Yo vi al hombre invisible

En las costas de Guerrero

En el pueblo de Pantla, en las costas de Guerrero, un disparo con una pistola electrónica volvió invisible al Tortugo. Aquí, la historia completa de este extraño caso.

Ovnis en la playa. Ilustración de completefrance.com

Caso 01117: “El Tortugo”

Mi nombre es Reynaldo Camarelo, periodista mexicano egresado de la Universidad Autónoma de México. Será realmente lo único que comente sobre mí porque aquí lo importante es darle voz al caso que me explotó en la cara y desmoronó cualquier paradigma que yo jamás hubiera imaginado. Me jacto de ser una persona escéptica, y, como buen periodista, a las pruebas me remito. Sin embargo, el caso del Tortugo, quien prefiere mantener su identidad en el anonimato, es para mí la  historia que cruzó la delgada línea entre lo irreal y lo maravilloso. Su protagonista está empapado de una humildad inigualable y ahora utiliza lo que él llama un “don” para hacer el bien a la naturaleza y a quienes lo rodean. Un héroe mexicano, caray.

A continuación me doy a la tarea de vaciar en palabras la entrevista que me permitió grabar este personaje, quien se presentó ante mí cubierto por completo, sin dejar ver un centímetro de su piel. Era un típico y caluroso día en las costas de Guerrero, lo vi llegar tan enigmático con una enorme gabardina, guantes, pasamontañas, lentes oscuros y unas botas de suela gruesa. Me pareció ridículo, pues yo mal vestía unas bermudas del día anterior, sandalias y una playera de cáñamo; armado sólo con mi grabadora y un montón de relatos que contaban los locales sobre el Tortugo.

En el pueblo de Pantla aseguraban que el hombre era invisible y yo no me quedaría con habladurías, tenía que descubrir cuál era el truco.

(Texto de la entrevista. Cabe mencionar que no fue modificado ni se le agregaron observaciones. A continuación se presenta el relato narrado en propia voz del Tortugo.)

—Siendo las dos con cuarenta y cinco de la tarde del día once de noviembre, yo, Reynaldo Camarelo me encuentro presente con Juan N, alias “El Tortugo”. Por favor, mi estimado, cuéntame tu historia, ¿por qué se dice que eres invisible?

—Buenas tardes, Reynaldo. Primero te quiero agradecer por tomarte el tiempo de venir hasta acá para escuchar mi historia. Esto comenzó hace ya casi seis años. Unos dicen que me desaparecieron, otros que me di a la fuga, que me mataron, que soy un espíritu porque me echaron una maldición, ya ves cómo son en los pueblos. Yo me siento más como un ayudante o un cuidador de mi gente.

—Vaya, estoy frente a un héroe mexicano, entonces.
—No, no tanto así, yo no tengo súper poderes, sólo soy invisible.
—Sólo invisible, muy bien… y me podrías contar ¿cómo pasó eso?

—Sí, señor, por supuesto. Me acuerdo clarito de que era una noche de junio en el mero desove de las laúd, yo andaba dando mi rondín, como normalmente lo hacía, atento porque los pescadores del Meño me dijeron que habían visto saqueadores las noches anteriores. Esa noche iba solo, mi hermano se había desvelado mucho la noche anterior y me pidió chance, ya me tocaba, yo creo, porque todo hubiera sido diferente si hubiéramos estado los dos. Yo digo que cuando te toca aunque te quites, y cuando no, pus aunque que te pongas.

Te juro que lo traía en jaque, le iba ganando y en eso que alcanza algo de su mochila, una pistola bien chistosa que parecía de juguete, me apuntó y yo hasta me reí de él porque pensé que era de mentiras, ¡nombre!, que le jala y fue lo último que supe de mí.

Andaba sin luz para cachar a los cabrones rateros, además de que luego con las lámparas las tortugas se encandilan y el huevo sale güero. Iba caminando al paso, ahí por playa linda y vi un man con una mochila hincado sobre un agujero de desove con la tortuga en plena puesta. Yo le grité y se quiso echar a correr, pero la mochila estaba pesada y como que no se quería ir sin ella, así que lo alcancé y empezamos a forcejear. Lo agarré descuidado, que, si no, yo siento que hubiera sacado pistola y no la cuento. Me golpeó en la cara pero era más chiquillo que yo, así que lo senté de un madrazo. Te juro que lo traía en jaque, le iba ganando y en eso que alcanza algo de su mochila, una pistola bien chistosa que parecía de juguete, me apuntó y yo hasta me reí de él porque pensé que era de mentiras, ¡nombre!, que le jala y fue lo último que supe de mí.

