultado en el actual INE? No sólo eso, ¿realmente es acerca de la defensa de la democracia? Porque si la democracia es un fin, siendo que es un medio para fines reales, ¿se está dispuesto a un sacrificio en nombre de ese ideal intermedio? ¿Acaso quiero la democracia porque puedo votar por representantes que ni conozco ni en realidad representan mis intereses, sino los suyos o los de sus partidos y en último lugar los de la ciudadanía a quien dicen representar? ¿No acaso la democracia sería un medio para poder realizar mis ideales, para lograr lo mejor de mí mismo, y no sólo poder marcar una papeleta y que se respete esa marca? Asumo, tal vez erróneamente, que en este amor por la democracia se incluye el amor por las libertades. Como sea, surge otra duda: ¿cómo es posible querer defender al INE como herramienta para la democracia, al menos electoral, si al mismo tiempo el país se militariza cada vez más, precisamente una condición contraria a la democracia y a las libertades? ¿Y qué decir cuando se considera que el narco no sólo representa un problema a la estabilidad y a la salud, sino a la democracia misma? ¿El INE puede con todo eso?

El problema, en síntesis, es: ¿hasta dónde están dispuestos a llegar quienes se manifiestan en contra de una propuesta que busca reducir la autonomía en el conteo de votos, el regreso a la época del carro lleno y las elecciones amañadas desde Gobernación y favorables al partido en el poder, aunque en la propaganda oficial se alegue que ni se pierde la autonomía de lo que sería el nuevo INE y se ahorrarían 20 mil millones de pesos, seguramente para seguir con el saqueo sexenal porque se acabaron el dinero en dos años? Porque la gigantesca duda y problema es que si la ciudadanía que marchó no está dispuesta a ir más allá de manifestarse, entonces desde el gobierno saben que podrán hacer muchos cambios sin tener que enfrentar grandes consecuencias. Ya lo hemos visto. ¿Y qué hacer cuando la gran mayoría está decepcionada con la democracia? ¿O vamos a ignorar esa evidencia?

El juego entre la ciudadanía y el gobierno ha pasado a ser más perverso de lo que ya era. Ellos saben que pueden abusar y que lo máximo que pasará serán quejas, opiniones anodinas de los indignados morales, parodias sin chiste de un payaso y su lector de noticias, verificación de datos y aseveraciones en que se muestra que ellos están mintiendo. ¿Y? La base de beneficiarios, la clientela, no le importa nada de eso. Están “mejor” ahora que con los anteriores porque la visión de corto plazo y con base en mala información es algo muy humano. Están ilusionados con el Mago de Oz tropical y no tienen razón alguna para dudar de su sinceridad y honestidad. Han comprado con gusto el paquete completo del mago de las ilusiones. No se cuenta con esos individuos para detener las consecuencias de lo que se creó en 1917 y que un grupo ha sabido aprovechar al máximo y con base en lo que se hizo y aprendió en todos los años previos a que llegaran al poder.

Están ilusionados con el Mago de Oz tropical y no tienen razón alguna para dudar de su sinceridad y honestidad. Han comprado con gusto el paquete completo del mago de las ilusiones. No se cuenta con esos individuos para detener las consecuencias de lo que se creó en 1917 y que un grupo ha sabido aprovechar al máximo.

Más allá de lo que esté o no dispuesta a hacer la ciudadanía que marchó, y la ciudadanía que podría actuar en defensa del INE sin una visión que parezca incluir los defectos de una burocracia más que criticable y el actuar mediocre de algunos de sus titulares (¿alguien se acuerda de Andrés Albo, presidente provisional, o de Luis Carlos Ugalde, ese que ayudó a confundir en cuanto a los resultados de la elección de 2012?), está un segundo juego, no entre la ciudadanía opuesta al actual gobierno —uno que ha sido más desgobierno que gobierno—, sino entre quienes organizaron la marcha y el gobierno. Aclaro que no es un juego meramente entre el titular del INE y el del poder ejecutivo. Es más que un conflicto entre dos individuos, por atractivo que sea personalizar todo en este país y llegar al extremo de todo verlo con base en “el tiempo presidencial”. Córdova y López Obrador son la parte visible de grupos, tienen seguidores que les cierran algunas opciones para actuar en formas diferentes, no tienen control sobre todo lo que quisieran tener y no son los únicos que pueden tomar decisiones. La política es más que lo que hagan los individuos visibles.

