Nahui Olin, un volcán que nunca se apaga

La insaciable sed de Nahui Olin

Patricia Rosas Lopátegui publica Nahui Olin: el volcán que nunca se apaga, en el que recopila poemas y textos de Nahui Olin, legendaria y transgresora mujer que desafió los estigmas y estereotipos de su tiempo.

Carmen Mondragón/Nahui Olin.

Patricia Rosas Lopátegui acaba de publicar Nahui Olin: el volcán que nunca se apaga (Gedisa, 2022). Este libro no podía llegar en mejor momento, pues la artista, modelo y poeta merece un lugar predominante en la cultura mexicana y universal. El libro consta de cinco apartados: una selección de los poemarios de la autora, así como de su correspondencia con el Dr. Atl, un par de entrevistas, una relevante sección dedicada a revisar cómo recibió la crítica los poemas de Nahui Olin en los años veinte y cómo son vistos en este milenio, para finalizar con una composición de Rosas Lopátegui sobre ella, una selecta biblio-hemerografía y una llamativa selección de imágenes a color.

Nahui Olin nació el 8 de julio de 1893 en Tacubaya, Ciudad de México, como María del Carmen Mondragón Valseca. Fue la quinta hija del general Manuel Mondragón y de Mercedes Valseca. Su infancia la pasó en México, pero también en París, Francia, y San Sebastián, España, educada en los mejores colegios. Se desarrolló precozmente y demostró una enorme sensibilidad e inteligencia, así como aprecio por las artes y la música. No obstante, pese a su posición acomodada y educación tradicional, Carmen Mondragón tenía una inquietud dentro de ella, una rebeldía que sólo era superada por su sed de conocimiento.

A los diez años escribió en francés —como parte de sus tareas del colegio— sus primeras reflexiones sobre la libertad y sus deseos de ser independiente. Creó escritos precoces que serían publicados tiempo después, en 1924, bajo el título A dix ans sur mon pupitre (A los diez años en mi pupitre).

Nahui lleva consigo el vanguardismo y la bohemia de los años veinte, razón por la cual es tachada de “loca” en la misma época en la que se comenzaba a estigmatizar con el racionalismo de la psicología a las mujeres divergentes como “histéricas” o enfermas mentales o sexuales…

La infancia de Carmen Mondragón fue cómoda de alguna manera, pero muy complicada en otros aspectos, pues su padre fue un general durante una época conflictiva en México. En 1913 fueron expulsados del país tras la Decena Trágica y, antes de irse a Europa, la joven se casó con un cadete llamado Manuel Rodríguez Lozano. De este matrimonio Carmen Mondragón tuvo un hijo, quien murió pocas horas después de nacido en 1914. A finales de 1920 volvió a México y el siguiente año conoció a Gerardo Murillo, el Dr. Atl, con quien se entregó al amor y el arte. Adoptó su nuevo nombre, Nahui Olin, que en nahua significa “cuarto movimiento del sol”. Nahui abandona a su marido y se entrega a la vida de artista, pintando, escribiendo, posando e interactuando con la comunidad intelectual mexicana.

Es así como se da a conocer en la vida cultural de México, en la que sobresale por su belleza y su rebeldía, atreviéndose a posar desnuda pese a los estigmas de la sociedad conservadora que la rodeaba. Nahui lleva consigo el vanguardismo y la bohemia de los años veinte, razón por la cual es tachada de “loca” en la misma época en la que se comenzaba a estigmatizar con el racionalismo de la psicología a las mujeres divergentes como “histéricas” o enfermas mentales o sexuales de algún tipo.

Podemos decir que Nahui Olin es una artista que sigue vigente en las nuevas generaciones y que, como dice Adriana Malvido en una entrevista para la revista Vanguardia (2018), hace falta conocerla “más allá de la belleza del ícono, del rostro, de sus ojos verdes, de la belleza que tiene”, ya que durante mucho tiempo ha sido relegada a ser simplemente la musa de otros artistas de la época de oro de la cultura mexicana. Nahui fue, por supuesto, mucho más que la inspiración de otros, pues fue creadora y autora de su propia arte, desde sus pinturas hasta sus textos, poemas y cartas que proyectan a una mujer de gran capacidad intelectual, transgresora y llena de sensibilidad.