Recuerdo así, muy lejano, que vi como si de la pistola hubiera salido un rayo de los de las tormentas y que me da derechito en la panza. En ese momento sentí como si me hubieran electrocutado, me torcí y caí al piso desmayado.

Hasta el día siguiente abrí los ojos, ya estaba clareando y el fulano ahí seguía tirado en el piso con la pistola al lado medio sangrado por la madriza que le metí, pero vivo. Me levante así medio… ¿cómo te diré?, apendejado, pues, es que sí fue buen putazo de electricidad lo que me dio. Y que me levanto a quitarle la pistola pa’ que no me fuera a dar otro chingadazo con esa madre cuando despertara. Entonces al estirar el brazo para recogerla de entre la arena no me vi la mano, luego que voy subiendo subiendo la mirada y tampoco se veía mi brazo, traía una camisa de manga corta, empecé a tocarme todo el cuerpo y bien raro porque sí se sentía y allí estaba mi ropa, parecía flotando, pero no se veía nada de mi piel. Me entraron los nervios bien gacho, hasta quería llorar, y dije: ¿Pues qué chingaos me hizo este wey? ¿Me mató? ¿Estoy soñando o qué vergas?

La neta, tardé un ratillo en agarrar la onda, hasta me pellizqué para ver si no se trataba de un sueño. No me dolía nada pero no sabía qué show. Abrí la mochila del man y no había nada, nomás estaba repesada, así que supongo que lo que había adentro era invisible, pues, así como yo.

En eso que se estaciona una trocota bien placosa con vidrios negros y se bajaron unos vatos muy catrines con trajes negros, así que le corrí a esconderme; digo, ya era transparente, pues, pero mi ropa parecía que flotaba. Agarré la pistola y me eché a correr, nomás que me vieron, bueno, a mi ropa. En eso que alcanzo a mirar que sacan pistolas de verdad y no me quedó de otra que encuerarme para que no supieran dónde quedó la bolita.

Total, que los perdí y escondí la pistola. Luego vi que subieron al man inconsciente a la camioneta, la mochila y ¡zas!, que se van.

N’ombre, la neta los días siguientes eran para volverse loco, porque pareció que dejé de existir. Imagínate si les llegaba a mis jefes invisible y les hablaba, ¡no chingues!, hasta un infarto le doy a mi jefita.

La neta sí chillé, bro, pa’ que te digo que no, sentí gacho, que se me había acabado mi vida. Me tocó ver a mi familia llorar por no saber nada de mí. Encontraron mi ropa y presentaron la denuncia con los polis aquí en Zihua y haz de cuenta que yo andaba con ellos para todos lados, pero pos no me veían. Escuché lo que los de la fiscalía les dijeron y cuando salieron pensé: Ya, me voy a poner un pasamontañas y así le digo aunque sea a mis jefes, porque sentía que mi amá se me iba a morir, nomás que justo cuando iban saliendo de las oficinas que voy oyendo a dos cuicos que se secreteaban.

¿Es el que nos encargaron?
Así es, camarada, pero con discreción, si no los güeros no nos pagan.
Pero, ¿qué habrá hecho ese cabrón? Al grado de que los gringos lo anden buscando.

Entendí que algo así de tráfico de animales. Imagino que a este wey se le hizo fácil y andaba pasándolos al gabacho para alguna nueva droga, ya ves que los gringos se las pintan solos para esas mamadas.

¡No mames! ¡¿Me estaba buscando el FBI?! Y sabe qué otra pinche agencia de los gringos. Estaba en shock. ¿Tráfico de qué? No mames, yo ni hice nada, no era lógico si mi apá y su apá y el abuelo de mi apá nos hemos dedicado a cuidar de las tortugas laúd desde hace un chingo

Pues a darnos la recia, a la mera y podemos hacer un agostito si lo encontramos primero.
Simón, no creo que se haya ido muy lejos.

Me quedé así de: ¡¿Qué?! ¡No mames! ¡¿Me estaba buscando el FBI?! Y sabe qué otra pinche agencia de los gringos. Estaba en shock. ¿Tráfico de qué? No mames, yo ni hice nada, no era lógico si mi apá y su apá y el abuelo de mi apá nos hemos dedicado a cuidar de las tortugas laúd desde hace un chingo, por eso todo el pueblo nos conoce como “los tortugos”, le pueden preguntar a cualquiera.

Cada año estos animales llegan a nuestra tierra a desovar a mi querido Zihua, pero la vida aquí ya no es como cuando ellas empezaron a venir, ahora las playas están llenas de turistas hediondos a coco, quesque conectando con la naturaleza y esas mamadas en hoteles lujosos que no hacen más que desechar un montón de cochinadas al agua y las pobres tortugas qué van a saber si han nadado cientos de kilómetros. Llegan recansadas a la playa sólo para la puesta y unas horas después van de regreso al mar, a encontrarse con sabrá Dios cuántas cosas, gaviotas, peces, tiburoncillos y demás. Por si no fuera suficiente, aquí la gente maleada todavía se las pone más difícil.

