El show del horror de Ricky (Gervais)

Escribir para la televisión

Decir que admiro a Ricky Gervais porque escribe televisión en lugar de libros no es decir poca cosa. El mundo produce genios de la literatura cada hora (en estos momentos alguno debe estar leyendo estas líneas), pero pocos en el terreno de la televisión. Y Gervais es uno de esos pocos genios de la televisión.

Ricky Gervais

Ricky Gervais (Reading, 1961) es un gordito británico sin mucho chiste que ha sido músico de pop, representante del grupo Suede, locutor de radio y comediante de bares, pero que de ser un absoluto desconocido alcanzó una apabullante fama después de escribir, producir, dirigir y actuar la serie The Office,1 el éxito más grande que ha tenido la BBC y cuyo mayor mérito ha sido plantear el hiperrealismo y la vergüenza ajena como salvación a la comedia televisiva.

La serie (creada junto a Stephen Merchant, a quien conoció durante sus días de radio y con quien ha escrito sus aventuras televisivas) fue emitida entre 2001 y 2003 y llegó para hacer historia. Su extraordinario aprovechamiento de un estilo documentalista que a la vez nunca abandonaba su carácter de ficción sacudió a la industria de la pantalla chica. The Office se convirtió en el primer programa británico en ganar un Globo de Oro, y varios países compraron los derechos para hacer sus propias versiones (la estadounidense quizás haya sido la apuesta más afortunada).

Cualquiera diría que se trata de una simple emisión —que incluso raya en el reality show— sobre la vida en una oficina, expuesta con todos sus pormenores, en juntas, conversaciones, talleres de capacitación. Eso es lo revolucionario de este programa: las series comunes intentan vendernos la idea de que una cámara nunca estuvo ahí de la misma manera que los narradores tradicionales quieren pasar inadvertidos al momento de contar una novela. En The Office la cámara es fundamental: nos cambia, nos hace fingir, pero no se puede fingir todo el tiempo y finalmente el lente captura eso que somos.

Ese formato le permite a Gervais y Merchant no sólo explorar la ridiculez gris de los ambientes laborales sino aprovechar la comedia involuntaria de las personas comunes. Su humor apunta en primer lugar a la aparente ausencia de recursos técnicos y se entiende: cualquier truco de edición (una cámara lenta, un recuerdo en sepia, incluso una melodía de fondo) podría romper la ilusión de realidad que transmite el programa.

¿Qué posibilidades abren esas aparentes limitaciones? De que la vida es más simple, más amarga, pero también más propensa a situaciones de las que no sabemos si reír o llorar. The Office retrata el infierno confortable del trabajo, ese espacio donde todos somos más desconocidos, más hipócritas e igualmente más mezquinos. Es lo que algunos han llamado la reality comedy: los recursos del reality show (esa intromisión permitida en las vidas comunes de personas sin gracia), pero con guiones que sustituyen el simple morbo que da la intimidad por el cuestionamiento constante de la convivencia.

La vida: material para oficina

Los capítulos de The Office suelen caminar en una cuerda floja brillantemente tendida entre lo cotidiano y lo excepcional. El programa sobre una sucursal de papel en Gran Bretaña (la Wernham Hogg, cuya viabilidad siempre pende de un hilo) concibe la tragedia de las mayorías: no hay muertes, no hay heroísmo, apenas hay vergüenza ajena, acaso una situación embarazosa. A lo más que llega una catástrofe civilizada es a un memorando roto del coraje.

En ese lugar donde es posible encontrar a personajes como Tim, Gareth, Dawn, Keith, Ben, que fácilmente podríamos sustituir por el vendedor, el segundo, la recepcionista. El registro de asalariados ni siquiera alcanza para los arquetipos, sino apenas para especificar niveles ocupacionales. Así de deslucida es la vida. Los personajes de The Office son seres grises, comunes, el tipo de gente que transita de una nómina a otra sin llamar demasiado la atención. Basar una serie en las relaciones (aparentemente asépticas, pero turbias en lo profundo) de una oficina, dio a Gervais y Merchant una veta inagotable.

