Elegía por Tomás Boy

Elegante y de nalguita parada

Pocas opciones de trabajo como entrenador y una comprensión a medias de su aportación al futbol mexicano fueron la medida de las cosas para Tomás Boy Espinoza en la última década.

Tomás Boy.
El pobre diablo está siempre
refugiándose en las Iglesias…
—Apollinaire

Aspavientos cuasi–irrespetuosos de locutores llevados y descalificaciones veladas a sus opiniones como comentarista en ESPN por parte de los otros a su lado, por no mencionar las burlitas chafas porque ya nadie lo contrataba en primera división.

Pero Tomás no acusaba recibo, lo tomaba como venía y, de hecho, siendo de la generación del mismísimo Hugo Sánchez, se sobreponía y dejaba claro sin restringirse que él había sido el mejor en lo suyo.

Eso de “el Jefe” fue una mala ocurrencia de algún narrador, posterior a sus mejores días como mediocampista y guía de los Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León en aquellas verdaderas batallas por la legitimidad del futbol regiomontano respecto al chilango a finales de los años setenta.

Tomás Boy era mejor conocido en Monterrey como “el Ciruelo” y fue el eje organizativo para lograr el campeonato del 77–78 frente a Pumas gracias a los goles del uruguayo Walter Daniel Mantegazza, ante un CU incrédulo que hasta ese momento aceptó que siquiera existiera la UANL deportivamente.

Rebelde con causa hasta entonces del equipo “del Universitario”, como la narrativa televisiva trazó la diferencia entre la UNAM, la UdeG y los Tigres, Tomás dio uno de los mejores partidos de su carrera en aquella final contra Cruz Azul en la temporada –80.

Un día deberá reflexionarse a profundidad sobre la diferencia de Tigres con el muy celebrado técnico Carlos Miloc, que ganó la final ante Pumas y luego la del 81–82 ante Atlante en penales,  con la etapa de Claudio Lostanau, técnico de esa final “sagrada” en la que Tigres no pudo remontar a la Máquina Celeste, pero aun así salieron en hombros del Azteca.

A partir de esas tres finales se convirtió en el hombre que hacía transitar en vertical la pelota dentro de la cancha para los Tigres; mi madre nos llevaba al estadio a mí y a mis dos hermanos, y solía decir al verlo saltar al terreno de juego: “Que no salga con la nalguita parada porque no va a jugar bien”.

Lostanau había llegado a Monterrey casi una década antes como jugador de Los Rayados, y con su toque suave y cadencia gambetera, que no sólo gambeta cadenciosa, se convirtió en el rey del balón en la vida local.

Se casó con una estudiosa universitaria de la literatura y cuando dirigió a Tigres rompió esquemas, y para muestra esa final en la que decidió mandar al ataque al cuasi–troglodita portero Pilar Reyes para estar a punto de sacarle el partido de la bolsa a los cementeros… de no ser por un paradón que le hizo Miguel Marín sólo frente a frente… a Tomás Boy.

Boy jamás se refugió en la iglesia futbolística de nadie, como se exige al incluido, al tomado en cuenta por las “fuerzas históricas”, ni siquiera la camiseta de la UANL fue su bandera.

A partir de esas tres finales se convirtió en el hombre que hacía transitar en vertical la pelota dentro de la cancha para los Tigres; mi madre nos llevaba al estadio a mí y a mis dos hermanos, y solía decir al verlo saltar al terreno de juego: “Que no salga con la nalguita parada porque no va a jugar bien”.

A balón parado fuera del área lo vi meterla al ángulo decenas de veces, aunque el equipo terminara perdiendo; lo vi igual perder la cabeza y ser expulsado después de llevarse a tres y ser derribado sin poder haber conectado con alguien que traspasara líneas para agregarle frases a su “poema”.

Pero una tarde de sábado de febrero de algún día de mil novecientos ochenta y tantos, después de esperar horas en los asientos del estadio del Tec de Monterrey, bajo un frío cruel, lo vi tejer la jugada más linda de todas las que le había atestiguado hasta entonces.

Frustraciones sumadas temporada tras temporada mientras arribaban los noventa lo hacían menos relevante al frente del equipo, y en las gradas la gente se lo reclamaba más y más.

Pitó el árbitro el inicio de aquel clásico frente a Los Rayados; Boy y Barbadillo sacaron del círculo central y se fueron dando pasesitos directamente a la portería, cortando la cancha en dos en vertical. Cuando entraron al área salió Goyo Cortés, el portero, y Boy le trazó la pelota como seguro era su intención años antes de habérselo hecho al Supermán Marín.

Después del campeonato 81–82 los Tigres entraron en un largo periodo de ineficacia e insignificancia dentro de la liga mexicana; aún se jugaba a 32 jornadas y los campeones eran, a pesar de ese primer invento rectificador de posiciones que ha sido la liguilla desde entonces, campeones a capa y espada, la temporada era la de un deporte de resistencia.

Tomás Boy se mantuvo como el mariscal de campo de los Tigres en un devenir mediocre durante los siguientes años, aunque jamás perdió el porte ni la intención. Frustraciones sumadas temporada tras temporada mientras arribaban los noventa lo hacían menos relevante al frente del equipo, y en las gradas la gente se lo reclamaba más y más.

Un sábado común, ante la inminencia de una derrota obvia y muy cantada de los Tigres en el estadio de CU de la UANL, un viejo hincha, jubilado del Seguro Social al que estuve escuchando contar su vida mientras transcurría el aburrido Partido, se paró de pronto y gritó:

—¡Eres el único, mi Tommy Boy!

