Túneles del tiempo

Piedra de Luna, de Jorge Luis García Fuentes

El autor pone en nuestras manos, en la mirada, la profundidad que habita en la etnia comca’ac: la defensa del legado y de la identidad, la cosmogonía de la tribu. Ocurre entonces que las páginas se transforman en pantalla y acudimos a la proyección de una película que cuenta la historia en la Isla del Tiburón.

Jorge Luis García Fuentes, «Wichy».

En la tarde del 19 de mayo de 2021 se presentó la más reciente novela del escritor cubano–mexicano Jorge Luis García Fuentes, como parte de la programación de las Fiestas del Pitic, el evento cultural anual más importante en el estado de Sonora. Con carácter virtual debido a las restricciones sanitarias, fue transmitido en vivo por el streaming oficial de esas fiestas y del Instituto Municipal de Cultura y Artes (IMCA), con la moderación de la periodista Magali Romano y las intervenciones de los reconocidos escritores y periodistas Carlos Sánchez e Imanol Caneyada, este último a través de Zoom, desde Aguascalientes.

Un laberinto marítimo

Carlos Sánchez

Debo decir que soy un privilegiado, por el hecho de que me haya invitado Jorge Luis, y por coincidir con Imanol Caneyada, mi gran “hermanol”, a quien quiero tanto y de quien he sido testigo de su prolífica obra literaria. Es interesante concluir que hoy estén reunidos en esta presentación, que nos acompañen dos escritores, dos apasionados de las letras que, por elección, han hecho de Sonora su ala, y han desarrollado aquí gran parte de su obra, Imanol desde España y Wichy desde Cuba, así que es interesante, y un gran privilegio, coincidir con dos escritores que han puesto en alto el nombre de nuestra región, de nuestra entidad, que han trabajado utilizando la palabra desde esta parte del mundo, desde su creatividad y desde su pluma. Tuvo que ser así, a la hora de la presentación de esta novela, Piedra de Luna, que un autor que ahora es sonorense haya puesto su mirada y haya extrapolado la palabra no solamente hacia la página, hacia la ficción, sino también hacia esos acontecimientos, esa cultura, esa historia, esa idiosincrasia, estas leyendas de la etnia comca’ac.

Durante la lectura de esta novela, en uno de esos amaneceres en que uno le roba tiempo a la vida para poder regocijarse con lo que proponen los autores, puedo contar algo que me estremeció, que me llamó al análisis producto de ese comentario desde la inocencia: “¿Cómo es posible, papá…? —me preguntó mi hijo cuando escuchó uno de los pasajes de la novela—, ¿cómo es posible que exista un “Coyote Iguana”? Eso no puede ser, o es un coyote, o es una iguana” …Y quedó totalmente prendado, así, con el lenguaje propio de su corta edad, para continuar con la lectura.

Debo decir que, además, Piedra de Luna es un libro recomendable. Usted puede abrir el libro y siempre verá un capítulo interesante, con esos acontecimientos, esos misterios, tendrá usted la oportunidad de meter sus pies al agua durante la lectura.

La capacidad de contemplación, el rigor descriptivo, esa constante búsqueda de la imagen, a fin de cuentas la vocación del cine que se impone en el autor, Jorge Luis García Fuentes —el Wichy—, hacen de la novela Piedra de Luna un laberinto marítimo donde la fantasía nos convierte en niños con los ojos bien abiertos.

Contienen las páginas de esta novela ese legado étnico, esa cultura ancestral, esos años, esos acontecimientos convertidos a veces en leyenda, ese amor por la flora y fauna, ese amor pasional donde Lola Casanova y Coyote Iguana coinciden de manera incidental y forjan su historia en los avatares que la vida impone. La investigación portentosa, escudriñar porque es su oficio, escribir porque también la circunstancia lo dicta: el amor personal, el territorio sagrado que ahora es parte de su vida.

