¿Qué es Cuba ahora?

La farsa de la izquierda

¿Qué es Cuba ahora? Una farsa, un cascarón, un país de pobres muy pobres y de oprimidos muy reprimidos. Un país sin esperanza del que se escapa quien lo consigue, aun en llantas o balsas de madera, arriesgando el pellejo.

Silvio Rodriguez, Fidel Castro y Pablo Milanés retratados en La Habana en 1984.

Leo un artículo en el diario argentino El Sol, publicado en julio de 2021 y escrito por Osvaldo Bazán intitulado “La traición de Silvio Rodríguez”, y lo termino francamente enojado: su enumeración de las arbitrariedades, la devastación, la represión a la prensa libre, las detenciones ilegales, el hambre, la falta de productos tan indispensables como el jabón, la fallidísima política económica, la corrupción generalizada, el estado ruinoso de la ciudades, la persecución a los homosexuales, la discriminación de los negros, la prostitución como recurso desesperado de sobrevivencia y, sobre todo, la complicidad de dentro y de fuera de una buena parte de la izquierda latinoamericana, consiguió abrumarme y entristecerme como hace mucho no me pasaba, y de eso, como ya dije, llevarme al enojo.

Un rato después, y con la cabeza más fría, me pongo a pensar si ese artículo de verdad me ha revelado algo nuevo sobre Cuba, algo que no supiera. Y entonces comienzo a recordar todas las cosas que he ido leyendo y mirando y escuchando sobre la vida en Cuba a lo largo de los ya más de sesenta años que tiene su mentada revolución: recuerdo los textos de Cabrera Infante —en especial el de Vidas para leerlas, donde con su manera inimitable de jugar con las palabras describe la feroz persecución homofóbica a las mayores figuras de la literatura cubana Virgilio Piñera y José Lezama Lima con un Ché estrellando sus libros contra las paredes; recuerdo a Franqui y su descripción de la incesante apropiación del país por parte de Fidel y sus secuaces, las críticas y denuncias crecientes de gente como Octavio Paz, Sartre, la impecable película de Julian Schnabel Antes de que anochezca, sobre la vida y vicisitudes de Reynaldo Arenas; el implacable documental Conducta impropia, de Néstor Almendros; la durísima y divertida crónica de Jorge Edwards Persona Non Grata sobre su paso como embajador del Chile de Allende, los privilegios que sólo por ser quien era le concedía Castro a su amigo García Márquez para vivir como marqués —con todo y Mercedes (el coche, no su esposa), chofer (negro, faltaba más), y mansión en El Vedado solo por ser él—; la implacable persecución sin tregua a la bloguera Yoani Sánchez…

Contra toda evidencia, frente a tanta información, ante tanta estulticia, pudimos apenas ver un Zócalo repleto extasiado coreando las canciones del también millonario cantante oficial del régimen, interpretando sus odas cursis y trasnochadas por enésima ocasión o al presidente defendiendo un régimen indefendible.

Y tengo que decirlo: No. No el artículo (que no tiene nada de malo), no me reveló nada nuevo. Y no solamente eso: me di cuenta de que todo lo que consigna son cosas que se han publicado o mostrado o dicho desde hace diez, veinte, treinta años. ¿Cuántos años tienen los libros que menciono?, ¿cuántos las cintas que evoco?, ¿cuántos las críticas de Sartre, que murió hace 42 años, o de Paz, que falleció en 1998? Por cierto que el periodista no menciona nada sobre la inmensa riqueza que, también es bien sabido, acumuló Fidel durante su reinado.

Y aun así, contra toda evidencia, frente a tanta información, ante tanta estulticia, pudimos apenas ver un Zócalo repleto extasiado coreando las canciones del también millonario cantante oficial del régimen, interpretando sus odas cursis y trasnochadas por enésima ocasión o al presidente defendiendo un régimen indefendible que apenas y sobrevive pidiendo limosnas a cambio de servicios de profesionistas esclavizados.

Entiendo lo que fue Cuba alguna vez. Entiendo la fuerza simbólica que tuvieron en su momento la figura del Che o las canciones de la Nueva Trova o la bocanada de aire fresco que otrora representó esa isla que se le enfrentó al imperio y de alguna manera lo derrotó. Pero eso fue en su momento, en su tiempo, cuando leíamos a Rius y a Marta Harnecker, cuando existía la cortina de hierro, cuando el 68 estaba por suceder.

¿Qué es Cuba ahora? Una farsa, un cascarón, un país de pobres muy pobres y de oprimidos muy reprimidos. Un país sin esperanza del que se escapa quien lo consigue, aun en llantas o balsas de madera, arriesgando el pellejo. Pero el izquierdismo rancio, añejo, reaccionario —sí, reaccionario—, no es capaz de reconocerlo. De denunciarlo. De siquiera criticarlo. ¿Por qué?, por orgullo, por mera obstinación, por no aceptar que están, que llevan estando equivocados ya muchos años. Lo suyo es ceguera de taller, terror a salir de su zona de confort —muy poco confortable, por cierto—, ganas de seguir siendo adolescentes, aunque tengan sesenta o setenta años. Y en muchos casos, pretexto para intentar colocarse del lado correcto de la historia.

La izquierda, la verdadera izquierda, debería hoy ser humanista. Y no lo es. Debería ser antiautoritaria. Y no lo es. Debería ser democrática y admitir las diferencias, los matices, la modernización tecnológica. Y no lo es y no lo hace. Debería ser inclusiva. Y no lo es. Porque, si lo fuera, no tendría el más mínimo espacio ni la más mínima cara para defender a la Cuba de Díaz–Canel —y sus secuaces. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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