Las noches del Nueve

Crónicas de un antro ochentero

Esta crónica, entusiasta y un tanto ingenua ya, del mítico Bar El Nueve, que vivió sus mejores momentos en la década de los ochenta en la Zona Rosa de la Ciudad de México, muestra cómo durante unos años se reunieron allí para bailar, beber y conocerse muchos de los personajes de la cultura mexicana que ya sobresalían o que empezaban a destacar. El registro fotográfico de Pedro Meyer no nos dejará mentir.

I. El video-rock en vivo

“¡Bájate, bájate los calzones!” Una chava, buenísima, de frente al público enardecido, se levanta la breve falda tableada para mostrar su minúsculo bikini blanco al tiempo que les pinta violines y grita otra vez con su potente voz enronquecida: “¡Bájate los calzones, bájate los calzones!” Se dirige implorante a Saúl, guitarrista y cantante de Las Insólitas Imágenes de Aurora, que le dice que sí, al ratito. Ésa la tocan casi siempre al final y apenas llevan dos rolas. Aun así la niña, que está al fondo encaramada en el barandal del escenario, se deja venir y atraviesa con pasmosa facilidad la pista, embarrando su cuerpo caliente y sudoroso en decenas de cuerpos calientes y sudorosos, llega a Saúl, sube a la tarima y le suplica con su aliento alcohólico: “¡Bájate los calzones!” Saúl ríe y se hace pendejo. La chava enfrenta otra vez al público y baila lúbricamente mientras Las Insólitas entonan otra pieza:

En las noches yo me siento
completamente solo
solamente yo me siento
no quiero sentir vacío

Un güey que ya está hasta la madre no se queda con las ganas y le alza la faldita a la gritona —que ahora se encuentra de espaldas— e intenta besarle el trasero redondo, turgente. Todo el público se ríe y él apenas alcanza a esquivar la patada cargada de furia fugaz.

—Police en Londres, Talking Heads en Nueva York y Las Insólitas en México —afirmo contundentemente—, ¿o no?

—Ay, pero clairol, son unas perras de ocho chichis —contesta con vehemencia el bello y alcohólico Claudio Nada. Hace un mes que lo atropelló un delfín y apenas tres semanas que salió del hospital y ya está otra vez aquí, en El Nueve, chupando. A raíz del accidente perdió el bazo y la visión de un ojo.

—Sí, excelentes, magaviliosos, son unos cuchugunes —consiente Henri Donnadieu, el dueño del congal.

En El Nueve han tocado los mejores grupos de rock desde que Henri le dio chance a Mongo de presentar ahí (¡pucha, en junio del 85!) la revista que editábamos juntos. Aquella vez fue impresionante, todo mundo estaba en ese pequeño lugar: los cuates, un chingo de lectores y casi todos nuestros colaboradores.

—¡Carajo! Ya hacía falta un lugar como éste en la Zona Rosa —nos dice con su acento puertorriqueño, cariñoso y sonriente, Oliverio Hinojosa (la cintura más breve de la plástica nacional, según Monsi).

—¿Y quién invitó a Aceves Navarro? Lo he visto varias veces por aquí —observa Armando Cristeto (que no quiere venir más porque, según él, desde que lo coparon los roqueros ya no vienen los intelectuales).

—Pues sus alumnos, quién más. A ver si pesca algo… —contesta Olivier Debroise con gesto displicente.

—¡Qué mala onda! Pedro Meyer nunca viene y cuando viene se lo madrean…

En efecto, Pedro tomaba fotos por todo el antro, escogía bien a sus sujetos, se les ponía enfrente y ¡mocos!, el flashazo. Una pareja gay que se besaba apasionadamente ni se inmutó cuando la luz los golpeó groseramente. En otro rincón Doña María, pedísima, se agarraba de un tubo para no caerse y aun trataba de bailar; un tipo la abrazaba por detrás y la manoseaba por debajo del ancho vestido. La cámara de Pedro también lo registraba. Al rato alguien se le paró enfrente y le dijo que a él nadie le tomaba fotos; discutieron y el tipo le tiró un derechazo, al que Pedro respondió rápidamente con otro; en un violento intercambio el tipo lo noqueó y lo derribó aparatosamente. Los lentes y la cámara rodaron por la pista. María Eugenia y yo lo ayudamos a levantarse; de veras estaba noqueado.

—Es que es re cabrón cuando toma fotos, por eso le salen chingonas —dijo alguien.

