El fin del mundo ya sucedió

Y sólo el sexo podrá salvarnos

Vivimos una perpetua ley de Murphy. Vehículos por todas partes, navidades espeluznantes y consumo troglodita, fútbol (aquí en México ya se acabó por este año, pero sigue el espectáculo en el mundo), el regreso del PRI, muchachos encarcelados, corrupción a destajo, reinas norteñas despeñadas en avionetas.

El 12 de diciembre del 2012, el día en que el mundo presuntamente se iba a acabar, transcurrió con normalidad. Una normalidad pasmosa. Para los apocalípticos, que no sucediera nada debe haber sido una decepción. A estas horas deben estar haciendo cálculos sobre este error milenario u oteando la bóveda celeste en busca del meteorito que termine de una vez por todas con la historia y el hábitat, de la humanidad.

Algunos dirán que ha sido el amor que nos tiene la virgencita de Guadalupe el que nos salvó de perecer entre llamas y las olas de los mares desbordados y por la caída de todos los sistemas posibles, dejándonos un paso atrás de la civilización por unas horas en lo que llega el total exterminio.

En realidad, a mí lo que me parece es que el mundo se ha acabado ya y estamos viviendo una especie de bonus track con las peores rolas del disco. Enumerar la serie de errores que han conducido a la mayor parte de la sociedad a esta catástrofe sería muy aburrido, a riesgo de parecer yo mismo un apocalíptico. Y no, no soy un apocalíptico, nada más un superviviente. Y visto el panorama, veremos por cuánto tiempo más podremos mantenernos bajo esa categoría.

Vivimos una perpetua ley de Murphy, la que enuncia que si algo malo puede pasar, en efecto pasará. Miren a su alrededor si no. Vehículos por todas partes, navidades espeluznantes y consumo troglodita, fútbol (aquí en México ya se acabó por este año, pero sigue el espectáculo en el mundo), el regreso del PRI, muchachos encarcelados, corrupción a destajo, reinas norteñas despeñadas en avionetas, Europa, la gran Europa, faro de la democracia y el bienestar, en estado de demolición… Somos una fábrica de detritos, producimos más basura que la que cualquier planeta podría asimilar. Mandarla toda al hiperespacio me parece una solución razonable.

La inconsciencia irresponsable del acto celebratorio hace su aparición en forma del mítico maratón Guadalupe-Reyes. ¿Por qué no? ¿Por qué no habría que celebrar en medio de la debacle que estamos vivos, que hoy comimos y que el mundo no se acabó? Que tenemos excelentes revistas digitales y un montón de contenidos interesantes por leer. Que nos queda por protagonizar alguno que otro episodio sexual que podremos rememorar en el futuro. Mientras transcurre el acto nos sumimos en un presente de jadeos que nos impide darle algún tipo de trascendencia al intercambio de fluidos. Es después, cuando rememoramos, que nos da la calentura de nuevo y esos episodios se magnifican en nuestra memoria.

Platicaba del fin del mundo y no sé por qué me desvié hacia el tema del sexo, motor incuestionable del universo. El fin del mundo ocurre cada día. Sólo que parece que no nos damos cuenta. Y por eso nos salvamos. Vivir como si nada grave pasara es una cualidad relacionada con el optimismo por un lado y por el otro con la más temeraria inconsciencia. Pero es imprescindible para sobrevivir. Cómo si no sobreponerse a la depresión profunda que produce la observación de la realidad. Me refiero a la realidad sin aditivos.

Como sea, el mundo contemporáneo es un gran proveedor de estímulos. Vivimos la ansiedad hipertrofiada que producen tantos objetos de deseo. Y todo el tema de la información, de la que estamos rodeados y hasta nosotros mismos nos hemos convertido en información. Subir una foto al muro del Face de lo que desayuné me convierte en un generador de información. Evidentemente hay que saber discernir y ver a lo que uno le presta atención. Recuerdo por ejemplo que al principio de Biografía de un genio, escrita por Salvador Dalí, éste dice asistir a las conferencias que le invitan a dar con los zapatos un número por debajo de su talla para de ese modo mantener la tensión y estimular la lucidez. Un buen método.

Y así estoy yo ahora. Con las agujetas de mis zapatos tersas hasta el límite de lo soportable, bebiendo cerveza, comiendo cacahuates y viendo cómo el fin del mundo transcurre plácidamente ante mi mirada distraída en lo que me doy cuenta de que me la paso creando cosas que no sirven para nada. Este texto es una prueba de ello. Y también una prueba irrefutable de que el fin del mundo ya sucedió. ®

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Publicado en: Diciembre 2012, Legendario Deja Vu

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  1. Gabriel Vega

    Coincido en que el fin del mundo se refleja en la banalidad, intrascendencia y hasta en el sinsentido de las cosas, no sólo de las del mundo externo, sino principalmente las de nuestro mundo «interno», y creo que es dificil delimitar esas dos cuestiones, y es ahi donde el fin del mundo tomaria su justa medida, su lugar adecuado. En otras palabras, al pensar en el fin de los tiempos podria ser todavía mas interesante si lo hacemos cuando no estemos sumidos en el propio… supongo.

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