Por eso el papá de mi abuelo improvisó un techito donde empezó a cuidar de los huevos. Los recogía en cuanto las hembras se iban y los cuidaba de las gaviotas porque son bien mañosas, llegan temprano cuando la arena aún está floja por la marea, le rascan a la tierra y pus desayunan sabroso. Al final de la temporada sobrevivía apenas una cuarta parte de los huevos. Luego a mi papá y al abuelo se las pusieron más difícil todavía porque en el setenta y dos fue cuando construyeron el montón de hoteles aquí en la zona del palmar. Ya no sólo era cuidar de los peligros naturales, sino también andar peinando el área en lanchas por si se atoraban en redes de pesca porque había gente queriéndolas vender a los riquillos que se querían lucir en sus casotas; otros que porque la carne de tortuga no sé qué, que el caparazón pa’ limpias de brujería y luego los saqueros les querían dar baje a los nidos, que porque los huevecillos son afrodisiacos. ¡Los míos también y no los ando vendiendo! Chingao, me da harto coraje.

¡Ah jijo, pero ya me desvíe de la historia! Después de que oí decir eso a los polis me les pegué unos días para ver de qué más me enteraba, y un día que veo llegar a un güero muy trajiao, sólo que no me les pude acercar para escuchar porque ese man sí se veía listo, pensaba que me iba a sentir, mi presencia, pues, total, que cuando salió de la fiscalía lo seguí y me colgué en la camioneta en la que iba, ¡n’ombre!, pinche miedo, bro. Al final ya me quedé en cueros, ni me vestía en esos días porque andaba investigando, ¿qué tal que me cayera? El raspadón que me iba a acomodar y ni cómo ir a que me curaran si no se ve nada aunque me corte o me rasgue la piel. Total, que le dieron un buen rato entre las brechas, cada vez más y más lejos del pueblo y llegamos a un edificio con un alambrado, con hartos militares, hasta me acordé de las bases militares de las películas y pus así haz de cuenta.

Vi varias noches cómo flotaban platillos voladores con chingo de luces, entraban y salían aviones con militares y güeros bien presentados, hubiera querido descubrir cómo regresar a la normalidad, pero lo único que pude saber es que cuando hablan de mí dicen: el elemento veintiséis.

Ahí me pasé semanas, bro, hasta que hubo chance de entrar y ni te imaginas todo lo que vi en esos días, neta, de película, me cae que por eso los gringos hacen esas pinches pelís bien fumadas, de marcianos y esas madres. Vi varias noches cómo flotaban platillos voladores con chingo de luces, entraban y salían aviones con militares y güeros bien presentados, hubiera querido descubrir cómo regresar a la normalidad, pero lo único que pude saber es que cuando hablan de mí dicen: el elemento veintiséis. Yo, bro, la neta no fui a la escuela mucho tiempo y al chile se nota, así que la neta, la neta, caché muy poco de lo que chismeaban. Entendí que usaban los huevos de las laúd para hacer un tipo de gasolina, combustible, decían ellos, no sé para qué tipo de carros, pero por eso contrataron a varios saqueros de por aquí y el wey que me chingó. La cagó porque la indicación era no dejar testigos y yo me le pelé hasta con la pinche pistola, que es pior, ésa con la que me hizo invisible, por eso me andan buscando, pero ya me destruyeron la vida, bro…

Salí de ahí bien agüitado, la neta, y me regresé a Pantla. Casi siempre ando rondando a mi familia, los han ido a amenazar un chingo de veces, los están vigilando casi siempre. Un día se descuidaron y de unas de sus camionetas les robé unos lentes que son como de visión nocturna o no sé qué madres, pero sólo con esos lentes me puedo ver, fue de la forma que me animé a presentármele a mi carnal y él me ayudó a decirle a mi jefa, pero ya sabes cómo son aquí en los pueblos, mi jefa le contó a mi tía y mi tía a mis primas y así se fue regando el tepache, aunque nadie tiene pruebas, pues ahí traen su mitote en el pueblo.

Ya pasaron casi seis años de esta vida y la neta es que nomás no me he matado porque siento que esa noche diosito o no sé si ese wey o lo gringos o sepa la chingada quién me dieron este don, y ahora vieras qué chingon me la paso, ando encuerado todo el día, bueno, menos ahorita que te vine a ver, no pienses mal, no trabajo en nada que no valga la pena, me la paso cuidando a las tortugas, ando limpiando la costa, cuido a mi familia, es más, hasta a los weyes de la policía les he resuelto casos dejándoles pistas y ellos son los que se paran el cuello. Yo creo que me dieron esta oportunidad de volver a vivir y vigilar lo que realmente vale la pena, lo que nadie ve, pero es lo mero importante, eso que ahora es como yo: invisible.