Entre sus textos tenemos la correspondencia que intercambiaba con el Dr. Alt, así como libros que recopilan sus poemas y escritos, incluyendo traducciones de sus textos en francés como Câlinement Je Suis Dedans (1923) o Tierna soy en el interior. En ellos podemos apreciar esa misma personalidad multifacética que nos habla de una mujer de gran talento y llena de inquietudes, las cuales la animaban a explorar el mundo y experimentar en busca de respuestas. En su recopilación poética Óptica cerebral. Poemas dinámicos (1922) encontramos a esa Nahui que combina el espíritu y el cuerpo y que, como describe Narváez en su artículo “Nahui Olin: el cuerpo en el verso. La escritura libre de Carmen Mondragón Valseca”, podemos apreciar a “una mujer que se percibió como autorizada para reflexionar sobre la ciencia, los valores, las reglas sociales, el amor, el deseo y el conocimiento”, o, como también dice Narváez, “Carmen Mondragón Valseca mató al ángel en el hogar”, esa noción idealizada de una mujer hogareña, sumisa, renegada, pasiva y entregada al bienestar de su familia

Un poema que resalta en este trabajo es “Insaciable sed”, en el que Nahui plantea su curiosidad intelectual como una necesidad biológica, como la sed, siendo el agua fundamental para la vida: “…y mi espíritu tiene loca sed que nunca se extinguirá, porque su personalidad única no permite comunión o posesión alguna de igual magnitud”. Con estas palabras Nahui afirma que no hay acción externa que la pueda domar o controlar por encima de sus aspiraciones intelectuales, implicando que nada puede sobrepasar esa curiosidad que tiene por aprender, que no la pueden hacer pensar de otra forma —sumisa y pasiva—, ni la pueden controlar ni detener. Al mismo tiempo hace otra afirmación de gran peso más adelante: “…les propaga voluptuosamente caricias de apreciación exterior, las penetra, las palpa en su carnosidad y las muerde hasta beber su sangre sin conseguir más que una grande locura de insaciable sed. Y de esa sed admirable nace el poder creador¾”. Aquí, una de las interpretaciones a las que se puede llegar es que Nahui está señalando la experiencia propia como forma de aprendizaje para crear esos “mundos nuevos” de los que habla, que bien puede ser ideologías o formas de pensar, a los cuales les va dando forma mientras va adquiriendo conocimiento. Sin embargo, parte del conocimiento y del aprendizaje son las vivencias que experimenta en carne propia, y Nahui enfatiza que esas experiencias la enriquecen, sí, pero no la dejan satisfecha, sino que la impulsan a querer saber todavía más, y entonces el proceso se vuelve circular. Asimismo, se incluye en el proceso la acción de crear, mas esos “mundos nuevos” que son creados no marcan el final, sino que, de nuevo, le producen sed —curiosidad— y renueva en ella la necesidad de adquirir más conocimiento. Encontramos así una sincronización corporal y espiritual que ejemplifican las visiones que trasmitía Nahui sobre el intelecto y el mundo físico.

Por otro lado, en la misma recopilación de Óptica cerebral hay otro escrito planteado desde una perspectiva más crítica: “El cáncer que nos roba la vida”. En éste encontramos una reflexión con palabras más directas —una sinceridad hiriente— de Nahui a la condición femenina. El cáncer es una forma de referirse al problema social de una sociedad patriarcal. Nahui lo llama “estigma de mujer”, y señala que si bien es el hombre y el patriarcado el que ha impuesto las ideas —las leyes—, también las mujeres participan en la dinámica al “cultivar” a sus hijas con ideales que continúan perpetuando la desigualdad y la subordinación. Nahui llama a estas mujeres que carecen de intelecto y que además no lo quieren adquirir “mujeres con poca materia, con poco espíritu, crecen como flores de belleza frágil, sin savia, cultivadas en cuidados prados para ser trasplantadas en macetas inverosímiles—”. La metáfora de las flores continua y sutilmente denuncia y reclama cómo “grandes arbustos” —mujeres de gran inteligencia— son reducidos a nada, de cómo hay flores en invernaderos —mujeres que han sido enajenadas— que no sobreviven en la naturaleza —en el mundo real—, así como hay flores que padecen ante las “inclemencias” del clima, como el sol o las tormentas, en una clara analogía cuando dice directamente que “son víctimas de crímenes cínicos de poderes legislativos, de poderes religiosos, de poderes paternos”. Se aprecia aquí inequívocamente la denuncia de los abusos que sufren las mujeres por parte del Estado y la sociedad. Sin embargo, el problema no es solamente una fuerza externa que oprime y daña, por lo que Nahui añade: “…y esas víctimas cobardes paren, porque no tienen seguridad de ellas mismas, generaciones de nulidades enfermizas”, refiriéndose a la idea de que las mujeres que sobreviven en una sociedad así son aquellas que han sido doblegadas ante la ideología patriarcal, por lo que perpetúan la dinámica de la sociedad falocentrista. Nahui articula críticamente su rechazo al ideal impuesto de cómo debería de ser una mujer en la sociedad, ideal que ha sido impuesto por otras mujeres ya resignadas y sometidas. Línea tras línea expone la realidad, por más hiriente que resulta, aunque compensa y atenúa el ataque con la metáfora de las flores.