Ricky Gervais es un gordito británico sin mucho chiste que ha sido músico de pop, representante del grupo Suede, locutor de radio y comediante de bares, pero que de ser un absoluto desconocido alcanzó una apabullante fama después de escribir, producir, dirigir y actuar la serie The Office, el éxito más grande que ha tenido la BBC y cuyo mayor mérito ha sido plantear el hiperrealismo y la vergüenza ajena como salvación a la comedia televisiva.

“Me resulta más interesante la tensión que hay en el trabajo que la dinámica familiar”, ha explicado Gervais al periódico Página/12. “La mayoría de las series sobre familias son similares, sólo dependen del lado que las abordes. En cambio, hasta The Office no habían existido comedias que trataran realmente sobre el ambiente de trabajo, al menos no de un modo realista. Creo que esta clase de programas interesan porque uno pasa más horas en la oficina que con su familia. Y además me gusta el hecho de que uno no elige a la gente con la que trabaja: no son amigos ni parientes, lo único que tienen en común es que trabajan en el mismo pedazo de alfombra durante ocho horas al día”.2 El trabajo es un espacio donde los seres humanos confluyen sin otros motivos más que la necesidad. Como en la mayor parte de las sociedades.

Sustentados en un elenco que a falta de superestrellas representa inmejorablemente a los hombres sin atributos del último siglo, los argumentos de The Office se centran, en apariencia, en los conflictos de oficina, pero en el fondo rastrean las implicaciones de la coexistencia humana.

El capítulo de presentación, por ejemplo, muestra al jefe David Brent tratando de lidiar con el anuncio de probables despidos en la compañía. Brent (interpretado de manera insuperable por el propio Gervais) representa a ese tipo de individuos que evitarías de no ser porque están a la cabeza del organigrama. Misógino, racista, vulgar, ególatra, busca a todas horas demostrar que es un jefe “buena onda”, alguien en sintonía con sus trabajadores, a quienes considera la prioridad de toda empresa. (Una de sus frases favoritas: “¿Cuál es la verdadera riqueza de una compañía? Su personal”). Tratando en todo momento de no perder la simpatía de sus subordinados, Brent vuelve una epopeya un asunto tan simple como elegir quién se queda y quién se va. Alguien preocupado por su imagen de líder comprensivo evade sus responsabilidades para con la compañía porque es incapaz de enfrentar el más mínimo recorte de personal. David Brent es como esos presidentes populistas que no puede tomar medidas que afecten sus porcentajes de aceptación en la próxima encuesta.

En The Office todo parece ser tan increíblemente cotidiano que uno acaba por identificar esa oficina con su propia oficina. Se trata de compañeros sin muchas virtudes pero entrañables, dado que su patetismo nos toca. Gente solitaria, ejecutantes de la rutina (escena emblemática: el novio de la recepcionista Dawn le platica a sus compañeros cuáles son sus planes a futuro: casarse por lo civil para ahorrar dinero, vivir con sus padres para ahorrar dinero, tener hijos que luego cuide su mamá y que Dawn consiga un trabajo de medio tiempo de niñera; la cámara enfoca la cara incómoda de la chica quien parece confirmar de modo irónico el plan de vida: “Hay que tener sueños”, dice). Blancos de burla unos, con ansias de protagonismo otros, la serie es lo más cercano al programa del Discovery Channel que verían los extraterrestres si quisieran entender de qué está hecho el 90 por ciento de la clase media.