Jorge Luis pone en nuestras manos, en la mirada, la profundidad que habita en esta etnia comca’ac: la defensa del legado, la región que se atesora porque es identidad. Hay, a intervalos de la narración, esa que nunca deja de revelarnos la cosmogonía de la tribu, los flashbacks, y ocurre entonces que las páginas se transforman en pantalla y acudimos a la proyección de esa película que cuenta el desarrollo de la historia en la Isla del Tiburón.

Durante la lectura de Piedra de Luna se me vuelcan las preguntas y las conclusiones: ¿Por qué la elección del tema o los temas? ¿Qué elementos detonan el deseo de investigar la historia determinada en un escritor?… Bien hace —y agradecible es— que Jorge Luis ponga su creación al servicio de esta región avasallada por los insaciables del poder, los predadores de la vida.

Un libro de consulta para reconocer y entender la historia más allá del mito, para acercarnos de manera directa y concreta hacia el hábitat de esta etnia inscrita en la playa y mar adentro, en la isla como un punto sagrado donde la fantasía y realidad se entremezclan.

Después de Pozo de Crisanto, de Leo Sandoval Saucedo, los comca’ac han vuelto a las páginas de la literatura sonorense, que se vuelve universal.

Si algo puede develarnos algunas de las razones por las cuales Wichy ha vuelto su mirada hacia la mar, quizá sea ese su origen, sus ojos inmersos desde siempre en el azul, el volver a su isla, desde esta otra isla que tan bien describe y a la cual nos sumerge con su propuesta literaria.

Animista, artista, sociólogo

Imanol Caneyada

Quiero agradecer a Jorge Luis por invitarme a esta presentación, es un enorme placer. Gracias, Carlos (Sánchez), por estar aquí. Para mí es un gusto desde la distancia poderme conectar con Sonora, con esa Sonora que llevo en mi corazón. De hecho, me parece significativo que esta novela se presente en las Fiestas del Pitic. Hace casi veinte años un grupo de personas decidió organizar estas fiestas, y uno de los motivos, o el principal motivo, era crear un sentido de identidad y de pertenencia. Se tomó la decisión de que la fecha para celebrar este sentido de identidad fuera la llegada, hace más de trescientos años, de un grupo de españoles y militares, para fundar un presidio. Desde el momento en que se decide esta fecha como un acontecimiento fundamental en la vida de los hermosillenses estábamos reafirmando algo, como comunidad, como pueblo. Y esa reafirmación de identidades, para nosotros, los que hemos vivido en este territorio llamado Hermosillo, significa que somos descendientes de esos españoles que llegaron hace trescientos y tantos años, obviando que ya existían comunidades, pueblos nativos que vivían aquí, que habían desarrollado culturas muy complejas.

Magali Romano, Wichy García Fuentes y Carlos Sánchez.

En este acto de identidad se excluye a “los otros”. ¿Por qué estoy diciendo esto? Pues porque me parece que, entre otras muchas cosas, Piedra de Luna es una novela que explora a profundidad el tema de la identidad. En Piedra de Luna Wichy hace un trabajo de antropólogo, de animista, de artista, de sociólogo, de muchas cosas, y se sumerge en esta gran pregunta de ¿quiénes somos?, ¿cómo construimos una identidad? Y lo interesante aquí, al comienzo de la novela, es que vamos a ir descubriendo cómo la identidad en principio se construye desde la afirmación, “somos esto”, pero a medida en que uno se va metiendo en la novela va descubriendo que la verdadera identidad se construye, en todo caso, desde la negación: “No somos esto”. En Piedra de Luna encontramos cómo los personajes, en principio, para definirse a sí mismos, y para definirse frente a los otros, para definir su sentido de pertenencia, tratan de responder esas preguntas de “qué somos” y “qué significa ser hermosillenses”, o “ser mexicanos”, pero también, ojo, “qué significa ser comca’ac”, eso que al principio parece la afirmación de “soy comca’ac” o “soy hermosillense”, pero la afirmación no alcanza y entonces lo que sigue es la negación. Nos afirmamos en la negación. Nuestro primer rasgo de identidad es identificar lo que “no somos”. Y creo que ahí está el meollo de la novela. No somos indígenas, no somos salvajes, pero hay otras voces que dicen “no somos blancos”, “no somos mexicanos”, “no somos”… Y ese “no somos” está ahí, permanente, y para mí es muy significativo, esclarecedor de esa idea de la identidad. Y en esta negación se construye una enorme cantidad de prejuicios que en la novela vamos a vivir con los diferentes personajes, algunos de ellos comca’ac, otros hermosillenses, pero en cambio se posee la convivencia, porque compartimos un espacio, una misma geografía. Ahí está lo que “no somos”, en ambos sentidos.