Los escritos de Nahui muestran esa dualidad de rebeldía y sensibilidad, pues con la misma delicadeza con la que embellece sus versos critica mordazmente los ideales sociales que considera hipócritas o perjudiciales. Por ejemplo, en varios de los textos de Tierna soy en mi interior (1923) encontramos una respuesta de Nahui a la sociedad que la juzga y tacha de “ninfómana por su comportamiento liberal, por ser una mujer que no se avergonzaba de su cuerpo ni temía manifestar su sexualidad, sus deseos y sus ambiciones. Como señala Narváez al hablar de los estigmas que rodearon a Nahui Olin, el ángel del hogar era

un modelo de mujer con una sexualidad pasiva, entregada a su familia y al bienestar de la nación. Para principios del siglo XX se consagró a las mujeres como reinas del hogar, el culto mariano propició penar que ellas eran portadoras de una fuerza guiadora de valores morales, de ahí que se considere la importancia de esta figura en la construcción de nuevos ciudadanos.

Este ideal de mujer era lo que se esperaba de una ciudadana ejemplar y más de una figura pública que podría influir en aquellos que la admiraban, por lo que no es de extrañarse que Nahui Olin comenzara a ser desacreditada ante el público como una “loca sexual”. No obstante, la realidad dista mucho del mito que quisieron crear sobre ella, y en sus escritos, aunque hay erotismo, no hay depravación ni perversidad. Muy por el contrario, en varios de esos escritos con tintes eróticos se puede apreciar una resignificación del erotismo femenino que dignifica a la mujer en lugar de presentarla como un objeto sexual. Por ejemplo, en el poema “En mis medias” encontramos versos fugaces y dinámicos en los que Nahui se expresa sobre su cuerpo con orgullo y seguridad de sí misma, sin vergüenza y consciente de la percepción social, pero negándose a caer en el juego de objetivar su cuerpo. Nahui dice que dentro de sus medias hay “algo” y que ese algo es su carne, la cual se percibe a través de la seda de color negro y que sabe que se le mira con gula y ella siente placer al ser admirada. Hay un deje de erotismo y jugueteo que no se puede negar, mas sus versos presentan una perspectiva distinta a la poesía convencional escrita por hombres, en la que la mirada masculina —male gaze— erotiza el cuerpo femenino como si fuera un mero objeto que produce placer. Las piernas suelen ser una parte erótica bajo esta mirada, aunque Nahui ni siquiera menciona directamente sus piernas en el poema, pero sí habla de lo orgullosa que está de “su carne” que se ve a través de la seda.

Hay un deje de erotismo y jugueteo que no se puede negar, mas sus versos presentan una perspectiva distinta a la poesía convencional escrita por hombres, en la que la mirada masculina —male gaze— erotiza el cuerpo femenino como si fuera un mero objeto que produce placer.

En la misma instancia, y en la colección Tierna soy en mi interior (1923), hay escritos que le recuerdan al lector que, aun cuando no hay nada de malo en obtener placer de la carne, la inteligencia y el espíritu siguen siendo parte del cuerpo y componentes del ser femenino. En “Poso para los artistas” Nahui se expone sin pudor como la musa que fue para quienes la pintaron o fotografiaron, y la voz poética señala que ella es algo más que sólo apariencia, que ella es “otra cosa que ellos no han visto todavía” y que “es [su] espíritu derramado en [su] cuerpo escapándose por [sus] ojos…”. La repetición enfatiza lo que realmente le importa a ella, en contraposición a lo que describe que observan en ella “los señores que hacen siempre [con ella] nuevos cuadros”. De esta manera, Nahui contesta a la creencia de que la belleza es sólo cuerpo, mero objeto para admirar, pues ella aporta más, su inteligencia, sus ideas y su creatividad. De la misma forma en la que desestima el ideal del ángel en el hogar, rebate la idea opuesta de que la mujer bella y sexual es hueca como un florero, sin sensibilidad y poco pensante. Así, el resultado de sus escritos es una respuesta a una sociedad llena de prejuicios y de valores morales que ella transgredía con tan sólo existir, por lo que era más fácil tacharla de “loca” que cuestionar los paradigmas establecidos en la sociedad machista, donde la mujer solamente podía ser una virgen/madre o una prostituta.