Quienes organizaron la marcha querían dejar en claro que hay apoyo por el INE. No es de extrañar que quienes participaron, organizaron y vieron con buenos ojos ese acontecimiento lo vean como un éxito. Hasta es posible que lleguen a creer que se mandó un mensaje claro —simbólico, pero claro, porque los símbolos no se prestan a diferentes interpretaciones—. Se calcula que participaron entre 500 mil y 800 mil personas, un número significativamente mayor al presentado por el equipo del secretario de Gobierno de la Ciudad de México, Martí Batres. Ellos calcularon que asistieron entre 10 mil y 12 mil individuos. Desde Palacio se mencionó que habían sido 60 mil. Las diferencias son considerables.

Las formas de conteo que se usan en otros países para estimar el número de asistentes (vea, por ejemplo, mapchecking) harían pensar que existe un serio problema con el sistema de conteo del equipo de la candidata, más que jefa de Gobierno, Sheinbaum, y de quien vive en Palacio Nacional, sin que por ello se pueda decir que los organizadores de la marcha no estén exagerando sus datos. El problema no es el cálculo final, sino el de saber cómo es que estimaron esos números. ¿Fue una estimación de lo que esperaban ocurriría o una estimación a partir de cuando apenas se empezaba a reunir quienes iban a marchar por parte de Batres, por ejemplo? ¿Se busca el mayor número que sea creíble para con ello presionar más al gobierno? Porque es indudable que se presentó un reto que ha causado molestia entre las élites en el poder.

Para The Associated Press, “La marcha de este domingo en Ciudad de México se convirtió en la mayor protesta contra el gobierno de Andrés Manuel López Obrador en lo que lleva de administración”. Es difícil creer que no exista el incentivo a decir que participaron menos o más personas de las que de hecho asistieron para dar mayor peso a la percepción que no sólo es de The Associated Press. Si en realidad fue la mayor protesta, ¿respecto a qué es la mayor y qué efectos puede tener sobre las decisiones y el actuar en Palacio Nacional?

A pesar de los números tan bajos calculados por Batres y asociados, y a pesar de la movilización que de hecho se logró, no se puede ignorar que el problema es respecto a qué son “muchos” o “pocos” en cuanto a quienes participaron en la marcha. Si se compara la asistencia estimada máxima respecto al padrón electoral o respecto a la gente que votó en las elecciones presidenciales de 2018, se puede alegar que la movilización fue realmente baja. Para el 11 de noviembre de 2022, el INE tenía registrados a 94,871,125 individuos en el padrón electoral. Si en efecto participaron un poco más de 800 mil individuos entonces no se llegó ni al 1% del padrón electoral. Eso dista de ser un apoyo significativo en favor del INE. Sin embargo, es irreal asumir que todo individuo tendrá interés en participar en una marcha, por lo que se podría considerar que habría un mayor interés entre quienes votaron en la elección presidencial de ese año, en particular entre quienes votaron por candidatos que no fueran López Obrador y quienes votaron por López Obrador y ya están decepcionados, desencantados o francamente hartos. En esa elección participaron 56,611,027 individuos. En este caso, marchó aproximadamente 1.5% de quienes emitieron su voto. Es muy posible que si sólo se considerara a quienes no votaron por López Obrador o ya se desencantaron que el porcentaje sería mayor, sin que por ello se pueda negar que para la casi totalidad no haya el menor interés por mostrar su apoyo por el INE.

Nuevamente, es difícil creer que esto sea un apoyo muy sólido y significativo al INE, incluso tomando en cuenta lo limitado de las comparaciones que he considerado. Sin embargo, no se puede ignorar que una minoría intensa puede lograr más que una mayoría desorganizada o, en tal caso, acarreada. Si quienes organizaron la marcha son esa minoría intensa entonces esos números no reflejan lo importante. Como comenté previamente, eso es lo que no me queda claro, que estemos hablando de una minoría intensa. ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar con tal de mantener los arreglos institucionales actuales y hasta dónde están dispuesta a llegar esa masa que es favorable al INE? Pensaría que no pueden confiar mucho en la masa. Más allá del INE, es posible considerar lo poco que la gente ve en lo que ocurre más allá de lo fácil de entender. Por ejemplo, ¿alguien está preocupado por los cambios que se han dado en el Banco de México desde que han entrado más leales a López Obrador? El papel de Banxico no es menor en la estabilidad financiera del país, pero sus acciones no son obvias o sencillas de entender, como puede ser el conteo de votos. ¿No acaso es preocupante el debilitamiento que se ha dado en el banco central? Por lo visto, se puede decir que es irrelevante lo que ocurra ahí. ¿Realmente se entenderá que es más que la defensa del INE?

