Llanto por la muerte de un perro

Abigael Bohórquez, 1937-1995

Abigael Bohórquez, poeta sonorense, nació el 12 de marzo de 1937. Falleció de un infarto masivo, como mueren los poetas, en el mes de noviembre de 1995, a la edad de 58 años.

Abigael Bohórquez, 1995

Oh, poeta de poderosa y macha poesía, Abigael Bohórquez, poeta de todas latitudes, así definió Efraín Huerta, el Cocodrilo, al escritor sonorense, quizá el más trascendental de todos los tiempos en la historia de la literatura regional y nacional.

Abigael Bohórquez, poeta consecuente, vivió asumiendo una actitud vital ante su oficio. Constantemente marginado de la nómina institucional, el vate apostó lo que tuvo desde su talento, a la creación de su obra dramática y poética, esta última traducida en fechas reciente a los idioma francés e inglés, y se gesta también la traducción a la lengua portuguesa.

Abigael nació el 12 de marzo de 1937. Falleció de un infarto masivo, como mueren los poetas, en el mes de noviembre de 1995, a la edad de 58 años.

Actualmente su poesía circula y viaja a diferentes países en un recuento de poemas publicado por Mantis Editores, el cual lleva por título Poesía en prenda. Este ejemplar se presentó en la edición pasada de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

Si el poeta muere, la poesía tal vez permanezca para siempre; en este caso Abigael permanece. Aquí un poema, quizá el más conocido por los lectores:

Llanto por la muerte de un perro

Hoy me llegó la carta de mi madre
y me dice, entre otras cosas: —besos y palabras—
que alguien mató a mi perro.

“Ladrándole a la muerte,
como antes a la luna y al silencio,
el perro abandonó la casa de su cuerpo,
—me cuenta—,
y se fue tras de su alma
con su paso extraviado y generoso
el miércoles pasado.
No supimos la causa de su sangre,
llegó chorreando angustia,
tambaleándose,
arrastrándose casi con su aullido,
como si desde su paisaje desgarrado
hubiera
querido despedirse de nosotros;
tristemente tendido quedó
—blanco y quebrado—,
a los pies de la que antes fue tu cama de fierro.
Lo hemos llorado mucho…”

Y, ¿por qué no?
yo también lo he llorado;
la muerte de mi perro sin palabras
me duele más que la del perro que habla,
y engaña, y ríe, y asesina.
Mi perro siendo perro no mordía.
Mi perro no envidiaba ni mordía.
No engañaba ni mordía.
Como los que no siendo perros descuartizan,
destazan,
muerden
en las magistraturas,
en las fábricas,
en los ingenios,
en las fundiciones,
al obrero,
al empleado,
el mecanógrafo,
a la costurera,
hombre, mujer,
adolescente o vieja.

Mi perro era corriente,
humilde ciudadano del ladrido-carrera,
mi perro no tenía argolla en el pescuezo,
ni listón ni sonaja,
pero era bullanguero, enamorado y fiero.
A los siete años tuve escarlatina,
y por aquello del llanto y el capricho
de estar pidiendo dinero a cada rato,
me trajeron al perro de muy lejos
en una caja de zapatos. Era
minúsculo y sencillo como el trigo;
luego fue creciendo admirado y displicente
al par que mis tobillos y mi sexo;
supo de mi primera lágrima:
la novia que partía,
la novia de las trenzas de racimo y de la voz de lirio;
supo de mi primer poema balbuceante
cuando murió la abuela;
al perro fue en su tiempo de ladridos
mi amigo más amigo.

“Ladrándole a la muerte,
como antes a la luna y al silencio,
el perro abandonó la casa de su cuerpo
—dice mi madre—
y se fue tras de su alma —los perros tienen alma:
una mojadita como un trino—
con su paso extraviado y generoso
el miércoles pasado…”
Ay, en esta triste tristeza en que me hundo,
la muerte de mi perro sin palabras
me duele más que la del perro
que habla,
y extorsiona,
y discrimina,
y burla;
mi perro era corriente,
pero dejaba un corazón por huella;
no tenía argolla ni sonaja,
pero sus ojos eran dos panderos;
no tenía listón en el pescuezo,
pero tenía un girasol por cola
y era la paz de sus orejas largas
dos lenguas
de diamantes.
(Fe de bautismo, 1960). ®

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Publicado en: Marzo 2012, Poesía

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  1. se lo que sientes mi perro murio ace 2 años y es horrible y ahora su hijo se esta muriendo y sineto muy feo
    Les dejo una poesia de unamuno
    La quietud sujetó con recia mano
    al pobre perro inquieto,
    y para siempre
    fiel se acostó en su madre
    piadosa tierra.