La frase se nos grabó a mi madre, a mis hermanos y a mí, que estábamos al lado de aquel determinante que rescató de toda la abulia del equipo la figura de un disminuido Tomás Boy. Y la adoptamos en familia desde entonces para referirnos al “Ciruelo”.

Por el trabajo de mi padre mis hermanos y yo nacimos literalmente en la UANL, desde chiquillos anduvimos por los pasillos universitarios y ya de estudiantes por Filosofía y Letras, Arquitectura e Ingeniería Mecánica. Los Tigres fueron un escudo que se fundió con nuestro corazón.

No nos sacudió, pues, muchos años después la noticia de que Tomás Boy se convertiría en DT de Los Rayados del Monterrey, creo que ése fue el momento en que quedó claro que para mí y mi familia él era más importante que los Tigres.

A mediados de los noventa surgió un escándalo en Monterrey del que ahora poco se habla. Primero destituyeron al rector de la UANL y lo metieron a la cárcel, y poco tiempo después destituyeron al gobernador del estado, que salió del país para evitar ser detenido.

Cuando una nueva dirección al frente del equipo lo consideró a mediados del 2000 para dirigir a Tigres, una campaña de linchamiento mediático de un famoso narrador regiomontano contra el nuevo directivo del equipo echó por tierra tal opción, porque el padre del directivo había trabajado para Rayados.

Entre los asuntos con supuestas irregularidades que se mencionaron en ambos casos estaba el destino del equipo profesional de fútbol, que ahora sería administrado por una de las empresas más importantes de la ciudad.

Tomás Boy declaró en un momento dado, en respuesta a una pregunta, de sí él alguna vez dirigiría a los Tigres, que ese equipo ya no era el mismo porque ya no era de la universidad y que “debería volver a sus orígenes”.

Se pronunció contra la directiva, aseguró que su vínculo era con la afición y, finalmente, cuando una nueva dirección al frente del equipo lo consideró a mediados del 2000 para dirigir a Tigres, una campaña de linchamiento mediático de un famoso narrador regiomontano contra el nuevo directivo del equipo echó por tierra tal opción, porque el padre del directivo había trabajado para Rayados.

Fue el comienzo de una contraposición enferma entre aficionados de los Tigres y de los Rayados, una separación irreductible que no existía antes de que fuera promovida desde un micrófono, cosa que a partir de entonces envenenó lo que antes era una especie de complemento entre aficiones que caracterizó al futbol regiomontano.

Mi experiencia familiar y de grupo social respecto al futbol en Monterrey fue desde finales de los setenta y prácticamente durante veinte años un asunto de situaciones; un fin de semana ibas a un estadio y el otro fin de semana ibas al otro a ver a los dos equipos, y no se consideraba  traición porque no había ese sentido de preferencia total por una camiseta u otra; cierto chovinismo sí que había, éramos, eso sí, de Monterrey, caracterizados como embobados por el futbol, la cerveza y la carne asada.

A mediados de los sesenta mis papás se conocieron y los sábados la cita era en el estadio del Tec, hinchaban por Los Jabatos de Nuevo León y por los Rayados al mismo tiempo, porque la cosa era defender los colores de las casacas locales frente a los defeños y tapatíos, primordialmente.

Luego llegaron los Tigres como nuevo equipo en la ciudad y fue una decantación natural hacia el equipo azul y oro por parte de la chaviza que ahí estudiaba o trabajaba, como era el caso de mi padre.

Tomás Boy acertó cuando dirigió a Rayados después de retirarse como jugador, y fue consecuente con esa continuidad propia de la alternancia histórica entre equipos, que era consustancial a la afición local, pero se equivocó cuando negó al equipo de sus pequeñas pero muy relevantes glorias.

Decidí entonces seguir la línea de “mi Tommy Boy”, pero enraizada en mi propia historia: si mi madre de niño me llevó a ver a los Tigres habiendo sido ella Jabata y Rayada, mis tías, sus hermanas, me llevaron a  ver a los Rayados, siendo ellas unas chicas universitarias que no siguieron jamás a Tigres: era yo entonces ecuménico por herencia pero hereje por indefinición, a final de cuentas.

Boy fue un héroe común de fin de semana, ganara o perdiera el equipo, y su papel durante todos esos años fue mostrar lo que se podía lograr jugando bien tal o cual tarde sin apuntar a trascendencia mayor, pero eso sí, siempre elegante y de nalguita parada.

Me decidí de forma tardía por los Rayados, aunque para mí en eso no hay equívoco por los ejemplos dados: Tomás jugó para uno y dirigió a los otros como Tuca Ferreti pero al revés; Gómez Junco jugó para los dos, De Nigris más recientemente también. De hecho “el Piojo” Herrera ha dirigido a ambos.

Claudio Lostanau fue una joya única en la ciudad, hay que desglosar aquella gesta, con Monterrey como jugador y con Tigres como DT en aquella final paradójica en la que no fueron campeones pero ganaron futbolísticamente gracias a Tomás.

Un analista futbolero de buena pluma en Facebook atinó a medias  al decir que si los Tigres le iban a hacer un homenaje pinchurriento a Tomás Boy en el partido de este fin de semana mejor que ni se lo hicieran, pero para mí es exactamente como debe ser.

Boy fue un héroe común de fin de semana, ganara o perdiera el equipo, y su papel durante todos esos años fue mostrar lo que se podía lograr jugando bien tal o cual tarde sin apuntar a trascendencia mayor, pero eso sí, siempre elegante y de nalguita parada. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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