El pretendiente

Buscar otras opciones al destino impuesto dentro y fuera de Cuba es ser disidente. Allá en el rancho grande de espumas te pueden matar como a Payá, abandonar como a Tamayo, fusilar o refreír en cárceles como a muchos.

ATarajano Jr

la habana

Hay héroes y mártires, hay anónimos batalladores en campos y ciudades, hay famosísimos gracias a Internet y los hay como Francisco Betancourt Callejas.

He aquí su historia.

Panchito vio desde el cristal de su botella la ausencia de todo, los últimos buches volaron. Sin trabajo y sin ganas de tenerlo quería ponerse bobo otra vez; hablar cualquier cosa, dormir, más abajo del sueño —mi Tao habanero— decía, y había que respetarlo. La cosa estaba caliente en la calle, no con la robadera, caliente por imposible, por acojonante, por cansancio de andar postergando mejoras al paso de sesenta años en lista de espera —llega a un punto tu sistema, decía Panchito, que el Sistema te funde, te hace sombra o petrifica, Nagasaki y Pompeya son cuentos de camino comparado al diario de salitre y alcolifán— remataba. A ese nivel de verbo todo indicaba curda ciega pero cambió la bola ese día, dejó de chuparle el rabo a la jutía temporalmente, encontró la solución junto a dos del barrio tan zombies como él. Fundar un destino opositor, un Partido Nacional Libre, Panal para el mundo. Confiaron en él —medio loco y todo pero es buena gente al fin y al cabo, dijeron los disidentes fuera de la isla, lejos del marasmo, de tanto mar y tanta jodienda, como murmuró Panchito al enterarse del visto bueno. Del extranjero le llegaron tres celulares que a los tres días vendieron, murieron en el bar de la esquina. Afuera, mucha gente buena pone lo que no tiene para que mejore el ajiaco isleño en vez de comer lechones patrioteros; aporta cosas que funcionan como detonador al mundo, que mire hacia el tsunami verdeolivo de sesenta años de mala pipa y con suerte, condene. Panchito aniquiló a ronazo limpio posibilidades de comunicación global y en la resaca sacó cuentas; había que insistir, la ayuda exterior valía oro, de perdida unos pesitos —ahora es cuando es— se dijo. Al Partido Nacional Libre le dejó caer la baraja de que se entraran a pescozones, simular una golpiza a manos de las turbas paramilitares conmueve. Les cayó a la semana una cámara de video —documentar las barbaridades del Sistema era tarea de choque, argumentó Panal en la red de redes; la fiesta fue en grande. Para poner en remojo neuronas revolucionarias fundidas no hay nada mejor que destilado barato de caña, patada de mula al pensamiento y limbo perpetuo, pensó Panchito; de fainos a ponerse más fainos va un trecho, apagón cerebral como consigna y punto. Después de una semana en mundos babosos convocó reunión al Panal, “42 y 9” la clave, entre nos “en el bar de la esquina a esa hora”. Beber con el tripié y estuche de crédito hasta el amanecer; a esa hora dormir está rico, el calor resbala, caes como saco de papa, dejas de pensar en el cómo resuelvo. La luz del mediodía los despertó, andaban pegajosos hasta del pensamiento pero había que hacer algo; del exterior llega plata, comemierdas no son; huelga de hambre, señores, anunció Panchito, tenemos que llamar la atención de la comunidad internacional, no hay de otra, y Panal en pleno se dispuso a dejar de comer sin aclarar el asunto bebestible previo comunicado a través de bloguers, facebook y mensajitos twitter. Se instalaron en una tienda de campaña, la pobre tenía más parches que la revolución de sesenta años. Panchito iba en serio, amenazó a los dos socios —la madre el que se raje— y se rajaron a las dos horas; solo, entre la espada y el Panal aguantó vara. Comer es lo de menos, dejar de beber cuesta. Se encargó de informar a los medios dentro y fuera que su batalla era hasta que la muerte lo separe; a su lado una Biblia y el asomo de cuatro gatos preocupados, no por él, por el insumo al reportar el viaje de un próximo sacrificio. La solidaridad mundial no tardó en aparecer; fotos, slogans, plantones, hasta rosarios. Panchito en camisetas, Panchito en titulares, Panchito en cada televisión global. Aprovechó las compresas que ponían en su frente voluntarios para chuparse el alcohol, hasta el perfume donado por una anciana de buen corazón se lo tomó. Los presos políticos continuaron incomunicados, las agresiones a mujeres opositoras se recrudecieron, la gente incrementó su indiferencia y Panchito en huelga de hambre sin aclarar el asunto bebestible, envuelto en una nube de algodón con éter. Puso fin cuando le avisaron desde el sudeste asiático que tenía a su disposición un coche siempre y cuando comenzara a comer, y repuesto, comenzara a recorrer la isla en busca de información; el porqué del interés oriental no se especificaba y comenzó a base de caldos, su recuperación de tres meses y tres días. Volvió a reunir la tropa y un domingo más rojo que nunca, por el calor y no por otra cosa, agarraron carretera dentro de un coche usado pero listo a la única misión posible, venderlo. Rápido fue el negocio en todos los sentidos; habló con el conecte, miró lo que venía, tocó la billetiza, olió los dividendos y degustó un whiskey estelar. Parranda clandestina por partida doble, ni los de allá ni los de acá podían descubrir el acabose; junto a tres compañeritas destacadas del CDR No. 22 de Playa se fueron a la mismísima playa de arena fina. Como las buenas fiestas terminó a las malas, peleados por los tres pesos que quedaban; ahora sí, tres tristes tigres convertidos en trío de perros apaleados, entre ellos, o por las circunstancias, gritó Panchito sin camisa. Desaparecer, ser un desaparecido, como por arte de magia, era lo único que podía solventar cierto prestigio ganado en resistir atropellos y huelgas de hambre. Esfumarse y culpar a la masa enardecida cansada de tantos gusanos, escorias y vende patrias; el hombre invisible para ojos de la disidencia portadora de la dolariza y de paso, para la disidencia interna, celosa del paradero presupuestal. Sus compañeros de Partido partieron viento en polvorosa, se piraron, se la dejaron en la uña, se acabó lo que se daba Francisco Betancourt Callejas, le gritaron casi a coro. Inmutable habló por teléfono en una pantomima que ni Chaplin; corrió en el lugar, hizo cuclillas, cambió la voz tres veces, agitó al corazón y fue creíble. Convenció a su antagónico, destacado disidente nacional, lo perseguían, hasta que lo atacaron, no sabemos de él, desapareció, fue el parte en la red de redes; en la calle se enteraron los mismos de siempre, un grandísimo porcentaje siguió cantando la vida sigue igual. Panchito llenó un pomito de plástico con quién sabe qué y salió al vacío. La cosa estaba caliente, oscura y fea; caminó hasta que le cayó el sol en la cabeza, hasta que la tierra se lo tragó, hasta esa profunda lejanía del olvido, sin huella ni memoria, al fondo del túnel, donde de cuando en vez abren puertas el miedo, la traición y los milagros.

He aquí su historia. ®

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Publicado en: Diciembre 2013, Narrativa

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