A Mongo se le ocurrió llevar boxeadores al numerito y aquello se convirtió en un circo romano. A la mera hora uno se rajó porque se enteró de que El Nueve era una discoteca de putos, pero Mongo pudo encontrar a otro. Las fanfarrias de Rocky anunciaron la pelea. Todos gritaban excitados, algunos al de rojo y otros al de blanco: ¡Duro, duro! Lo más cabrón de todo era oír a las mujeres, casi todas en primera fila y desgañitándose como posesas: ¡Sangre! ¡Dale! ¡Mátalo! Los gritos impresionaban tanto como los rostros hinchados y sangrantes de los púgiles. Algunas gotas rojas salpicaban al público de vez en vez.

—Y eso que nomás era demostración —dijo Mongo.

Por cierto, es emocionante ver las superbroncas que arman los que se emborrachan muy rápido y se calientan por cualquier cosa, un aventón o un reclamo: ¿¡Por qué tocas a mi chava, imbécil!?, y ¡mocos! En un segundo los cuates le entran al quite, quince o veinte cabrones dándose en la madre con toda la furia espontánea que les permite su embriaguez, bajo las potentes bocinas que le ponen ritmo a cada puñetazo y entre los rudos intentos de los fornidos meseros por separarlos y arrojarlos por las escaleras hacia la calle.

—La que estuvo chingona fue la bronca de dos chavas, ¿no?

Fue un espectáculo soberbio: dos hermosas mujeres, una rubia y una trigueña, de minifaldas de cuero y medias de colores estridentes, empezaron a abofetearse –por el amor de una tercera, explicó alguien– y pronto cayeron al suelo trenzadas de las abundantes greñas. Las dos se insultaban con rabia y se rasgaban la ropa y la piel. Nadie se atrevió a separarlas, ni sus amigas. Ellas solas lo hicieron después de un largo rato en que se quedaron inmóviles, jadeando, sudorosas.

Uno chupa, cotorrea, baila, mira a las mujeres y de repente repara en los monitores de TV. Hiperkinéticos, hipnotizantes, luminosos, se suceden unos a otros los video-rocks de moda y su alocada y caprichosa sucesión de imágenes. El discjockey pone la nerviosa In Between Days, de The Cure, pero en la pantalla se ve el fascinante Big Time, de Peter Gabriel. Escuchas Un hombre de verdad (de Alaska), que le mueve el centro a las locas presentes, pero en la tele miras a las hermosas y espigadas mujeres de negro que acompañan a Robert Palmer y su Addicted to Love. Luego el d.j. cambia de canal y aparece Reagan con su inefable omnipresencia; vuelve a cambiarle: ahí está nada menos que el pato Lucas con su grosero humor grouchomarxista; cambio al canal de Playboy, nomás pa’ atizar la patética lujuria de algunos solitarios, después Miguel de la Madrid, con sus ademanes amanerados, habla en vano a la concurrencia; poco más tarde la bandera tricolor ondea sobre todos nosotros al compás de la versión remezclada de Machinery, del grupo germano Propaganda. El alucine es intenso. En la pista Katty baila sola contra la pared; parece surgida de uno de los videos; tiene los ojos cerrados y todo su cuerpo se mueve frenéticamente pero con elegancia. Está bañada de un sudor caliente, desciende de la tarima resoplando y echándose aire con las manos. Da un trago al Alfonso XIII que dejó en la barra.

—Pinche Katty, estás buenísima, todo mundo se te queda viendo cuando bailas.

—Pa’ que vean lo que es bueno, pinches nacos —dice, y suelta una potente carcajada que estalla en toda la discoteca.

Una noche que salió poca madre fue la del Otro Rock. Emilio Ebergenyi lució su experimentado colmillo como locutor y anunciaba con humor certero las extrañas piezas que programamos para esa ocasión: lo mejor del rock húngaro con Locomotiv; rock de la Alemania Oriental; de la Unión Soviética, de Argentina; Uruguay; México; Checoeslovaquia; de Israel:

—A ver camaradas, ai les van dos rolas con sabor kosher —y los numerosos miembros de la comunidad judía reunidos esa noche en El Nueve formaron una ronda y ejecutaron un bailecito sabrosón que semejaba una escena en alguna parte del desierto del Néguev.

Con ustedes, la más hermosa de todas

Entra Maricela, radiante, preciosa, altísima, enfundada en un elegante vestido blanco que se le pega inquietantemente al cuerpo. Todas las miradas —con una mezcla exacta de lascivia, súplica y admiración— buscan sus hermosos ojos profundamente azules. Maricela se esconde, se pierde y de repente aparece como una ráfaga de luz. Asediada. cortejada, manoseada, hostigada, Maricela responde con ingenuidad y candor —“Ay, es muy tonta mi comadre, la tengo que enseñar a trabajar”, dice Claudio. Su presencia sigue siendo un misterio: ¿a quién busca la mujer más hermosa del Nueve?

