Hace unos días me encontré a mi vecinito en la tienda, llenaba el mostrador de bolsas de botanas y chocolates de todos los tipos. Le pregunté si tenía una fiesta y le pedí bromeando que me invitara. Me imaginé cualquier tipo de respuesta menos la que obtuve: “Es que en mi escuela ya no venden ni papas ni chocolates. Entonces yo me llevo y las vendo en las canchas”. No supe qué decir, lo único que se me ocurrió fue preguntar si estaban enterados sus papás. “Sí”. Luego salió de la tienda dando un brinco. Lo seguí.
—Oye, Santiago, pero ¿sí sabes que ya no venden papas porque les hacen daño a los niños? —la verdad es que no se me ocurrió preguntarle otra cosa.
—No, las papas no hacen daño, bueno, sólo si comes muchas te pones gordo.
—¿Ah sí? Entonces, ¿por qué crees que las quitaron de la tienda de tu escuela?
—Porque los obligó la directora.
—¿Y no te da miedo que te cache?
—La directora no, me da más miedo que me cachen los otros niños que venden porque ellos empezaron primero y se van a enojar. Pero ellos no les hablan a los de mi salón y yo sólo les vendo a ellos porque… —se interrumpió, probablemente preguntándose si había hablado de más.
—Ya me voy —dijo, y echó a correr.
Santiago, el nieto de la portera, el niño más ñoño que he conocido en la vida, la única criatura de ocho años que prefiere jugar ajedrez o armar un rompecabezas que ver la televisión, convertido en un traficante de frituras, en un mini Chapo.
Bueno, supuse que era de esperarse. Nada alienta más el consumo de un producto que su prohibición, sobre todo tratándose de niños. La verdad es que la medida me pareció un tanto exagerada. No me imagino qué hubiera sido de mis recreos si me hubieran prohibido las frituras. Después de investigar un poco me enteré de que la muy discutida Reforma alimentaria al fin entró en vigor en las escuelas de nivel básico el pasado 11 de enero. Supuestamente, esta reforma regula el consumo de alimentos con alto contenido calórico y bajo aporte nutrimental. Lo curioso del asunto es que los alimentos considerados chatarra no fueron totalmente eliminados de las escuelas. Únicamente algunas instituciones sacaron por completo estos productos de la venta, por desgracia (que después supo convertir en fortuna) para Santiago, su primaria entre ellas. Las demás escuelas si acaso modificaron un poco los criterios a la hora de elegir cuáles alimentos serán ofrecidos a los niños. Por ejemplo, quedaron prohibidos terminantemente los tacos de chicharrón, pero no los chicharrones manufacturados, siempre y cuando cumplan con los estándares nutricionales.
Para cumplir con los nuevos lineamientos, los productos que ocasionaron todo este revuelo no, claro que no modificaron su contenido nutrimental, por favor. Lo que modificaron fue su contenido neto y ahora salen al mercado en porciones más pequeñas. Y, por supuesto, no faltaron las empresas que supieron aprovechar la situación para añadir el apelativo de “escolar” a sus productos y volverlos inmediatamente inofensivos para los consumidores infantiles.
Santiago, el nieto de la portera, el niño más ñoño que he conocido en la vida, la única criatura de ocho años que prefiere jugar ajedrez o armar un rompecabezas que ver la televisión, convertido en un traficante de frituras, en un mini Chapo.
Así, después de meses y meses de planteamientos inertes y de bombardeos mediáticos con alarmantes cifras sobre el índice de obesidad infantil en el país, al fin se logra poner en marcha una reforma que no reforma nada. Bueno, este cuento ya me lo sé.
Por otro lado, en los pocos planteles en los que se tomó con seriedad el asunto y se adoptaron medidas contundentes en contra de los alimentos industrializados ¿qué ocurrió? Uno o dos niños se pusieron listos y acapararon un mercado que en respuesta automática a la prohibición incrementó su demanda.
Al final, las buenas intenciones de la Secretaría de Educación Pública y de la Secretaría de Salud se vieron tristemente burladas. Los empresarios jamás permitirán que se les imponga normatividad alguna que afecte sus intereses y mucho menos estarán dispuestos a perder a sus mejores consumidores. Así que sacar la chatarra de la mayoría de las escuelas es prácticamente imposible, pero sobre todo no es ninguna solución en absoluto. La estricta prohibición solamente trae como consecuencia una alarmante parodia de la vida nacional por estos días, tráfico de frituras. Habráse visto… ®