La guerra de los drones

y los asesinatos selectivos

La visión del drone como solución a los conflictos internacionales es una fantasía. El drone, para ser eficiente, depende de información precisa y de un uso cuidadoso, así como de un firme propósito de minimizar la destrucción al disparar explosivos de altísimo poder en contra de autos y estructuras civiles.

Drone. Foto © Reuter.

Drone. Foto © Reuter.

El fin de las guerras

Es prácticamente imposible imaginar una guerra más cómoda, eficiente e inmediata que la guerra de los drones, naves voladoras a control remoto, equipadas con cámaras y misiles usadas por Estados Unidos (y otros países) para espiar y cazar al enemigo en cualquier rincón del planeta. El drone y el programa de targeted billings, o asesinatos selectivos, son herederos de la “bomba inteligente” que aparece durante la primera Guerra del Golfo como un cíclope infernal que filma su propia destrucción, desde que es disparado hasta que se impacta contra su blanco guiado por satélite o por láser. El drone puede vigilar desde los cielos a sus blancos potenciales, grabar incontables horas de video que son analizadas para determinar la posibilidades de eliminar un objetivo desde la comodidad de un cuartel situado en cualquier rincón del orbe. Un drone puede mantenerse circunvolando un edificio, una carretera o cualquier terreno durante horas o días, hasta recolectar suficiente información para determinar la viabilidad y las posibles consecuencias de un ataque. Ésta es una opción de bajísimo costo para evitar guerras, invasiones y expediciones punitivas, así como reducir a un mínimo el “daño colateral” de la guerra. En vez de enviar carne de cañón a ser masacrada en las trincheras, un conflicto puede reducirse a una serie de golpes precisos a blancos específicos.

Legitimidad

Obviamente, la visión del drone como solución instantánea a los conflictos internacionales es una fantasía. Como toda arma, el drone, para ser eficiente, depende de información precisa y de un uso cuidadoso, así como de un firme propósito de minimizar la destrucción al disparar explosivos de altísimo poder en contra de autos y estructuras civiles. No obstante, se trata de un recurso que carece de un marco legal que pueda volver legítimos los asesinatos sumarios. Si es posible matar a quien sea, en donde quiera que se encuentre simplemente como un recurso preventivo para eliminar un presunto riesgo, entonces pronto no habrá santuario en la Tierra que esté a salvo de los ojos electrónicos de los drones. Por el momento, el programa de drones opera en la oscuridad sin necesidad de explicar su toma de decisiones ni rendir cuentas por el daño colateral. La ley internacional tendrá que doblegarse para permitir esta cacería de humanos conducida por potencias extranjeras desde las alturas. La representante del Senado estadounidense, Dianne Feinstein, se ha manifestado por crear reglamentos para el uso de drones inspirado en el que se usa para monitorear teléfonos o telecomunicaciones, lo cual requiere la orden de un juez. Sin embargo, aquí la parte controvertida no es tanto el espionaje sino el asesinato, y eso es mucho más delicado, como lo dice Kenneth Roth en “What Rules Should Govern us Drone Attacks”, pues si bien una corte puede aprobar una lista de posibles “asesinatos preventivos”, no puede intervenir para regular cómo se lleven a cabo, ni en evaluar los riesgos implícitos a terceros.

Para una guerra sin soldados.

Para una guerra sin soldados.

Pretextos

El Departamento de Justicia del gobierno de Obama decidió definir el programa de drones de la manera más ambigua posible en su White Paper. Entre las razones que usaron para justificar el recurso de un arma con alcance mundial Roth propone: 1. Estados Unidos está peleando una guerra planetaria y las viejas nociones de frentes de combate han quedado obsoletas. 2. Puede argumentarse que este tipo de ataques ayudan a las autoridades locales a eliminar a sus sediciosos. 3. Un asesinato con drone de un enemigo del Estado podría considerarse equivalente a una acción policíaca en la que el sospechoso es eliminado simplemente por tener antecedentes criminales o por tener ideas o convicciones que podrán manifestarse en acciones delictivas en el futuro.

Precognición

Ninguna de estas razones es convincente. Imaginemos que la policía irrumpe en las casas de ex convictos y sospechosos para ejecutarlos in situ por crímenes aún no cometidos, como si se tratara de la aplicación a la política internacional de la ficción del Reporte minoritario, de Philip k. Dick, donde los precogs anticipan los crímenes. Este tipo de ataques considera igualmente sacrificables a los “líderes operativos”, militantes o terroristas que han participado en acciones sangrientas, como a los choferes, los mensajeros, los hijos y las esposas o cualquier otra persona que esté en el radio de la explosión.