—Pues no lo vas a creer, René, pero ésa antes no era mujer…

—¿Qué? No mames, qué dices…

—Ai como ves, en serio, cabrón…

—¡Puta, hasta me dolió el estómago!

Maricela, impasible, como gigantesca muñeca Barbie, sonríe y habla con alguien que estúpidamente cree que ya la hizo.

—¿Y tú te acostarías con ella? —pregunta una chava a su galán, quien le contesta en tono de no seas boba:

—No mames, qué preguntas…

Noche de cine

Los ingenuos estudiantes de Ciencias Políticas de la UNAM no se la acababan. esa noche se presentó Intolerancia, la revista de cine que dirigen Andrés de Luna y Gustavo García. Algunos fueron disfrazados: Santiago Fortson de perro: dijo que iba de Festival de Canes; Siro llevó un estupendo traje de Malcolm McDowell en Naranja mecánica; Claudia Fernández, bellísima en su primera noche en El Nueve, con una sorprendente caracterización de Frida Kahlo que Ofelia Medina se hubiera quedado pendeja, lástima que no pudo concursar para el mejor disfraz por culpa de la barra libre:

—Quédate, vas a ganar, son cinco mil varos de premio.

—Nel hijo, ai me los guardas, ya estoy muy peda. Pinche ron de mierda que dan aquí.

—¿Tú estuviste aquí cuando presentaron La Regla?

—Simón, estuvo poca-madre. la música estuvo chingonsísima. Pa’ empezar pusieron la grabación del bombazo de Hiroshima, luego una cancioncita supersensual de Marilyn Monroe, Happy Birthday, Mr. President, la que le cantó a Kennedy, luego se siguieron con Tin-Tán, danzones y un chingo de rock, desde los sesentas hasta ahorita.

—Chido.

—Luego se subió Alfín, que hizo un numerito muy extraño con muñecos; estaba vestido muy locochón, con cara de media luna. Después siguió Marcos Kurticz; primero sacó una pinche reglota de cartón y ¡mocos!, le empezó a dar de hachazos, como tenía circuitos electrónicos se empezó a quemar. Luego desplegó la regla, convertida por los hachazos y el fuego en un chingo de siluetas humanas tamaño natural que paseó entre el público. Luego se subió un güey que es poeta, el Nachón, y empezó a leer un poema medio grueso. A algunos no les gustó y le empezaron a gritar: “¡Ya bájate, pinche poeta puto!”, y Nachón que les contesta “¡Vayan todos y chinguen a su madre! ¡Queremos rock!”, cámara, antes que el puto del Flanagan, hijo. Luego, pa’ terminar, siguió Ula, con unas rolas cachondísimas.

—Puta, cómo me gusta esa chava, tiene una boquita…

—Sí, cabrón, esa vez estuvo del uno.

La leyenda continúa

Dos meses antes de morir aplastado durante el terremoto del 85 Rockdrigo y su grupo Qual tocaron en El Nueve. El público coreaba Metro Balderas: “Vida mía te busqué de convoy en convoy”. Felipe Ehrenberg, lleno de energía adolescente, aplaudía y gritaba en primera fila. El lugar parecía un hoyo fonqui.

—Sincho, pero más cuando tocó el Tri. Hasta apagaron las luces.

—Pa’ su madre, esa noche la banda se dejó venir al corazón de la zonaja.

Y de paso, muchos intelectuales se ahorraron el viaje a Tlatelolco o a Neza para saber cómo es un hoyo fonqui: Lora mentaba madres —cuándo no—, gritaba y cantaba con su voz chillona y rasposa. La locura cuando les dejó ir Triste canción de amor. Pocos oyeron la versión que canturreaba Claudio, irónico y fastidiado, en un rincón:

Y en la inmensidad los dos

unieron sus nalgas para darle vida

a esta pinche canción de horror.

—Puta madre, qué le ponen a las cubas… —pregunta Felipe.

—Es ron Clorálex —contesta Nachón.

—No, es Babalú —corrige Mongo.

—De todos modos está cabrón, con dos te pones hasta la madre.

—Nel, yo soy piloto de pruebas y todavía no me muero —insiste Mongo.

