MARÍA SABINA EN EL MUNDO CULTURAL

La Universidad de California publica la obra de la curandera

María Sabina, la curandera famosa de Huautla de Jiménez, Oaxaca, recientemente figuró en el extranjero en el mundo literario y el mundo de la música. Ni uno ni otro acontecimiento han recibido la atención que merecen en su país de origen, adonde su valor como poeta oral es opacado por su aura psicodélica y el hecho de que no hablaba español sino mazateco.

La serie de libros Poetas por el Milenio publicada por la Universidad de California tiene el propósito de presentar introducciones a la obra de “poetas que han estado en la vanguardia de la poesía innovadora y visionaria desde principios del siglo veinte al día presente”. El primer libro está dedicado a André Breton, el segundo a María Sabina. Todos los libros tienen el mismo formato: una foto del poeta sobre la portada, una introducción, selecciones de poemas, además de ensayos sobre el poeta y la importancia de su aportación literaria. Otros poetas en esta serie son Paul Celan, poeta alemán marcado por el Holocausto; Miyazawa Kenji, poeta japonés de la primera mitad del siglo XX, budista y agrónomo, observador agudo de la naturaleza y admirado por ecologistas; el cubano José Lezama Lima y la escritora estadounidense Gertrude Stein.

La presencia de María Sabina en esta compañía es sorprendente. Se debe al interés que el editor del libro y uno de los editores de la serie, Jerome Rothenberg (el otro editor es el francés Pierre Joris), tiene por la etnopoesía: las producciones verbales de sociedades sin escritura. Para Octavio Paz, quien llamó a María Sabina “la hechicera de Huautla” en sus conversaciones con Breton  (“Constelaciones: Breton y Miró” en Hombres en su siglo y otros ensayos), ella no era una poeta moderna en el sentido estricto que él daba a ambas palabras, sino que ella pertenecía a lo que Alfredo López Austin ha llamado “la tradición religiosa mesoamericana”. Paz tenía razón. Ni ella misma se consideraba poeta sino curandera: “Chjon chjine ski, chjon chjine ska, chjon chjine én, chjon chjine cjoa” (mujer sabia en medicina, mujer sabia en yerbas, mujer sabia en palabras, mujer sabia en problemas”). Pero Rothenberg —poeta estadounidense y antologador— desde su compilación Técnicas de lo sagrado se ha empeñado en considerar las creaciones orales de sociedades sin escritura sobre el mismo plano que las obras de escritores en nuestra tradición literaria —un gesto que reconoce  el carácter multicultural, global, híbrido de nuestra herencia actual, y señala el origen de la poesía en la palabra hablada.

Maria Sabina: Selecciones (Universidad de California, 2002) incluye varios elementos. Uno es La vida de María Sabina escrita por su paisano Álvaro Estrada. Esta pequeña obra maestra de la literatura mexicana contemporánea, ya traducida al francés, alemán, portugués y holandés, entre otras lenguas (quien escribe es el traductor al inglés), y ahora en su decimocuarta reimpresión en Siglo XXI, presenta el testimonio de una mujer indígena en quien la iluminación mística contrastaba rudamente con su realidad diaria. Lo acompaña un ensayo de Estrada acerca de cómo escribió la biografía en la cual relata el papel que Octavio Paz —a pedido de R. Gordon Wasson— tuvo en la revisión del texto con sus sugerencias editoriales —principalmente aproximarse tan cerca como fuera posible a la manera de expresarse de ella— lo que muestra que Paz en ninguna manera rechazó la importancia de la curandera.

El contraste entre la foto en la portada del volumen sobre Breton y aquella en la del volumen sobre María Sabina es impactante. La foto de Breton lo muestra junto a un grupo joven de literatos parisinos (entre ellos el pintor Masson), fascinados por los sueños y lo irracional, en busca de lo maravilloso en lo cotidiano. María Sabina aparece arrodillada sobre un petate, vestida de huipil, dando palmadas al compás de su plegaria cantada —tal vez la última gran exponente del alto concepto que los antiguos mexicanos tenían de la palabra como poder curativo y medio de comunicación con lo sobrenatural. En este libro el énfasis no está en la fuente de su inspiración —los hongos psicoactivos— sino en su lenguaje. Ella no escribía sus poemas, los profería a plena voz y en otros momentos recitaba lo que con el tiempo estaba escrito en su mente. Rothenberg dice en su Prefacio que la inclusión de Sabina en la serie es un intento deliberado para “cuestionar las fronteras de la poesía como asunto de literatura”; “un experimento en definición…” Se incluye en el volumen una traducción completa de la sesión chamánica grabada en 1956 por V.P. y Gordon Wasson, distribuida en 1957 en un disco producido por la compañía estadounidense Folkways, que hoy en día puede ser escuchada por Internet, lo que permite experimentar la musicalidad de sus cantos vibrantes. Hay únicamente tres grabaciones de sus ceremonias en existencia. El libro contiene pasajes transcritos de las otras dos (una de 1958, otra de 1970); una apreciación de ella por Homero Aridjis, el único poeta mexicano que la ayudó en su vejez, y poemas modernos inspirados por ella como Fast Speaking Woman de Anne Waldman, que toma la forma del canto —sucesivas afirmaciones en la primera persona singular— y la transpone en términos contemporáneos (“I’m a high-heeled woman/ I’m a high-style woman/ I’m an automobile woman/ I’m a mobile woman/ I’m an elastic woman”). Otro poema es de Rothenberg, La pequeña santa de Huautla, una mordaz reflexión sobre la disolución y corrupción de la cultura étnica. El último, Ndibua nijmii / Empieza el cantar, es del mazateco Juan Gregorio Regino —el representante de los escritores mexicanos en lenguas indígenas en el Salon de Livre de París llevado a cabo en marzo de 2009.