Se podría argumentar que las inquietudes de Nahui estuvieron ahí desde siempre, pues, como ya se mencionó, en sus textos de A los diez años sobre mi pupitre ya vemos indicios de lo fuera de lugar que se sentía al no comulgar con las ideas que le imponía la sociedad. En “Incomprendida” la voz poética rechaza tajantemente su destino impuesto al ser mujer: “…siendo destinada a ser vendida, como las esclavas en otros tiempos, a un marido. Protesto, a pesar de mi edad, por quien está bajo la tutela de los padres”. Nahui no rechaza su feminidad ni se victimiza en ningún momento por su condición femenina, sino que reclama la injusticia que se comete al no darle los mismos derechos que tienen los hombres o los seres vivientes y pensantes, como ella dice al final de su escrito. Reclama que la libertad y la ilusión son virtudes que deberían pertenecerle, que es consciente de ello, mas le son negadas por la estructura social que busca mantenerla controlada de forma sistemática, primero bajo la tutela de sus padres y luego bajo la de su marido. Es pertinente recordar que, en su tiempo, las leyes del Estado limitaban las libertades de la mujer y las ponían en desventaja, y no fue hasta los años cincuenta cuando se reformó la Constitución para otorgarle el voto a la mujer, y como no ha sido hasta años muy recientes, después de los 2000, cuando se ha tipificado el feminicidio en lugar de justificarlo como “crimen pasional”, que restan culpa y años de cárcel al asesino.

Así, casi cien años después podemos también decir que las inquietudes de Nahui siguen vigentes y que su “rebeldía” —que bien podía ser considerada una rareza en su tiempo— es hoy un eco feminista y transgresor de las nuevas generaciones que tienen que afrontar las arraigadas ideas conservadoras y tradicionales de la sociedad patriarcal mexicana. Reconocer el trabajo de Nahui y reconocerla a ella como persona y parte de nuestra historia cultural implica reconocer que las inquietudes feministas y las transgresiones de las mujeres no son novedad, como tampoco lo es el quererlas desacreditar o incluso culparlas de su desgracia al tacharlas de locas o libertinas.

Es menester mantener viva a Nahui Olin y a otras tantas mujeres que a lo largo de la historia se mantuvieron firmes y luchando pese a la adversidad, en cuyos textos se encuentran verdades y una inspiración que aún están vigentes. De la misma manera en que nos conectamos con los clásicos griegos o la literatura medieval, los escritos de Nahui tienen un eco en toda mujer que lucha por su libertad e individualidad. Todo esto está capturado en Nahui Olin: el volcán que nunca se apaga (2022) y ahora, sin más pretextos, podemos acercarnos a su legado gracias a Patricia Rosas Lopátegui y su nuevo libro. ®

Bibliografía

Domingo Argüelles, J. “Nahui Olin o la elección del destino”. La Jornada Semanal, Núm. 913, septiembre de 2012.
Narváez M., Carolina. “Nahui Olin: El cuerpo en el verso. La escritura libre de Carmen Mondragón Valseca.” Debate Feminista, vol. 63, 2021.
Olin, Nahui, y Patricia Rosas Lopátegui. Nahui Olin: Sin principio ni fin: Vida, obra y varia invención. 1a. ed., México: Universidad Autónoma de Nuevo León, 2011.
Rosas Lopátegui, Patricia. Nahui Olin: el volcán que nunca se apaga. México: Editorial Gedisa Mexicana, 2022.
Rosas Lopátegui, Patricia. Óyeme con los ojos: De Sor Juana al siglo XXI: 21 Escritoras Mexicanas Revolucionarias. 1a. ed., México: Universidad Autónoma de Nuevo León, 2010.
Sierra, Sonia. “Rebeldía de Nahui Olin conecta con jóvenes de hoy”. El Universal de México, 13 de marzo de 2018.

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Publicado en: Libros y autores

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