¿Y qué hacemos con eso?…

Resulta muy acertado cómo cada uno de los personajes va explorando en sí mismo y en los demás ese “no ser”, para ir formando un ser y un espacio. Es sorprendente la investigación que hace Wichy de una cultura de la que no conocemos absolutamente nada, a pesar de que estamos ahí, compartiendo el espacio, en el mismo municipio. Hay un momento de la novela que me parece genial, uno de los personajes comca’ac dice: “Él viene de Hermosillo”, y el otro personaje, el que viene de allí, replica “¡Pero esto es Hermosillo!”, o sea, Hermosillo, el municipio… Entonces, esta investigación que hace Wichy sobre la cultura comca’ac me parece que está hecha desde un enorme conocimiento, y es algo que también me gustaría señalar sobre esta novela: la tentación de la mirada de fuera —finalmente Wichy no es un comca’ac, asume esta cultura para sumergirse en ella—, la tentación de la mirada condescendiente podía estar ahí, lo cual hubiese sido terrible porque sería mutilar precisamente la complejidad, la identidad a la que normalmente reducimos a “lo indígena” como si eso fuera a resumir “lo que no somos”.

La investigación que hace Wichy lo lleva a comprender lo que significa la magia en la cultura comca’ac, y la utiliza en la narración para crear, digamos, estos “túneles” con los que viaja en el tiempo, y tenemos la sensación de que las dos historias se dan de manera simultánea.

En este caso, a través de las herramientas propias de la narrativa, ha salvado esos escollos, ha evitado la mirada condescendiente y ha entregado a los comca’ac unos personajes muy completos, que tienen contradicciones, y que también se están cuestionando qué significa ser comca’ac. Que no lo tienen claro tampoco. Y en ese “no tener claro” la novela fluye, se van revisando los personajes, y hay un recurso maravilloso que tiene que ver con el uso del tiempo. El autor entiende perfectamente la concepción que tienen los comca’ac del tiempo, y lo lleva —me parece un gran reto— a través de una narrativa, plasmándolo de manera ejemplar.

La historia acontece, para un occidental, para la manera en que concebimos el tiempo, en una línea donde fluyen las cosas en pasado, presente y futuro, de hecho aquí podrían suceder en dos tiempos: en el pasado —mediados del siglo XIX— y en la actualidad. Sin embargo creo que el autor trabaja con el concepto que tienen los comca’ac del tiempo, de manera que logra, gracias a su destreza narrativa, que sintamos esa simultaneidad de los tiempos, es decir, la historia que sucede a mediados del siglo XIX y la historia que sucede en la actualidad ocurren simultáneamente. Ambas líneas temporales se van conectando a través de otro recurso —que creo que Wichy explora muy bien— que tiene que ver con el pensamiento mágico, que para nosotros los occidentales, generalmente influidos en la ilustración, en la razón, es algo que nos puede resultar dificultoso de entender.

La investigación que hace Wichy lo lleva a comprender lo que significa la magia en la cultura comca’ac, y la utiliza en la narración para crear, digamos, estos “túneles” con los que viaja en el tiempo, y tenemos la sensación de que las dos historias se dan de manera simultánea. Esto me parece un gran logro de la novela.