Lo que se sabe

El pasado 15 de abril estallaron dos bombas cerca de la línea final del maratón de Boston con un intervalo de 12 segundos, provocando la muerte de tres personas y casi trescientos heridos. Con velocidad asombrosa la policía, el FBI y las agencias de inteligencia identificaron a los sospechosos en los videos de las cámaras de vigilancia callejera. Los pudieron rastrear después de que éstos asesinaron a un policía para quitarle su arma y secuestraron brevemente a una persona con su auto para obligarlo a sacar dinero de cajeros automáticos. Tuvieron una confrontación a tiros con la policía donde uno de ellos murió y el otro huyó y se escondió durante 19 horas, hasta que fue localizado y arrestado, en estado grave, oculto en un yate en tierra firme. Los presuntos responsables fueron los hermanos Tamerlán y Dzhokhar Tsarnaev, inmigrantes de origen checheno de veintiséis y diecinueve años, respectivamente, que llegaron a Estados Unidos hace más de una década, que no estaban asociados con ningún grupo fundamentalista ni militante y llevaban vidas comunes y corrientes en la región de Boston. Tamerlán, aparentemente, nunca logró adaptarse a la vida en Estados Unidos, abandonó los estudios, fue un exitoso boxeador amateur pero no logró clasificarse para el equipo olímpico. Aunque la familia no era muy religiosa, el hermano mayor adoptó una versión fundamentalista del islam. La familia Tsarnaev, como tantas otras de esa atribulada región del Cáucaso, fue desterrada por Stalin, de manera que los hermanos nacieron en el exilio y más tarde encontraron asilo en Estados Unidos. Nunca vivieron en Chechenia ni padecieron en carne propia el sufrimiento de las guerras de agresión rusas.

Lo que no se sabe y lo que se cree

No se sabe cómo consiguieron los recursos para fabricar varias bombas, pero Dzhokhar en el hospital declaró que él y su hermano actuaron solos, sin ayuda de nadie más. No se sabe cuál fue su motivación. No se sabe cuál fue su objetivo y si realmente tenían pensados otros atentados. No se sabe cómo influenció su ascendencia chechena en sus acciones.

La versión oficial presume que Tamerlán viajó a Rusia en 2012, donde probablemente recibió entrenamiento y se radicalizó. Se cree que Tamerlán convenció a su hermano de participar en el atentado, quizás en represalia por las acciones estadounidenses en Irak y Afganistán, y por la percepción de que Estados Unidos ha lanzado una cruzada en contra el mundo islámico, en gran medida mediante el uso de drones a control remoto, usados incluso para cazar ciudadanos estadounidenses como el clérigo Anwar al Awlaki, asesinado con su hijo en Yemen. Con el asesinato de Ben Laden y de otros líderes de Al Qaeda, se anunciaba hace poco el inminente fin de esa organización. Este atentado, así como el presunto intento frustrado de volar trenes en Canadá, sólo ponen en evidencia que la campaña bélica en Afganistán, la destrucción dejada por la guerra en Irak y otras partes del mundo, y los asesinatos mediante drones, no han eliminado a los grupos extremistas que desean atacar las capitales de Occidente y, en especial, a Estados Unidos, sino que, por el contrario, podríamos anticipar que han generado aún más odio, deseos de venganza y terroristas potenciales.

Lo que se siente

Las instrucciones para las bombas hechas con ollas de presión son fáciles de obtener en Internet; en particular, la revista Inspire (en la que colaboraba Al Awlaki y que es el portavoz de Al Qaeda en Yemen) las publicó en inglés en 2010. Esta revista sigue apareciendo y promoviendo la noción de que la violencia contra Estados Unidos es una forma de defensa legítima. Es imposible saber si un atentado como el de Boston hubiera tenido lugar en una atmósfera distinta a la que prevalece en la era de los drones, pero una campaña de asesinatos a control remoto desde las alturas presentada como una limpieza de indeseables y a bajo costo es una poderosa motivación para la venganza. La noción de que es legítimo aplastar al enemigo en su casa, sin necesidad de confrontarlo o de recurrir a la ley, pudo inspirar a estos jóvenes a cometer un acto criminal que en su imaginación es moralmente equivalente a disparar un misil en contra de un sospechoso sin preocuparse del “daño colateral”. Ya lo dijo el mismo Obama poco después del atentado: “Siempre que se usan bombas contra civiles inocentes se trata de un acto de terrorismo”.