Quise leerles el primer capítulo del libro que hoy les vengo a presentar, no sin antes agradecer infinitamente a la editorial que con valentía y compromiso apoyó y creyó en la veracidad de mis palabras. El caso del Tortugo llegó a mí en el momento indicado, cuando dejé de creer en mí mismo y lo que podía hacer, entonces vino este superhéroe mexicano a recordarme que aun sin pruebas visibles puede ser palpable el crecimiento y el éxito personal, sólo hace falta dejar de  mostrarnos como nos quieren ver y mejor demostrar lo esencial. Espero de corazón que les haya cautivado el principio de este trabajo y acepten mi invitación a conocer más sobre lo que el Tortugo me permitió ver de su invisible actuar en pro de nuestro país.

Después de ese breve discurso, me senté en una silla vieja que me prestó amablemente la encargada de la pequeña librería. Firmé un par de ejemplares para los administrativos de la editorial y los de las tres personas que asistieron a mi presentación del caso sobre el Tortugo. Uno de ellos era un emocionado adolescente delgado con brotes de acné, aficionado a lo paranormal. No puede evitar torcer un poco los ojos cuando me lo dijo, de los otros dos me dio la sospecha de que estaban ahí por mera coincidencia, quizás les agarró la lluvia mientras caminaban por la calle y para resguardarse se metieron al anticuado lugar que fue para lo único que dio el presupuesto de lanzamiento.

Aunque mi discurso decía todo lo contrario, me sentía más inseguro que nunca. Vivo en un México mágico en el que un caso como el que tengo en mis manos me puede llevar a la cima del éxito o hundir en lo más oscuro y recóndito del desierto norteño en un pozo cavado por mí mismo bajo las indicaciones de algún conspiranoico gobierno oculto.

De pronto uno de mis libros se azotó en el mostrador principal de la librería y comenzó a hojearse sin corrientes de aire que explicaran lo ocurrido. Unos segundos después paró en seco en la primera página donde estaba el título con letras Garamond, una extraña fuerza parecía sostener de manera vertical la pasta frontal del libro.

Cuando ya todos se habían ido y la encargada estaba por cerrar, le di el último sorbo al vaso de café barato que compré de camino al evento. ¡Qué asco!, ya estaba frío. Le hice gestos antes de arrojarlo al cesto de la basura y, reaccionando rápidamente, volteé a ver si la chica no me había visto. Por suerte se había ido al fondo del local a buscar sus cosas para retirarse, era el único en el lugar y no me quería salir sin agradecer a la señorita que por mero compromiso fingía que mi libro eran tan bueno que merecía un premio internacional de periodismo.

Sumergido en lo miserable de mis pensamientos, de pronto uno de mis libros se azotó en el mostrador principal de la librería y comenzó a hojearse sin corrientes de aire que explicaran lo ocurrido. Unos segundos después paró en seco en la primera página donde estaba el título con letras Garamond, una extraña fuerza parecía sostener de manera vertical la pasta frontal del libro desafiando a la gravedad.

Extrañado, me acerqué a ver qué estaba pasando. Cuando estaba a punto de poner mi mano sobre el libro una conocida voz me susurró:

Bro, en el fondo de tu corazón sabes que yo soy igual de real que tu talento y tu hambre de conquistar el mundo. Somos invisibles, pero ambos sabemos que existimos, y eso es lo único que importa.
¿Me lo firmas?

Con el corazón a punto de salírseme del pecho, y sin poder decir una sola palabra, vi cómo la puerta se abrió y se cerró con fuerza en el mismo instante en que la chica regresaba del fondo de la librería caminando directamente hacia donde yo me encontraba con cara de estúpido; sonreía con su bolso en el hombro y me dijo: Uf, esta puerta vieja se va a desarmar un día de éstos con otro aire, ¡una disculpa!

Tomé el libro del mostrador fingiendo no saber lo que había pasado. Me despedí de ella y en cuanto giré la esquina abrí el libro. No sabía qué escribir. Tardé unos segundos, debía de ser un gran mensaje, el Tortugo no merecía menos de mí.

Al terminar cerré el libro lentamente, volteé a todos lados, esperando que él me estuviera viendo. Dejé el libro en el piso al lado de un bote de basura, me reincorporé, cerré mi chaqueta, metí las manos en los bolsillos y caminé hacia la entrada del metro sintiendo en mi cara las ligeras gotas de la lluvia que empapaban mi sonrisa de ilusión nuevamente. ®

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Publicado en: Narrativa

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