—Cálmate Mike, si ya has chocado como tres veces, ¿no? —dice Nachón, que lleva un mes sin chupar. Cuando toma se pone muy estúpido, insulta a todas las mujeres —»es que son unos monstruos»— y tira y arrebata cubas, hasta que lo sacan los meseros. Asegura que los de la entrada se lo madrearon una vez, pero no se acuerda por qué.

—Pos nomás de puros pinches gandallas —jura Nachón—. Ni hice nada.

—Cómo no, babas, a Katty le decías Katty la oruga y ya no te acuerdas; a Ana le decías que qué chichotas —le digo.

—¿Sí? Ha de ser porque son re mamonas… —dice, se pone su máscara de leopardo y se va a hacer trucos entre la gente.

A trapear, chulas

—Ay, a propósito, ¿ya saben cómo se llaman Las Insólitas? —pregunta Claudio, que a estas alturas, después de tantos años, es ya el reventón por antonomasia.

—Pues sí…

—Tontas: la Narizona, la Chata, la Lagartona, la Cachetonta, la Pecosa y la Bigotona, cuando la invitan.

—Y la Migajona eres tú, ¿no?

—Ay, ya cállate y sácate las otras. Además, miren —Claudio actúa como una diva—: rostrazo, cinturín, guacalón y —desliza su mano del vientre al sexo— ¡ni a melón!

Colombina se acerca con aire seductor. El cuerpazo del delito. Claudio la intercepta por detrás, le acaricia el pubis y le recomienda:

—No te hagas, chula, pásala pa’ no chambear, si no, la casa pierde.

Colombina ríe estrepitosamente, parece una gitana del futuro.

Son las tres de la mañana. la gente toma, baila, suda, se restriega. Zita no deja de contar chistes ininteligibles para quienes no estuvieron en la última borrachera —»Oye, ¿tú eres el del tilín?”—, que duró tres días. La atractiva María Terrible presume de haber derrotado a Claudio una noche de farra feroz en que ella fue la única que quedó en pie: es la campeona del Club de la Botella.

—Pues a mí me extirparon el bazo pero me pusieron una botella, ¡salud! —dice Claudio. Coloca el vaso entre sus piernas, sujeta a Katty de la cabeza y la invita a beber del popote que simula un delgadísimo falo: “¡Bájate por los chescos!”, y por enésima vez estallan las carcajadas.

El reventón se prolonga hasta las seis de la mañana. Los meseros prenden las luces y también le entran al desmadre: lanzan hielos y ¡mocos!, a esconderse todos. La gente sale poco a poco, como si tuviera miedo del día. Algunos decidimos ir a refugiarnos a las Tecatas, atrasito de Bellas Artes.

Paisaje después de la batalla

Escenario de ligues y decepciones, de fajes peliculescos y miradas bragueteras, reducido antro donde conviven lesbianas de insólita belleza y vestidas decadentes y glamorosas —“Ay, yo regia y cua-ja-da, como reina, Honey”—; anacrónicos posjipis en vías de extinción y neopunks de boutique; rockers gruexos y pesados y escuincles estirados y fresas —“Mira, los mamoncitos de WAG”—; hijitos de artistas famosos y juniors insoportables, despistados estudiantes pseudomarxistas y galanes cachunescos y farsantes, bugas alivianados y machos calados; norteños vergonzantes y jovencitos fascistoides; filósofas frígidas y profesores nihilistas; pusilánimes intelectuales coyoacanenses y mujeres, mujeres, mujeres de incitante hermosura…

El Nueve se va quedando solo, inhóspito y limpio, a la espera de la oscuridad y de la inagotable, incansable, insaciable fauna nocturna de la ciudad más grande y desolada del mundo.

[1987]

II. Un lugar para la fantasía

¿Qué es lo que tiene El Nueve que todo el mundo va ahí? ¿La música? No, es casi la misma que ponen en casi todas las discotecas. ¿Las bebidas? Tampoco, en cualquier lado puedes tomar lo mismo (y son legión los que aseguran que le ponen éter a los hielos). ¿La gente? ¡La gente! La principal atracción del Nueve es la gente: rockers de mezclilla en jirones y pálidos posmos en negro, punks de picos afilados y metaleros de larga greña, pintores y escritores alcohólicos, fotógrafos de renombre y lánguidas travestis —a veces más femeninas y hermosas que algunas mujeres—, músicos y cantantes recién aterrizados en el hall de la fama y, en fin, actores y actricitas ora sí que de cine, teatro y televisión. Todos juntos, casi casi revueltos, constituyen un barroquísimo espectáculo visual rico en gamas y contrastes. No importa el día, de martes a domingo cualquiera puede encontrar en El Nueve un magnífico pretexto para volver y realizar alguna fantasía que revolotea inquieta en el subconsciente.