    Sus ojos mansos
    no clavará en los míos
    con la tristeza de faltarle el habla;
    no lamerá mi mano
    ni en mi regazo su cabeza fina
    reposará.

    Y ahora, ¿en qué sueñas?
    ¿dónde se fue tu espíritu sumiso?
    ¿no hay otro mundo
    en que revivas tú, mi pobre bestia,
    y encima de los cielos
    te pasees brincando al lado mío?

    ¡El otro mundo!
    ¡Otro… otro y no éste!
    Un mundo sin el perro,
    sin las montañas blandas,
    sin los serenos ríos
    a que flanquean los serenos árboles,
    sin pájaros ni flores,
    sin perros, sin caballos,
    sin bueyes que aran…

    ¡El otro mundo!
    ¡Mundo de los espíritus!
    Pero allí ¿no tendremos
    en torno de nuestra alma
    las almas de las cosas de que vive,
    el alma de los campos,
    las almas de las rocas,
    las almas de los árboles y ríos,
    las de las bestias?

    Allá, en el otro mundo,
    tu alma, pobre perro,
    ¿no habrá de recostar en mi regazo
    espiritual su espiritual cabeza?
    La lengua de tu alma, pobre amigo,
    ¿no lamerá la mano de mi alma?

    ¡El otro mundo!
    ¡Otro… otro y no éste!
    ¡Oh, ya no volverás, mi pobre perro,
    a sumergir los ojos
    en los ojos que fueron tu mandato;
    ve, la tierra te arranca
    de quien fue tu ideal, tu dios, tu gloria!

    Pero él, tu triste amo,
    ¿te tendrá en la otra vida?
    ¡El otro mundo!…
    ¡El otro mundo es el del puro espíritu!
    ¡Del espíritu puro!
    ¡Oh, terrible pureza,
    inanidad, vacío!

    ¿No volveré a encontrarte, manso amigo?
    ¿Serás allí un recuerdo,
    recuerdo puro?
    Y este recuerdo
    ¿no correrá a mis ojos?
    ¿No saltará, blandiendo en alegría
    enhiesto el rabo?
    ¿No lamerá la mano de mi espíritu?
    ¿No mirará a mis ojos?

    Ese recuerdo,
    ¿no serás tú, tú mismo,
    dueño de ti, viviendo vida eterna?
    Tus sueños, ¿qué se hicieron?
    ¿Qué la piedad con que leal seguiste
    de mi voz el mandato?

    Yo fui tu religión, yo fui tu gloria;
    a Dios en mí soñaste;
    mis ojos fueron para ti ventana
    del otro mundo.
    ¿Si supieras, mi perro,
    qué triste está tu dios, porque te has muerto?

    ¡También tu dios se morirá algún día!
    Moriste con tus ojos
    en mis ojos clavados,
    tal vez buscando en éstos el misterio
    que te envolvía.
    Y tus pupilas tristes
    a espiar avezadas mis deseos,
    preguntar parecían:
    ¿Adónde vamos, mi amo?
    ¿Adónde vamos?

    El vivir con el hombre, pobre bestia,
    te ha dado acaso un anhelar oscuro
    que el lobo no conoce;
    ¡tal vez cuando acostabas la cabeza
    en mi regazo
    vagamente soñabas en ser hombre
    después de muerto!
    ¡Ser hombre, pobre bestia!

    Mira, mi pobre amigo,
    mi fiel creyente;
    al ver morir tus ojos que me miran,
    al ver cristalizarse tu mirada,
    antes fluida,
    yo también te pregunto: ¿adónde vamos?

    ¡Ser hombre, pobre perro!
    Mira, tu hermano,
    ese otro pobre perro,
    junto a la tumba de su dios, tendido,
    aullando a los cielos,
    ¡llama a la muerte!

    Tú has muerto en mansedumbre,
    tú con dulzura,
    entregándote a mí en la suprema
    sumisión de la vida;
    pero él, el que gime
    junto a la tumba de su dios, de su amo,
    ni morir sabe.

    Tú al morir presentías vagamente
    vivir en mi memoria,
    no morirte del todo,
    pero tu pobre hermano
    se ve ya muerto en vida,
    se ve perdido
    y aúlla al cielo suplicando muerte.

    Descansa en paz, mi pobre compañero,
    descansa en paz; más triste
    la suerte de tu dios que no la tuya.
    Los dioses lloran,
    los dioses lloran cuando muere el perro
    que les lamió las manos,
    que les miró a los ojos,
    y al mirarles así les preguntaba:
    ¿adónde vamos?

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