Adiós a Ernesto Flores

Caballero de las letras y las artes

No sólo fue un maestro muy querido, que tuvo legiones de alumnos y discípulos agradecidos, sino un fino hombre de letras, un gran animador de la vida musical de Guadalajara e incluso un buen funcionario cultural, algo que en nuestro medio casi siempre ha sido, por desgracia, la excepción y no la regla.

El maestro Ernesto Flores. Foto © Giorgio Viera/UdeG.

El maestro Ernesto Flores. Foto © Giorgio Viera/UdeG.

La madrugada del martes 25 de febrero murió un hombre bueno y un espíritu civilizatorio que, desde distintas arenas, hizo muchas cosas en favor de la vida cultural de esta parte del mundo. ¿Su nombre? Ernesto Flores. ¿Su vocación? Poeta. ¿Su oficio? Una amplia gama de actividades relacionadas siempre con el mundo de las letras y las artes, actividades que fueron del magisterio a la edición, pasando por la investigación literaria y en alguna época el periodismo cultural.

Desde los años cincuenta, cuando abandonó los estudios de odontología para dedicarse a las cosas que más le apasionaban —la música y la literatura—, y hasta su jubilación, treinta años más tarde, Ernesto Flores fue un maestro muy querido por generaciones y generaciones que pasaron por las aulas de la Escuela Vocacional y de la antigua Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guadalajara, donde compartió sus conocimientos y también su entusiasmo por grandes maestros de literatura universal y de las letras mexicanas, incluidos algunos autores que hace medio siglo eran poco o mal conocidos, por no decir que marginales y casi clandestinos.

Tal fue el caso del laguense Francisco González de León y también del gran Alfredo R. Placencia, poetas de los que Ernesto Flores se volvió la principal autoridad, hasta el punto de recibir la encomienda de la más importante editorial mexicana —el Fondo de Cultura Económica— para hacer la compilación de la obra poética de ambos, en ediciones ampliamente documentadas.

No sólo fue un maestro muy querido, que tuvo legiones de alumnos y discípulos agradecidos, sino un fino hombre de letras, un gran animador de la vida musical de Guadalajara e incluso un buen funcionario cultural, algo que en nuestro medio casi siempre ha sido, por desgracia, la excepción y no la regla.

En décadas posteriores Ernesto Flores dirigió varias revistas literarias, que infaltablemente incluían una buena sección de artes plásticas y otra de música, con la frecuente publicación en cada número de partituras inéditas de compositores mexicanos y particularmente jaliscienses.

A invitación de Juan Francisco González, Ernesto Flores fue el primer director de Literatura y Publicaciones que a principios de los setenta tuvo el recién creado Departamento de Bellas Artes, en la que sin duda ha sido la etapa más provechosa de la promoción cultural en Jalisco.

Ernesto Flores perteneció a una valiosa generación de intelectuales y artistas tapatíos —o radicados en Guadalajara— como el compositor y organista Hermilio Hernández, el pintor Gustavo Aranguren, el gran chelista y director de orquesta Arturo Xavier González, las pianista Leonor Montijo y Carmen Peredo —quien fue su esposa— y una nutrida nómina de escritores, entre los que sobresalen los nombres de Emmanuel Carballo, Hugo Gutiérrez Vega, Guillermo García Oropeza, Luis Sandoval Godoy, Alfredo Leal Cortés y los ya fallecidos Ignacio Arriola Haro y Víctor Hugo Lomelí.

A diferencia de algunos de sus compañeros de generación, Ernesto Flores fue uno de los que desoyeron el canto de las sirenas del centralismo capitalino y optaron por desarrollar su carrera en Guadalajara. De ello mucho se benefició la vida cultural tapatía. No sólo fue un maestro muy querido, que tuvo legiones de alumnos y discípulos agradecidos, sino un fino hombre de letras, un gran animador de la vida musical de Guadalajara e incluso un buen funcionario cultural, algo que en nuestro medio casi siempre ha sido, por desgracia, la excepción y no la regla.

Si la Universidad de Guadalajara ha alcanzado la condición de “benemérita” ello se debe al destacado trabajo docente realizado por maestros de la talla de Ernesto Flores y no por funcionarios que han manejado a la institución a su antojo, como feudo propio e incluso como botín.

No deja de ser significativo que, a pesar de su sapiencia literaria y su competencia intelectual, Ernesto Flores haya sido arrumbado por las personas que manejan la UdeG desde hace varias décadas, y quienes se han dedicado a promover —con los recursos de la institución— e incluso en el extranjero, a no pocos académicos e intelectuales de pacotilla, cuyo mayor mérito es el de ser adictos al cacicazgo que encabeza el ex rector Raúl Padilla.

Ernesto Flores es autor de una obra breve pero meritoria, en la que es posible reconocer una voz propia; una obra poética en la que el autor se echó a cuestas la ingente tarea de tratar de decir lo indecible y de acercarse al misterio irresoluble de ser y estar en el mundo.

A diferencia de otros, Ernesto Flores tuvo el reconocimiento que verdaderamente importa: el de sus alumnos y el de quienes sabían reconocer y valorar su trabajo.

Como poeta, Ernesto Flores es autor de una obra breve pero meritoria, en la que es posible reconocer una voz propia; una obra poética en la que el autor se echó a cuestas la ingente tarea de tratar de decir lo indecible y de acercarse al misterio irresoluble de ser y estar en el mundo. Y ello sin estridencias, convencido como estaba de que lo más importante de la vida no siempre se dice en voz alta.

El legado que deja Ernesto Flores, cuyo alcance y dimensiones aún no terminamos de calibrar, impedirán que el maestro muera del todo, como dice con mucha sabiduría y gran precisión poética el memorable verso de Horacio: Non omnis moriar.

A Ernesto Flores lo sobreviven la que fue su esposa —la ya mencionada pianista Carmen Peredo— y los hijos de ambos: Laura, Eduardo, Gabriela, Juan Carlos y Mariana, así como sus nietos. Para todos ellos y para los amigos, discípulos y afectos de Ernesto Flores, van las sinceras condolencias de quien también fuera un agradecido alumno suyo y tal vez haya podido calificar al menos como el último de sus amigos. ®

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Publicado en: Libros y autores, Marzo 2014

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  1. Vìctor Solìs Tapia

    Fuì alumno del maestro Ernesto en la Vocacional, allà por el 85. Tuve el privilegio de tallerear mis cuentos en su casa hasta el 89. Ahì con èl fue dònde vì por primera vez un gato siamès. Cafè Benedick, galletas, increìble persona, maestro y amigo. Làstima que dejè de escribir y ya no lo frecuentè… la ùltima vez que lo vì fue en el 2009, lo visitè en su casa para regalarle mi libro de cuentos (ediciòn de autor, de Sogem Gdl.) y asì en algo reparar lo que le quedè a deber.

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