Sólo doce empresas construyen drones.

Sólo doce empresas construyen drones.

Compasión selectiva

En su conferencia de prensa del pasado 30 de abril Obama declaró respecto de los prisioneros en huelga de hambre en Guantánamo: “No quiero ver morir a estos individuos”, por lo que envió de inmediato refuerzos para continuar con la estrategia de alimentación forzada. Paradójicamente, el presidente que no quiere ver morir a los presuntos terroristas que viven un encierro sin posibilidad de justicia tiene una lista de presuntos terroristas a los que sí quiere ver morir en ataques a control remoto.

Pacto de sangre

El domingo 7 de abril The New York Times publicó en primera plana un reportaje de Mark Mazzetti, que coincidía con el lanzamiento de su libro The Way of the Knife, acerca de la manera en que la CIA se ha ido transformando, de ser una agencia de espionaje, en una organización paramilitar. Mazzetti describe el primer asesinato selectivo con drone llevado a cabo en la región tribal paquistaní de Waziristán el 18 de junio de 2004. El blanco fue Nek Muhammad, un líder tribal pashtún aliado al talibán que había confrontado y derrotado de manera humillante al ejército paquistaní. El régimen de Islamabad hizo un pacto con la CIA: la agencia asesinaría a Mohammed, los paquistaníes se adjudicarían el golpe y a cambio la CIA podría operar en esa región con libertad para cazar a sus sospechosos. Muhammad había ayudado a miembros de Al Qaeda que escapaban de Afganistán, pero no era en realidad enemigo de Estados Unidos; no obstante, murió con cinco personas más, incluyendo un niño de diez años y otro de dieciséis, por el impacto de un misil que dejó un cráter de dos metros de diámetro.

En vez de torturarlos…

Mazzetti señala que Paquistán no fue el primer país donde fueron usados los drones para asesinar “terroristas” (debutaron en Yemen en 2002), pero sí se convirtió en el laboratorio donde se experimentó con esta nueva forma de matar que vino a “borrar la línea entre soldados y espías e hizo corto circuito en el mecanismo con el cual Estados Unidos como nación va a la guerra”. La CIA ha estado en el negocio del asesinato político desde su fundación; sin embargo, la agencia cambió dramáticamente al enfocarse en matar sospechosos con drones. En parte la decisión de asesinar a líderes y militantes de Al Qaeda fue una reacción a la catástrofe de relaciones públicas que provocó la revelación en 2004 de los programas de tortura llevados a cabo en “prisiones negras” de la CIA o que eran encargados a los torturadores de otros países. Aunque no cesó la tortura de sospechosos, la CIA comenzó a buscar otras opciones, pues parecía inminente que las revelaciones de atroces violaciones de derechos humanos eventualmente llevarían a los responsables a la cárcel. Además, el gobierno estadounidense no tenía (ni tiene) idea de qué hacer con estos cautivos una vez torturados. Nada parecía mejor opción que simplemente eliminarlos con misiles disparados desde bases militares remotas.

Intervencionismo condicionado

Para Paquistán, aceptar que los estadounidenses bombardearan su territorio fue una vergonzosa renuncia a su soberanía. Sin embargo, supusieron que los misiles a control remoto podrían resolver su problema doméstico con las tribus más desafiantes del gobierno central. Así, el régimen aceptó con la condición de ser informado de cualquier acción (lo cual no se cumplió), que los drones fueran operados de manera secreta por la CIA para que Estados Unidos no tuviera que reconocer su existencia (lo cual cambiaría pronto), y que además deberían mantenerse alejados de “las instalaciones nucleares y de los campos de entrenamiento de los militantes kashmires que preparan ataques contra India”.

Patética eficiencia

La justificación para el uso de drones es la eliminación “quirúrgica” de líderes enemigos, de “blancos de alto valor” o BAV. La realidad es que desde que se echó a andar este programa se ha asesinado a alrededor de 4 mil 700 personas, y se afirma que trece de ellas eran BAV (un estudio de la Universidad de Nueva York afirma que la eficiencia es del dos por ciento). Es pasmosa la ineficiencia de semejante programa, que también ha costado la vida de cuatro estadounidenses considerados combatientes enemigos, y más si se considera que cada ataque cuesta alrededor de un millón de dólares. De acuerdo con la New America Foundation, entre 18 y 23 por ciento de las víctimas de los ataques en Paquistán no eran militantes, y los que sí lo eran no aparecían en la lista de los terroristas que Obama quiere asesinar. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Junio 2013

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