EL «COOL» RADICAL, LA SUPREMACÍA BROWN Y LA CULTURA POST-NARRATIVA

“Le roi est mort, vive le roi!”

Históricamente, los manifiestos han funcionado como una infusión de oxígeno en el metabolismo de una cultura. En ellos se exploraba con entusiasmo y energía juvenil territorios antes no transitados, dando incluso lugar, a veces, a un nuevo ciclo. Irónicamente, hoy en día, cuando la novedad es el único y supremo dios y la hiperkinética amnesia global se está convirtiendo en nuestro pan diario, cualquier revolución tiene el efecto paradójico de consolidar el mismo poder al que se opone. Hoy, los manifiestos son más una estrategia de mercado que un cambio de paradigmas. He aquí dos ejemplos.

Houellebecq

En julio de 1996 cinco novelistas mexicanos publicaron el Manifiesto Crack, con el cual se proponían romper con la tradición del realismo mágico y volver a lo que ellos llamaban una “estética de la dislocación”, es decir, a cierta multiplicidad y un caos más o menos determinista. Uno de los autores de ese manifiesto habla explícitamente de una inquisición cultural: “El Crack deslinda y desbroza los libros de los que se siente deudor y también los libros de los que se siente anatematizador o inquisidor, pues son muchas las novelas que se irían a la hoguera sin reparo y sin perdón”.

En septiembre de 1998 dos poetas rumanos publicaron el Manifiesto Fracturista, en el que declaraban que “el fracturismo es la primera propuesta de ruptura radical con la estética posmoderna” y que “el fracturismo es la corriente integrada por aquellos escritores que viven como escriben, es decir, expurgando su poesía de mentiras sociales […]; por aquellos escritores sin expectativas de transformar su escritura en una carrera literaria; por aquellos que no perciben el arte como una transacción social ni la vida como un negocio del que se pueda derivar beneficio alguno”. Asimismo, el manifiesto incluía una lista de nombres de poetas rumanos que sus autores consideraban “fracturistas” (junto con ellos mismos, claro está), declaraba que los poetas de los ochenta eran “lamentables y ridículos”, y mencionaban específicamente a dos (un crítico y un poeta) que consideraban en el campo opuesto a sus propias creencias.

La lógica de ambos manifiestos es simplista y dicotómica. Esto o aquello. Blanco o negro. Lo que ellos hacen es malo, lo que nosotros hacemos es bueno. Si quieres estar en onda, lee nuestras cosas y desecha las de ellos…

De hecho, lo que hacen es pura propaganda.

Sin embargo, no creo que el hecho de que estos dos manifiestos surjan bajo un mismo nombre sea una mera coincidencia. Cracks y fracturas. Video-clips, hip-hop, remix, muestreo, collage. Un mundo nuevo y fragmentado. Los estudiosos podrán seguir discutiendo durante mucho tiempo los ocultos matices de los escritos derrideanos; pero si al menos en algo Derrida dio en el clavo es en que el deconstruccionismo es un logo perfecto para cualquier manifiesto.

Amis

Aun así, lejos de los furibundos enunciados de estos dos manifiestos, una revolución silenciosa está teniendo lugar en el ámbito del estilo literario. Yo la llamo “el cool radical”. Haruki Murakami, Frederic Beigbeder, Pedro Juan Gutiérrez, Xavier Velasco, Martin Amis, Chuck Palahniuk, Michel Houllebecq, Victor Pelevin, Hanif Kureishi, Yoko Tawada, Virginie Despentes, Brett Easton Ellis, Fernando Vallejo, Claudia Golea, Alexandru Vakulovski, etcétera, etcétera. ¿Qué es lo que todos estos escritores tienen en común? A menudo sus personajes son rebeldes, marginales, observadores desencantados de la sociedad contemporánea. No cínicos, sino simplemente aburridos, como los detectives de Raymond Chandler. Beben, se drogan, hacen el amor, viajan, pero no están nunca contentos, nunca satisfechos. Son extremadamente lúcidos, pero su frustración es igualmente extrema. Sufren de insomnio o de misantropía. A veces matan sin ninguna razón, como los adolescentes de Viólame, de Virginie Despentes. A veces recurren a la sexualidad como una forma indirecta de protesta contra un régimen totalitario, como en las obras del escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez. O van en busca de la oveja fabulosa como el héroe de Murakami. Están demasiado cansados para creer en nada. El cool radical es el neo-noir de nuestra época.

Pero ni los manifiestos ni el estilo del cool radical son las estrategias más eficaces del mercado editorial. Los libros de Sandra Brown y Dan Brown no entrañan ningún manifiesto ni participan en absoluto del cool radical. La supremacía de estos dos escritores se basa en recetas que cuentan ya con más de un siglo de antigüedad. ¿Qué esperan de un libro la mayoría de los lectores? Amor y suspenso. Dénles pues lo que quieren. Cuéntenles el cuentito. No importa si Alejandro Dumas y Emily Bronte lo hicieron mucho antes cien veces mejor. Echen en la olla una conspiración o una historia de amor más o menos simplona. Lo importante es mantener el suspenso.

Vallejo

La historia de la literatura se divide en cuatro periodos delimitados por alguna revolución en el ámbito de la tecnología: la edad de la literatura oral, la edad de los copistas, la era de la imprenta y la era digital. Se podría decir que el nacimiento de la novela es una consecuencia del invento de Gutenberg. Si hace unas décadas las preguntas giraban alrededor de la crisis de la novela, ahora, después de toda la experimentación posmoderna —que llevó la no linealidad  y la complejidad de la trama a un nivel sin precedentes—, lo que está en crisis es la producción misma de sentido a partir de un modelo narrativo, así como su relevancia para nosotros, los lectores.

Todo relato no es más que una bella mentira y una construcción artificiosa. Podríamos decir que ni el mundo ni el alma humana son de una naturaleza similar a la de los cuentos, y que si estamos interesados en llegar a alguna verdad lo primero que deberíamos hacer es desechar por completo del modelo narrativo. ¿Pero nos sería posible? ¿Es posible producir sentido más allá de ese paradigma?

Por supuesto. Varias son las vías que nos permitirían investigar el amplio campo del sentido fuera del marco narrativo. Según entiendo, las preguntas que deberíamos hacernos son: si el modelo narrativo se está volviendo obsoleto, ¿qué modelo será el dominante en la era digital? Más aún: dado el hecho de que hoy día los niños prefieren ver una película o jugar con un videojuego antes que leer cualquier cosa, ¿tendrá alguno de los productos culturales del futuro algo que ver con la literatura? A estas alturas, deliberadamente opto por no entrar en el laberinto de debates sobre la novela hipertextual, la trama variable y la literatura interactiva que ocupan hoy a los especialistas en multimedios. Por el contrario, tomaré un atajo. La prueba más contundente de la existencia de un sentido no narrativo es la poesía. He aquí un ejemplo compuesto hace ya casi un milenio:

Si el intelecto es inestable

es porque el mundo lo supera
como a un hombre débil el abrazo de una prostituta.
Si se disciplina la mente,
el mundo se torna en una mujer distinguida
que rechaza las insinuaciones de su amante.
Abu Al al Ma’arri, poeta sirio (973-1057)

Estoy seguro de que en nuestro futuro digital la poesía nos acompañará, cualquiera que sea la forma que tome. ®

[Publicado en Replicante no. 15, “La sociedad del espectáculo”.]
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Publicado en: Ensayo, Julio 2010

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