Y en ese enorme conflicto de identidad que cada uno de los personajes va enfrentando, tanto en la historia del siglo XIX, donde el autor rescata una leyenda maravillosa que no sé si mucha gente conozca en Sonora —la de la reina blanca seri, Lola Casanova, fascinante—, rescata una leyenda y la desarrolla con toda la libertad que implica la ficción, y tanto en el siglo XIX como en la actualidad estos personajes luchan con sus signos de identidad, con esos “qué somos”, “qué nos define”, y hay una especie de fuerza cósmica que va mucho más allá de los sentidos de identidad y pertenencia, de esas afirmaciones, de “lo que soy” y las negaciones, de “lo que no soy”. Tiene que ver con el amor, no solamente amor romántico, el amor de pareja, el del deseo, sino de amor en su plena extensión, en su implicación máxima, el amor como la posibilidad de cuestionar esa losa tan pesada que llevan sobre el lomo las identidades, las pertenencias, con este “soy hermosillense”, “soy comca’ac”… “no soy indio”, “no soy blanco”, y esta cosa cósmica que nos plantea el autor, que va atravesando los niveles de la novela.

Por supuesto, si obvio es el amor en esta bella leyenda que recupera Wichy de Coyote Iguana, el jefe seri del siglo XIX, y Lola Casanova, la descendiente de españoles que se integra a la nación comca’ac, más lo es el amor que tienen los seris por la naturaleza, por sus ancestros, esto que ha conservado el autor con todos sus personajes, que los sacude de sus convicciones y de sus prejuicios, porque todos los personajes tienen prejuicios y también intentan librarse de la tan pesada carga, un rasgo precioso de la novela, como saber todas esas cosas nos permite no tanto responder esas preguntas, sino comenzar a vernos desde otros ojos, para que en una propuesta ciertamente utópica —que para eso es la magia de la ficción— encontrar otras formas de convivencia que nos llegan desde la negación, desde el “soy” porque “no soy”, esta misma fuerza cósmica que atraviesa a Coyote Iguana, a Lola Casanova, a Águila Cantora, a Caleb, a Grecia, a don Jonás y a Eliseo, personajes entrañables, personajes con los que uno se engancha.

Decía Milán Kundera que la novela, como género, era la responsable de que existieran los derechos humanos; antes de que existiera el concepto de derechos humanos ya existía la novela, porque la novela explora las individualidades y convoca al lector a la empatía. Creo que es un gran acierto toda esa investigación sobre los comca’ac, que igual pudo haber sido un  ensayo o trabajo periodístico, pero es una suerte que haya elegido la literatura, porque a través de los hechos de ficción que concibe Wichy, algunos con antecedentes históricos, otros totalmente inventados, a través de personajes como este gran protagonista, poderoso, logra el escritor, precisamente la posibilidad de empatía, la posibilidad de vernos desde los ojos de otras formas de entender el mundo, para ir tras esta maravillosa utopía que tendría que ser la integración, la de la convivencia, del conocimiento profundo de quiénes somos, no desde la negación sino desde el sumar.

Piedra de Luna, por supuesto, me parece una gran edición, creo que todos los sonorenses deberíamos leerla. Es una novela que destila amor por Hermosillo, amor por su paisaje, por sus costumbres, por sus formas de vida, pero me queda claro que es una novela escrita por alguien que viene de fuera, que entiende lo que es el desarraigo, a pesar de estar viviendo permanente en Sonora. Creo que ese factor, el de ser un desarraigado —y en eso coincidimos— es lo que le da la visión, la mirada necesaria para desentrañar el misterio del “nosotros” y el “ellos”. ®

Palabras de presentación de la novela Piedra de Luna durante las Fiestas del Pitic, en Hermosillo, Sonora.

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Publicado en: Libros y autores

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