El gran solitario tras el escritorio

Elenco de la versión inglesa de The Office

Desde El Quijote sabemos que la distancia entre lo que queremos ser y lo que somos puede ser amargamente divertida. El montaje de The Office ofrece la posibilidad de atisbar esta distancia gracias a los momentos en que los personajes hablan a la cámara. Dado que se trata de un “documental real” sobre su trabajo cada uno intenta pintar la mejor parte de sí. No lo logran. Sobre todo David Brent, cuyo ego le hace pensar que se trata de un jefe amado por sus empleados, cuando en realidad despierta más desprecio que ningún otro sentimiento (sólo lo aguanta Gareth, su inolvidable lameculos). La hábil disposición de las escenas en que cada personaje se enfrenta a la cámara, inmediatamente seguida de una toma de la oficina que desmiente sus afirmaciones, es uno de los grandes aciertos de la dupla Gervais-Merchant. Su pesimismo, pero también su humor, depende de ese contraste.

Además de creerse un líder carismático, David se ve a sí mismo como un gran comediante (califica a una persona de “buen tipo” si puede decir de él que tiene “buenas risas”). Sobre la construcción de su personaje central Gervais ha dicho: “Necesitaba sacarme algo de adentro. Previamente, había trabajo siete años en una oficina e hice todas mis observaciones ahí, y después puse todo eso en David Brent”. De ese modo, el comportamiento de Brent, aunque parece excesivo, nunca peca de inverosímil. Como han demostrado presidentes como Hugo Chávez, el poseedor del poder se otorga a sí mismo libertades para el ridículo que nadie en su sano juicio consentiría. Su poder es su seguridad; por ello Brent hace con frecuencia chistes misóginos, altamente sexuales o denigrantes y bromas que rayan en el sadismo (en el primer capítulo finge el despido de Dawn y sólo desmiente la noticia cuando la ve llorar).

Un personaje de tales características le da la oportunidad a Gervais de tocar los lugares incómodos del humor, de los prejuicios raciales a los discapacitados (“Mi humor tiene límites. Hay cosas de las que nunca me burlaría. Los discapacitados. Porque no tienen nada de divertido”, afirma Brent a solas con la cámara). Del mismo modo que Larry David explora los límites de la corrección política en aras de la convivencia en Curb your Enthusiasm a través de una versión despreciable de sí mismo, Gervais utiliza a Brent para exhibir la fragilidad de la cohesión social. La referencia no es gratuita, Gervais tiene en David (cuyo currículo incluye, casi nada, haber co-creado Seinfeld) a uno de sus grandes maestros.

Uno de los mayores hallazgos de The Office es construir su humor a partir del humor fallido del jefe. Ese humor de rebote la vuelve única: colocar las bromas de Brent en contextos inapropiados crea un coctel en donde no faltan la vergüenza, la tristeza y la carcajada. Además de un tratado sobre la incomodidad, The Office es un estudio sobre la soledad del poder. Para esto, no se basa en el dictador de un país africano sino en el responsable de una pequeña sucursal papelera. Proveer de materiales a la rutina de millones de personas en el planeta no sólo es una desgracia sino un síntoma. Nada más simbólico que consumir tu vida en el papeleo que significa vender más papel.

El jefe es un cabrón por naturaleza, tiene que serlo, de otro modo nunca podría ejercer autoridad alguna. Pero con David Brent, tan preocupado por sus índices de simpatía, se establece un dilema que nunca se resuelve. En su intento por no querer quedar mal con nadie prolonga las situaciones vergonzosas hasta lo insostenible. Este afán de salir indemne de una vergüenza anunciada marca su personalidad: contribuir al desastre y negar su responsabilidad una vez que éste haya acontecido.

David Brent, ese jefe que es todos los jefes, es quizás el personaje más entrañable de las comedias televisivas desde George Contanza (el personaje de Seinfeld más parecido a Larry David y que Gervais considera “el mejor que ha dado la televisión”), precisamente por devolvernos la peor imagen de nosotros mismos.

Una serie de eventos desafortunados

Uno de los efectos clásicos del cine de horror es el que se basa en la muerte inminente de decenas de cándidos extras. En tanto su variedad recae en la originalidad de las muertes, el camino de ese infierno de hora y media está pavimentado de indicios que nos anuncian que algo terrible está por suceder (por eso la gente cobarde como yo ve media película con los ojos entrecerrados como cuando espera que un niño pinche un globo).