Aridjis llamó a María Sabina “la más grande poeta visionaria de América Latina en el siglo XX”. Por más cuestionable que pueda ser tal afirmación, la resonancia de sus palabras ha sido extensa y su poder de excitar la imaginación creativa continúa manifestándose en los lugares más inesperados. En abril de 2009 la Orquesta Filarmónica de St. Louis presentó en el Carnegie Hall de Nueva York Mirage, una obra para soprano, violonchelo y orquesta, con texto de María Sabina, de la compositora finlandesa Kaija Saariaho. Karita Mattila, una de las sopranos líricas-dramáticas más prominentes de la actualidad, este año cantó, en el Metropolitan Opera de Nueva York, en el Teatro Real de Madrid, en el Gran Teatre de Liceu de Barcelona y en el Salzburg Festival con la Filarmónica de Viena, las palabras de la chamana de Huautla. “Soy mujer que vuela, soy mujer que nada, porque puedo nadar en el inmenso, porque puedo nadar en todas las formas, soy mujer aerolito”. (El texto en inglés está tomado del libro de Estrada en la edición de Poetas del Milenio.)

La premiere de Mirage (Espejismo) en 2007 por la Orquesta de París, bajo la dirección de Christoph Eschenbach, que dura alrededor de 12 minutos, está disponible en un CD de Ondine junto con otras dos obras de la misma compositora, Notes on Light y Orion. La música de vanguardia de Saariaho (Helsinki, 1952) se caracteriza por tonos tenues prolongados de alta frecuencia derivados de su experimentación con sonidos electrónicos, notas delicadas y poderosas sonoridades reverberantes. Saariaho retoma el reiterado “yo soy” de los cantos de la chamana y realza su condición de mujer. En la composición, descrita en las notas del programa del CD como “un doble concierto para instrumento y voz”, el violonchelo tocado por el maestro finlandés Anssi Karttunen anuncia, se contrapone, complementa, subraya y dialoga con las modalidades sutiles de la voz de la soprano que va desde el susurrado “yo soy”,  a través la  dulzura líquida de “nadar” y la nostalgia de “mujer muñeca” al extático volar, mientras la orquesta en el fondo da énfasis dramático a las palabras —el aumento de metales que acompaña “inmenso” recuerda el big bang cósmico— y les interpreta —la línea “soy payasa sagrada” se acentúa con un tintineo. La pieza, en la cual la voz surge de los sonidos como las palabras emergen de las sensaciones que las sobrepasan, cumple lo que la Sabina dijo de sí misma: “Soy mujer de música, soy mujer de tambor, soy mujer violinista”. Comentó el crítico de música del New York Times que cuando la soprano “lanzó su voz en alto” y cantó “Soy mujer que vuela” él así lo creyó.

Más allá de un icono popular de la sabiduría ancestral indígena, fumando su cigarro sobre las playeras vendidas en el D.F. junto con las imágenes del Che Guevara y el Subcomandante Marcos, María Sabina vive en otra dimensión del imaginario cultural, con apariciones en la novelas La piel del cielo de Elena Poniatowska y Caramelo de Sandra Cisneros, narrativa vivaz de la experiencia mexicana-estadounidense.

El mundo de la literatura y de la música sinfónica fue completamente ajeno a la mujer sin letras, descalza, que bajaba desde su casa sobre una loma alta al mercado de Huautla y subía otra vez cargando sus compras, en contacto con la tierra, sufriendo la pobreza y sordidez de su pueblo oaxaqueño. Pero en su sofisticada maestría de la riqueza de su lengua tonal y en sus visiones, ella era “Chjon jatse nai… chjon jama ngui nta… chjon nino tsje” (Mujer águila principal… mujer raíz debajo del agua… mujer estrella de la madrugada). ®

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Publicado en: Abril 2010, Ensayo

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