Si sólo tratara de erigirse como un espejo más del mundo, habría pasado por alto la pretensión moralizante de la obra de David LaChapelle. Quien no espera nada del mundo puede aprovechar mejor su condición, pero quien habitándolo lo objetualiza reproduce su miseria. El artista en cuestión espera muchos dólares, muchos aplausos, no una parcela mejor del mundo.
La finalidad del discurso ético empuñado por LaChapelle, que supone una crítica social, se pierde en la realización estética. La imagen habla por sí misma y habla en muchos tonos. La vulgaridad —entendida como secularización comercial, como gratuidad exuberante y como simulación— es el tono dominante en la obra de LaChapelle.
Un juego artificioso donde la intención de suprimir fronteras, cohesionar simbolismos y utilizar distintos recursos —la reinterpretación de Miguel Ángel; la hipótesis de un Cristo cotidiano; el desnudo como dogma nauseabundo y el empleo de marcas que representan el galopante consumo global— frustra el intento de materializar visualmente una crítica a la sociedad contemporánea.
David LaChapelle es uno más entre tantos que confunden reflexión con mercadotecnia. No logra pasar de la intención a la concreción porque las herramientas simbólicas que emplea favorecen el escándalo barato. Esa ingenuidad es imperdonable.
El fotógrafo es una especie de Naomi Klein de la imagen que transita por las redes globales con la misma eficacia que un infomercial nocturno. Sus imágenes decorarían a la perfección el baño de un bar alternativo, pero difícilmente harían de Beverly Hills un lugar humanamente mejor. Eso también le pasa al fotógrafo austriaco Spencer Tunnick, que vende barato la experiencia del cuerpo, de su reconocimiento en sí, de la desnudez como acto natural, como la utopía liberadora de prejuicios y tabúes, y que no es otra cosa que un retrato de su propia enfermedad como un ser humano que anda por la vida vestido de arriba a abajo.
Si bien el trabajo de LaChapelle es técnicamente inobjetable, no despierta más interés que las revistas National Geografic, Insólito o Alarma! en sus tiempos de gloria, en su propósito de desnudar la pobreza, el dolor, el abandono y la miseria del ser humano. Claro está, sin el arquetipo mítico del rock star.
LaChapelle sincroniza a la perfección con el tiempo del arte. Un tiempo que se ha desdibujado en el sincretismo de estilos, a su vez justificado como exploración enriquecedora, pero que representa el agotamiento general del arte en su irrefrenable conversión en entretenimiento; en su transformación en cadena de pertenencia social y muy lejos de una visión que fracture paradigmas e innove. Contrario a ello, parece rendir un homenaje a través de la belleza corporal a la decadencia que denuncia. Estamos frente a un falso choque semántico que pareciera superponer la belleza a la decadencia, cuando la decadencia tiene su propia estética.
La fotografía, mientras más accidentada, espontánea y súbita sea, cumplirá mejor su misión de ser un vehículo fractal, un tajo de vida arrancado de imprevisto, una raja de realidad extraída sin otro plan de acción que encapsular discreta pero fulminantemente un instante que jamás volverá. El montaje, la recreación, la reproducción de determinada realidad o incluso de ideas nunca podrá liberarse del atavío del artificio y la simulación. Si existe una disciplina artística que exige irracionalidad e instinto, ésa es la fotografía.
En su obra, la belleza es un distractor y no un elemento que acentúa el drama. La belleza rompe la tensión simbólica, secuestra su trascendencia y crea una composición vulgar. De ahí que ese cliché no sirva para salvar su discurso moral —celebrado hasta la náusea por curadores y fans.
El elemento del vacío, que tanto intenta criticar, es antropófago, actúa por metástasis; no requiere revestimiento alguno para conducir a su huésped a la supresión paulatina. Parece más un intento fallido del autor por desmarcarse de su modus vivendi. Tristemente logra alimentarse de las miradas inexpertas de muchos espíritus despistados que buscan empatía al amparo de infiernos artificiales.
David LaChapelle ofrece eso, la posibilidad de empaparse de algo tan superfluo e inútil como una erección en la cima del Everest. ®
Fannii
Frank Lozano, el día que despiertes y creas algo tan increible y tengas esa imaginación y ese arte como para crear algo aunq sea un 10% de admirado como las obras de David LaChapelle, ese día criticas. Mientras tanto contempla sus obras y aprende! Que la envidia mata ;)
Felipe
Qué articulo mas patético y mal hecho, encasillar el arte, encasillar la fotografía. Ojalá no puedas obturar una cámara nunca más en tu vida.
Pacoy...
«David LaChapelle es uno más entre tantos que confunden reflexión con mercadotecnia»…. me encanta (y a la vez me asusta un poco, no lo niego) descubirir que esa línea es cada vez más finita… me emociona que pondrá a los teóricos a reflexionar en su zona de confort tan elitista y como bien mencionas en otro fragmento, que también se encuentra sumergida en un tiempo específico: » Un tiempo que se ha desdibujado en el sincretismo de estilos, a su vez justificado como exploración enriquecedora, pero que representa el agotamiento general del arte en su irrefrenable conversión en entretenimiento; en su transformación en cadena de pertenencia social y muy lejos de una visión que fracture paradigmas e innove.» Y ese tiempo no es sólo el del ARTE… son los tiempos nuestros, los que nos toco vivir, entonces esta manfestación artísticas tiene su razón de ser o no?
Gerson
«La fotografía, mientras más accidentada, espontánea y súbita sea, cumplirá mejor su misión de ser un vehículo fractal, un tajo de vida arrancado de imprevisto, una raja de realidad extraída sin otro plan de acción que encapsular discreta pero fulminantemente un instante que jamás volverá. El montaje, la recreación, la reproducción de determinada realidad o incluso de ideas nunca podrá liberarse del atavío del artificio y la simulación»
Osea que dejaremos que la suerte o la chiripa en una fotografía nos haga mejores fotografos? la fotografía siempre es construida. Saludos y que bien que los temas entre en el sentido de tener diferentes opiniones, confrontar, debatir y más.
RAÚL RAMÍREZ GARCÍA
A mí no me parece tan light, deshonesto, ni «la posibilidad de empaparse de algo tan superfluo e inútil como una erección en la cima del Everest» la obra fotográfica de David LaChapelle. Cada artista de la lente es libre de acomodar y enfocar sus temas para un mejor logro de sus proyectos visuales. Las imágenes de cada fotógrafo son según su educación estética, cultural. ideólogica y el cristal o lente con los que MIRA. A mi juicio, LaChapelle logra renovar lo dadaísta y lo Kitsch, tal vez sí pudiera ubicarse como un revitalizador Ultradadá y Requeteultrakitsch. Sus fotos no sólo sirven para decorar watercloset sino para curar las disfunciones eréctiles de lozanos críticos.
Roberto Cárdenas
Precisamente esa superficialidad es la que alaban los curadores y críticos de LaChapelle.
En lo personal siento una admiración, no tanto en tono fanático, sino tirándole por el lado de la astucia -quizás disfrazada de cinismo y deshonestidad-. Pero, ¿no es acaso la artimaña del como vender lo que ahora se compra en el mundo del arte?.
Por un lado se consume la idea pulcra del discurso artístico, pero por el otro -y este se vuelve el discurso original-, la idea permuta para alcanzar a los correteados y precoces gustos y costumbres del gremio artístico, que sugiere una tesis desfasada de la que se lee en las instituciones -sean físicas o virtuales-.