Además de un tratado sobre la incomodidad, The Office es un estudio sobre la soledad del poder. Para esto, no se basa en el dictador de un país africano sino en el responsable de una pequeña sucursal papelera. Proveer de materiales a la rutina de millones de personas en el planeta no sólo es una desgracia sino un síntoma. Nada más simbólico que consumir tu vida en el papeleo que significa vender más papel.

Con Gervais sucede algo parecido. El creador y guionista de The Office va disponiendo la vergüenza ajena a través del capítulo hasta llevarlo a un punto que el televidente no quiere ver, pero no puede dejar de ver (una estrategia que alcanza su mayor esplendor en Extras, la siguiente serie televisiva de la dupla Gervais-Merchant, donde la dignidad humana siempre se muestra a punto del derrumbe).

The Office ha sabido explotar las situaciones donde uno no quisiera estar ni como espectador y menos como reparto. Un taller de capacitación desafortunado (el jefe interrumpe con frecuencia al consultor porque quiere él mismo co-guiar las dinámicas), un cumpleaños en el trabajo (¿dónde más sino en la oficina le pueden regalar a uno un pene inflable?), la difusión de un fake porno de David Brent con cuerpo de mujer al lado de dos hombres (“Estoy enfadado, no porque salga yo ahí, sino porque eso denigra a las mujeres… cosa que odio”). No hay muertes, pero hay algo peor: están las consecuencias de una vida donde la mayor epopeya es llegar al final del día.

“Lo patético (o más bien lo mezquino en el ser humano) en la obra de Gervais es casi el ingrediente clave, el toque maestro o la firma del autor”, considera el escritor Hernán Casciari. Y así como el cine de horror bucea en la dignidad amenazada por el miedo (alguien acobardado es una caricatura de un hombre), Gervais dinamita esa dignidad a base de situaciones patéticas o vejatorias. ¿Dónde más? En el trabajo, donde la humillación o el patetismo parece ya de por sí una caricatura.

¿Es The Office una comedia? Por convención pensemos que sí, aunque difícilmente le haga buena compañía a programas como Friends. Gervais ha sustituido eficientemente las risas de fondo por silencios incómodos. Sus protagonistas no son bonitos ni feos, es más, ni siquiera sobresalientes. Son, digamos, grises. Son, digamos, como nosotros.

“Los chistes no duran para siempre, pero los personajes sí”, ha declarado Gervais, quien además ha resumido la trama de The Office en los siguientes términos: “(Trata) sobre la lucha por sobrevivir, porque a nadie le gusta ir a trabajar para otra persona”. Así de simple. Así de amargo. ®

Notas

1. The Office consta de doce capítulos y un especial de navidad (donde los oficinistas se enfrentan al éxito que supone la transmisión regular del programa) y ha ganado 23 premios para la televisión entre Globos de Oro, BAFTA, British Comedy y otros. Ricky Gervais (embarcado junto a Merchant en un nuevo proyecto televisivo) ha despertado admiración en un gran sector del entretenimiento, no sólo de parte de todos los actores que posteriormente aparecerían en su serie Extras, sino de los propios creadores de otras series emblemáticas como Matt Groening o J.J. Abrams, quienes lo han invitado a sus propios programas (Los Simpson y Alias, respectivamente).

2. Las citas de Gervais provienen de la entrevista que le hiciera Roque Casciero para Página 12 (http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/2-9641-2008-03-29.html) y de la nota que Rolling Stone de Argentina sacó sobre el programa (http://www.rollingstone.com.ar/nota.asp?nota_id=1014456). Las citas de los episodios de la serie The Office provienen de la versión que On Screen Films hizo para México.

Publicado originalmente en Replicante no. 21, México hacia el futuro, noviembre 2009-enero 2010.

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Publicado en: Destacados, Nuevas miradas a la televisión, Septiembre 2011

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