El papel de Banxico no es menor en la estabilidad financiera del país, pero sus acciones no son obvias o sencillas de entender, como puede ser el conteo de votos. ¿No acaso es preocupante el debilitamiento que se ha dado en el banco central? Por lo visto, se puede decir que es irrelevante lo que ocurra ahí.

Otra comparación posible en cuanto al tamaño de la marcha es respecto a otras que han tenido lugar en la Ciudad de México, como la del 8 de marzo de 2020. Se estimó que había marchado más de 80 mil mujeres. De ser esa una de las marchas con mayor afluencia, entonces la marcha a favor del INE sería de poco peso si se hace caso a los datos oficiales —de ese gobierno en que se tienen otros datos y la pandemia les cayó como anillo al dedo— o sería la más importante, empequeñeciendo a cualquier otra marcha si se toman en cuenta los datos presentados por la oposición y organizadores. Sin embargo, si se considera que se estima que 22 millones de mujeres participaron en el paro del 9 de marzo de ese mismo año, entonces la marcha del INE es muy pequeña. ¿Cuál es la comparación correcta para poder estimar la relevancia, al menos para quienes participaron en ella? Dejando de lado la relevancia de los temas tratados en acontecimientos diferentes y que no son directamente comparables, es difícil creer que todo se pueda reducir a un problema de números o al ejercicio de un derecho. ¿En qué ha cambiado o en qué puede cambiar el actuar gubernamental gracias a la marcha en defensa del INE? Eso no lo podemos saber en este momento.

Hay un problema que no parece haber sido considerado. Si hay algo que le gusta a López Obrador es jugar el juego de la gallina, el juego más conocido entre los juegos de escalada o escalation games, como los que le gustan a Vladimir Putin (vea aquí, por ejemplo). En este juego, y adaptándolo un poco al contexto mexicano actual, al menos en forma verbal se recurre a hacer más tensa la situación, a crear mayores conflictos y la posibilidad de una crisis o un enfrentamiento abierto y violento entre “nosotros y ellos”, a menos que uno de los dos lados decida que es mejor evitar la confrontación abierta. Aunque tal vez pase inadvertido, el lenguaje político no sólo se ha vuelto favorable a crear divisiones y acusaciones, sino que se ha logrado pobreza en cuanto a la forma en que se entienden las capacidades, motivaciones y características del opositor. Más allá de si quien empezó eso fue López Obrador (¿alguien se acuerda de las finas peroratas de Carmen Salinas como diputada contra los opositores, por ejemplo?), el peligro es que la oposición ya está en ese mismo juego. Existe el riesgo de que al aceptar esa forma de comunicación se haya ganado mucho más desde Palacio Nacional de lo que se quiere aceptar. De ahí proviene un problema adicional en cuanto a lo que se pueda lograr con la marcha.

Encuentro difícil creer que los organizadores de la marcha del 13 de noviembre de 2022 no hayan considerado la posible respuesta del señor de las marchas y los bloqueos. Si no lo hicieron, y si no tomaron en cuenta el tipo de juegos que le gustan, entonces pueden haberse creado un problema adicional que los debilite más que cambios en las leyes. No es cuestión de tolerar y permitir todos los caprichos desde Palacio Nacional. No es a lo que me refiero. Era necesario mostrar que ya se han tolerado demasiados abusos. El problema, sin embargo, es el de saber si fueron estratégicos quienes organizaron la marcha. Al menos por el momento es difícil saberlo. Cabría esperar que la respuesta fuera que sí lo fueron. Imagino que eso se considera para este tipo de acontecimientos y que no es una mera reacción del tipo “somos mexicanos y los mexicanos siempre marchamos cuando estamos inconformes”. Pero si fue una reacción de ese tipo entonces se debe considerar la posibilidad de que se haya cometido un error debido a que no hubo claridad en cuanto a los extremos a los que se tenga que llegar para detener a quien hasta el momento no ha recurrido a la fuerza y la violencia para imponer su voluntad, aunque cada día parezca más inclinado a considerar seriamente esa posibilidad. ¿Podrían López Obrador y asociados usar esa marcha como un pretexto para desencadenar una crisis? Claro, ¿por qué habría de ser benéfica una crisis o el uso abierto de la violencia para López Obrador y asociados ante el reto planteado por la defensa del INE? Parecería que a quienes más les conviene la inestabilidad es a ellos para no perder en las elecciones de 2024, a pesar de que se diga que en las preferencias electorales (¡en noviembre de 2022!) es Sheinbaum quien ganaría (una mujer en este país machista y misógino no tendrá una presidencia sencilla). Hay más que una elección de por medio, empero.

