Miguel Vega, arqueología de la sociedad de consumo

La pintura como ejercicio de antropología contemporánea

La formación académica como artista visual y el desempeño del oficio de pintor en la industria paisajística de Tonalá dotan de un amplio registro de posibilidades técnicas a Miguel Vega, para quien los aspectos formales tienen mucha importancia.

Miguel Vega (Guadalajara, 1982) aborda la práctica de la pintura como un ejercicio de antropología contemporánea, ya que usa recursos para retratar aspectos de la realidad cotidiana apropiados de las narrativas visuales dominantes, la publicidad y los medios sociales, herramientas al servicio del estado propagandístico que vivimos.

Miguel Vega se hizo acreedor de uno de los tres premios de adquisición que otorgó la XVI Bienal de pintura Rufino Tamayo, en diciembre del 2014. La formación académica como artista visual y el desempeño del oficio de pintor en la industria paisajística de Tonalá dotan de un amplio registro de posibilidades técnicas a Miguel Vega, para quien los aspectos formales tienen mucha importancia y cuestiones como resolver el tipo de pincelada que dar en una superficie requieren su tiempo de reflexión. La calculada atmósfera final de los óleos dependerá de ello.

Para este artista la pintura, la manera de ver y pintar es un código que se va modificando de una generación a otra. El modo de pintar más allá de la representación, al fin y al cabo una cuestión de modas y cosmovisiones puntuales, se convierte en un recurso narrativo más, en portador de información específica que añade valor al trabajo.

Autor de una pintura preciosista, detallada e híperreal de carácter hiperbólico, en la que a partir de los primeros planos todo se magnifica, la tensión animado/inanimado entre ser vivo y juguete autómata se convierte en uno de los pilares de su trabajo.

Vega entiende la pintura como una forma de contar la Historia, alimentada casi siempre por los discursos de los vencedores y las ideologías dominantes, y tener la posibilidad de ser partícipe de ésta desde su punto de vista, generando información que se contraponga con aspectos de la cotidianidad del artista, rostros de amigas, fragmentos o juguetes rotos encontrados en la calle.

Para la serie Segunda oportunidad (2006–2007) el artista tomó retratos de prostitutas y mujeres asesinadas de los periódicos para transformarlos en imágenes sugerentes con ese atractivo que envuelve los productos de consumo y objetos de deseo como los presenta la publicidad, jugando con el erotismo de las formas.

Si en la prensa estas personas sufrían un proceso de cosificación y el frío anonimato de una estadística sin importancia, imágenes en su mayoría grotescas, Vega las somete al tratamiento contrario, de dignificación a través de la subversión iconográfica, y transmuta lo marginal en un objeto de deseo, sinónimo de éxito y reconocimiento.

Paralelamente Vega observa en su entorno el auge de los medios sociales y la moda de los autorretratos realizados con celular y empieza a pintar retratos femeninos utilizando el mismo tipo de encuadres en la serie La colección (2008–2015). La técnica de este hiperrealismo algo onírico produce imágenes inquietantes, instántaneas que sugieren momentos robados de una secuencia de acontecimientos íntimos de los que extrañamente somos testigos, síntoma de esta época hípertransparente en que toda intimidad se comparte y el concepto de privacidad se convierte en una utopía.

Con el objetivo de aislar más al sujeto retratado, Vega empieza a cubrir los rostros con celofán, envolviéndolos en plástico fino y brillos tentadores, lo que todavía subraya más el paralelismo con las mercancías. El plástico es el elemento vinculante de toda la serie y se convierte en el aglutinador de esta narrativa que denuncia, al mismo tiempo que hace una apología descarnada del voyeurismo, el vivir para la cámara y las redes sociales tan usual en estos tiempos del capitalismo de la imagen.

El proyecto actual de ensayo pictórico sobre el paisaje y su degradación en zonas urbanas industriales, las mutaciones en el oficio de pintor en la industria artesanal de Tonalá, amenazada por las importaciones chinas, junto al proyecto de pintar objetos en desuso a tamaño real como cajas de Nintendo, arqueología de la sociedad de consumo, insertan el trabajo de Miguel Vega plenamente en los discursos de la contemporaneidad.

La estética y narrativa de este artista pasan por desenmascarar y subvertir los códigos de la manipulación del lenguaje que usa el poder a partir de pinturas de atmósferas envolventes y misteriosas que se cuecen a fuego lento. ®

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Publicado en: Arte

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