¿Y por qué toda esa gente se aglomera en este diminuto bar de la Zona Rosa? La historia no es muy larga: hace poco más de diez años Henri Donnadieu y Manolo Fernández inauguraron una nueva forma de reventar au Mexique. Su sorprendente poder de convocatoria, su glamorosa generosidad, su visión como promotores de la cultura y la necesidad de un vasto sector de la comunidad gay de reunirse y conocerse los convirtieron en los anfitriones por antonomasia. Son ya innumerables los cocteles, presentaciones, inauguraciones, estrenos y cumpleaños que han tenido lugar en ese pequeño antro, muchos de ellos memorables: Jaime Vite en Marilyn y una y otra vez en la piel de las grandes divas del país y del mundo; festejo para Juan José Gurrola con piñata llena de salchichas y condones; homenaje a Andy Warhol, con la presentación de su serie Shoes y la impecable instalación de Adolfo Patiño y la deslumbrante Carla Rippey; las jocosas representaciones de la descocadísima Kitsch Company —de la que María Inés Roqué presenta algunas excelentes imágenes en la Bienal de Fotografía; etcétera, etcétera.

Y, por si fuera poco, una nueva oleada de gente empezó a frecuentar El Nueve desde que Mongo (impulsor de los jueves roqueros) y Miguelito presentamos ahí cierto número de mítica revista, con la cual entraron ahí los mejores grupos del rock defeño y hasta de otros lugares.

Las primeras tocadas formales de Maldita Vecindad tuvieron lugar en El Nueve, allá por enero del 86. Aún se encontraban en su alineación el Tejón y el Germen, que hacían del grupo la cosa más salvaje y desconcertante que se haya visto en el rock nacional.

¿Y quién no recuerda los primeros conciertos que ofrecieron Las Insólitas Imágenes de Aurora, original grupazo de neuro-rock que desapareció para abrirle cancha a los exitosos Caifanes?

Claro que no sólo bandas de gran éxito comercial han desfilado por el escenario de este pequeño local. Suman miles, con seguridad, los que han visto y escuchado, en numerosas sesiones, la mordaz y corrosiva lírica de Jaime López; el blues nostálgico y azuloso de Real de Catorce; a los sorprendentes y vitales creadores del jazz a go-gó, Simples Mortales; a la violencia explosiva e inteligente de los grupos punks: Atóxxxico, Masacre 68, Muerte en la Industria, SS20; a los metaleros diabólicos y faramallosos de Transmetal; a la cachondería sin límite de Ula y su Casino Shanghai; a los negrazos cachondos y frenéticos de Ekú-Kalé y sus imponentes percusiones africanas; a Los Amantes de Lola; al rock desmadroso y gay de María Bonita; al prometedor grupo de Guadalajara, creadores del bolero-reggae, El Personal y su cantante Julio Haro; al maestro Gerardo Enciso y su Poder Ejecutivo, también de Guanatos; al sexteto Igni Ferroque, de Costa Rica; a Volti, excelente banda de electropirrock, de Nueva York; en fin, a Radio Carolina, Rockdrigo y su banda Qual, el Tri, Chac Mool…

Lugar de encuentros por excelencia, este gran antro de reducidas proporciones guarda siempre sorpresa tras sorpresa: Alfonso André hasta las chanclas tratando de bailar slam entre punks desaforados y vertiginosos para caerse una y otra vez y repetir el intento mientras el Pecas yace a un lado de la barra a punto de una congestión. Quizá un martes o un jueves puedas hablar con Saúl, el Caifán mayor, mientras Roco y Sax, después de cotorrear y saludar a decenas de desconocidos, se dedican a perseguir mujeres por toda la pista. Chance Luis Zapata te comente su última novela o Marco Tulio Lamoyi te presuma su más reciente conquista o Luis González de Alba te invite un trago o Braulio Peralta te regañe histéricamente por una pendejada o Cuauhtémoc Cárdenas Jr. se luzca con una nueva acompañante –quizá una modelito de moda– o Madeleine se levante el vestido para mostrarte sus nalgas voluminosas o…

El Nueve es un lugar que, por su intensidad y su alta densidad demográfica aún no tiene competencia. Para festejar su doceavo aniversario, El Nueve celebrará escandalosamente, como debe ser. ®

[1989]
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Publicado en: Fotografía, Noviembre 2010

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