Las Fuerzas Armadas no negocian. Imponen su voluntad. Tal vez sea cierto que no todo el personal en las Fuerzas Armadas comulga con las ideas de López Obrador y su movimiento cuasi–religioso transformado en partido político.

Por una parte, la militarización en el país habla del poco valor y peso que se les da a los procesos tradicionales de negociación. Las Fuerzas Armadas no negocian. Imponen su voluntad. Tal vez sea cierto que no todo el personal en las Fuerzas Armadas comulga con las ideas de López Obrador y su movimiento cuasi–religioso transformado en partido político. Eso es irrelevante si los individuos correctos en las posiciones correctas lo apoyan y están de acuerdo con el “proyecto de transformación” y desean que continúe, en parte por todos los beneficios que han recibido en este sexenio. Aun si el INE no sufre cambio alguno, siquiera en las leyes secundarias, ¿qué garantías existen para su continuidad bajo un régimen en que los militares tomen cada vez más decisiones? A esto se debe añadir otra incómoda realidad. El narco ha mostrado tener la capacidad de determinar algunos resultados electorales. Hasta el momento, eso ha beneficiado a Morena y sus posibilidades de continuar en el poder, con o sin el INE.

Por otra parte, si es cierto que hubo un cambio de régimen con la elección de 2018, quienes accedieron a las posiciones de poder y control de los recursos gubernamentales no van a querer dejar por las buenas los privilegios que ahora tienen y que tanto criticaban a “los anteriores” —de ahí lo atractivo de tener también los “privilegios” del INE—. No es sólo López quien pierde si no gana la mayoría en el Congreso, en los estados y el premio mayor de la presidencia, sino todos aquellos que han recibido beneficios y acceso que de otra manera no habrían recibido. Esos seguidores tienen incentivos y recursos para presionar a López y su círculo para no perder lo que han ganado y, en caso necesario, para provocar inestabilidad para el INE y todos aquellos que pudieran quitarlos del poder. Perderían demasiado si pierden lo que han obtenido desde diciembre de 2018. ¿Hasta dónde estarían dispuestos a llegar con tal de continuar siendo la nueva élite, aunque nieguen que lo son? De ahí la relevancia de saber hasta dónde estarían dispuestos a llegar los ciudadanos en defender al INE y no sólo a esa burocracia.

Lamentablemente, parecería que se tiene una visión muy limitada en cuanto a los retos que se viven en el país y que, por ello, cause tanto entusiasmo una marcha. Si bien es cierto que es mejor tener un INE con defectos que una Secretaría de Gobernación en que se determinen los ganadores electorales, también es cierto que los ataques al INE y los peligros que enfrenta lo que se considera la democracia en México van mucho más allá de la defensa del INE o el recurso a una marcha como muestra de desacuerdo con lo que se planea en Palacio Nacional para ser ejecutado por el poder legislativo. Pareciera que se tiene una visión de embudo en el que un problema no está relacionado con otros, en que una muestra de rechazo se ve como una victoria cuando es sólo una muestra de rechazo, en que una elección perdida por Morena es un triunfo que debilita al partido que ha destruido mucho que no está siendo reconstruido y que sigue destruyendo o minando lo que funcionaba. De ahí que esa marcha pueda ser otra de tantas victorias pírricas. Pero, ¿qué esperar en el país en que se han desperdiciado todas las oportunidades posibles para acabar con el sistema creado en 1917 y perfeccionado por los años del PRI en el poder, ése que los gobiernos de la transición y la democratización no quisieron modificar de fondo? ®

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Publicado en: Política y sociedad

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