Sobre la obra de Rodolfo Baeza

Lecciones de psicología

A medio camino entre la gráfica, el diseño y la plástica, la obra de Rodolfo Baeza se nutre de la literatura, reflexiona sobre el cuerpo y explora las posibilidades del arte digital.

A medio camino entre la gráfica, el diseño y la plástica, la obra de Rodolfo Baeza (Ciudad de México, 1977) ha ido formándose por impulsos inconscientes, como las novelas de Sabato y Dostoievski. Siempre ha preferido retratar hombres vulnerables y sus obsesiones pictóricas van en la misma dirección: Egon Schiele (ergonomía de los cuerpos), Ashley Wood (humanos y robots en mundos distópicos), H. R. Giger (fantasía grotesca) y Edward Hopper (aislamiento social). Un quiebre, una ruptura, un cuestionamiento de las relaciones humanas. “Éste por ejemplo es un cuerpo de mujer explotado, y éste otro tiene unas pinzas saliéndole de la cabeza. No sé qué quieren decir, ni qué significan para la gente, pero para mí es muy placentero pintarlos”.

Moribundos en RGB o técnica análoga, los outsiders de Baeza pertenecen al ghetto de las superficies ocres y los morados luctuosos, la tinta china y el acrílico. A través de las manchas, los cuerpos cercenados y con orificios, Rodolfo explica: “Todos somos vulnerables, todos tenemos defectos y estamos tratando de sobrellevar esta vida. Nadie es invencible”, y revela que a los psicólogos les ha interesado mucho su obra. Luego dice: “No me disgusta. No me molesta que la gente comparta sus sentimientos conmigo. Yo en lo personal soy muy desordenado, y a los quince años pintaba exactamente los mismos personajes que ahora. Es lo que tengo adentro, seres adoloridos. Por eso retomé las artes visuales”.

Moribundos en RGB o técnica análoga, los outsiders de Baeza pertenecen al ghetto de las superficies ocres y los morados luctuosos, la tinta china y el acrílico.

La primera impresión que tuve de estas imágenes fue justamente la de las pruebas Rorschach. Baeza habló acerca de sus viejas lecciones con la pintura de Egon Schiele y empecé a notar una fijación subterránea que todavía lo domina: la corporalidad rota, y esto se vincula directamente con su background psicológico. Lo más interesante del asunto es que su estilo fluye compulsivamente. Hay tanto que aprender y tan poco tiempo que no vale la pena imponerse reglas. Baeza no es un domador de leones, sino el flautista que atrae al público para soltarlos. En este sentido, la liberación de las pasiones adquiere un rango especial. El circo es la destrucción del circo. “Los que durante tanto tiempo permanecieron indefensos, de pronto enseñan los dientes”, dijo Elías Canetti.

Tiempo, angustia, caos y extravagancia dialogan con la introspección. En la charla —que por momentos adquirió tintes de sesión terapéutica— Rodolfo mencionaba un par de anécdotas sobre el cine de Tarkovski y Jim Jarmusch. Recordó escenas de Stalker y Strangers than Paradise, y observé que su obra está en diálogo permanente con los exiliados, los que sienten de pronto demasiado grande el mundo para ser incluidos en él. “Yo me hice extrovertido”, cuenta, “porque para seguir en esta sociedad tienes que hacer concesiones. Siempre sentí que yo era rechazado, y este mismo rechazo me fue llevando a la introspección. Pero luego me dije: Bueno, ya, voy a cambiar. Y desde hace cuatro años decidí volver a la pintura”.

La sesión concluyó tras una llamada de la esposa de Rodolfo. Veinte minutos después nos estrechábamos la mano y prometí que le enviaría un escrito en cuatro días. Lo que tarda en despertar un muerto. Aproximadamente. ®

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Publicado en: Abril 2011, Gráfica

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